Corren los años. Se acumulan décadas. El mundo adquiere con celeridad otros rostros, unos predecibles, otros inimaginables; la mayoría cruentos, desesperanzadores. Guerras, genocidios, hambrunas, migrantes, salvo los ucranianos, sin destino, y sequías son, inter alia, realidades del nuevo “orden mundial”, de una suerte de Apocalipsis siglo XXI. La Tierra y la humanidad, origen y recipiendaria de sus propios avatares, han sido las principales víctimas. El destino humano, término complicado y necesario, depende cada vez menos, sobre todo para los pobres y los “más pobres”, de sus esfuerzos personales. La idea harto repetida, un tanto moralina, “cada quien es el arquitecto de su propio destino”, sólo es vigente, si acaso, para la clase adinerada.
José Ortega y Gasset (1883-1955) abordó el tema y nos heredó una frase celebérrima: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo”. Dividir a la población entre ricos y pobres, siguiendo al filósofo Ortega, es necesario: quienes nacen en casas ricas, sí tienen la posibilidad de trazar su vida; los engendrados en hogares pobres no tienen la oportunidad de edificar su destino. Casi nunca consiguen los pobres, como propone Ortega y Gasset, salvar la circunstancia.
La frase del gran ensayista español se presta a muchas controversias. Hay quienes aprueban la idea, “no todo depende de uno”; otros opinan que su postura no siempre es válida, “el esfuerzo personal siempre reditúa”. La trascendencia y vigencia de la idea pervive. Me sumo a la discusión. En este caso, el orden de los factores sí altera el producto: ¿del yo dependen las circunstancias o las circunstancias del yo?
La construcción del ente es lo primero; un ente sólido crece más y mejor de acuerdo a las posibilidades de sus hechos y de sus acontecimientos. Las circunstancias, favorables o desfavorables, fortalecen o no al yo. En el mundo de hoy, sin duda más competitivo y complejo que el de ayer, las coyunturas, como siempre ha sido, se alimentan y dependen del yo. El yo combativo y fuerte atrae e imanta: “llama” a “lo bueno”, a los eventos favorables. No es una relación azarosa, es una relación causal. Leer la realidad basta: los yoes bien cobijados desde la casa materna tienen más oportunidades de triunfar. En cambio, cuando el primer hogar es disfuncional, por pobreza, violencia intrafamiliar o abandono, el yo combativo carece de oportunidades. Es aquí donde las circunstancias orteguianas prevalecen sobre la voluntad de la persona.
Ortega entendía los quehaceres de los individuos per se y comprendía el peso de las circunstancias en el devenir de las personas. Al ensayista español le gustaba la siguiente anécdota sobre Heráclito: Mientras Heráclito laboraba en la cocina de su casa, unos discípulos se acercaron al maestro. Apenados por su fama dudaron en entrar. Al verlos, el filósofo los invitó a pasar, “Aquí están también los dioses”. Heráclito comprendía el mundo: su potencial intelectual no se desligaba de la vida circundante.
Ortega y Gasset reta. En el mundo contemporáneo, donde los pobres se reproducen en forma geométrica al igual que los multimillonarios, las circunstancias adversas de los primeros y favorables de los segundos obligan a cavilar en el orden mundial, un orden cada vez más desordenado y cada vez más poblado por comunidades sin esperanzas.