Leer el periódico por la mañana y doblarlo. El tiempo corre y el trabajo reclama. Doblarlo y regresar a él por la noche. Algunas páginas aguardan: leer al finalizar el día es distinto. Hacerlo, tras la jornada laboral, compone o descompone. De noche se piensa en mañana y en ayer. El periódico es una forma de cavilar: retrata el día, relata vidas y sucesos. Una idea harto repetida afirma: No hay nada más viejo que el periódico del día previo. Esa afirmación es falsa. Me gusta guardarlos y regresar a ellos el fin de semana.
Algunos artículos de periódicos viejos, cuyo destino no ha sido la basura, colocados en la estantería, son, por un tiempo, irremplazables. Recortarlos y buscar el libro ad hoc o el folder apropiado conlleva el diálogo entre quien lee, el autor, las páginas del libro que acogerán el texto y otros recortes guardados en fólderes. Ese es regalo del periódico viejo, amarillento y descolorido: releerlo y citarlo.
Los periódicos no son necesariamente efímeros. No todos fenecen a las 24 horas y algunas páginas tienen destinos útiles: los niños pequeños aprenden a usar las tijeras gracias a ellos, en ocasiones con cortes sin guía y otras veces para iniciarse en la destreza de elaborar incontables figuras: niñas, animales, cadenas de seres humanos.
El periódico en papel tiende a desaparecer. En algunas décadas esa idea, creo, se convertirá en realidad. No será ni mejor ni peor. El ser humano ha buscado otra suerte de abrevaderos para informarse o desinformarse. La epidemia de las fake news corre más rápido en los medios digitales que en los impresos. Los rotativos “serios” tienen controles de calidad mucho más estrictos que los de la red. El periódico desaparecerá no por obsoleto; vivimos una época en donde muchos objetos del pasado formarán parte de la obsolescencia programada.
Hace poco me topé con El azar, una de las grandes películas de Krzystof Kieslowski, maestro del cine moral europeo. En ella se observa cómo una serie de jóvenes contrarios al régimen comunista utilizan linotipos para imprimir pequeños periódicos subversivos, antesala de las redes sociales contemporáneas. Aunque la meta sea la misma, los periódicos elaborados gracias a los esténciles ahora (casi) muertos, conllevaban el inmenso esfuerzo de reunirse a escondidas, exponer la vida, repartirlos mano a mano y dialogar a hurtadillas con los recipiendarios por miedo a la policía.
Entregar mano a mano implica mirar, tocar por medio de la palabra, decir/escuchar, estimular, evocar. Esos pequeños periódicos subversivos eran grandiosos; sus mensajes representaban los brazos de la imprescindible desobediencia civil. El mano a mano, el mirar e intercambiar ideas y el disenso forman parte del universo de los rotativos. Cuando la protesta es leitmotiv, las redes sociales persiguen fines similares y sin duda nacen de asambleas como las de los linotipistas, cuyas manos jóvenes, entintadas, sucias, como lo muestra Kieslowski en El azar, se esfuerzan y exponen sus vidas. Ambas actividades son admirables. Los linotipistas consiguen, a pesar del miedo a la policía comunista y a las delaciones, producir dos mil rotativos tras arduas y largas horas de trabajo, escondidos, agazapados. Dos mil periódicos, elaborados a mano…
Los periódicos de papel son un mundo, un espacio necesario. La noticia impresa en internet contiene idéntica información a la del papel. La diferencia radica en el tacto, en recortar un texto y dejarlo en casa del novio o de la amiga con unas notas ad hoc. Quienes gustaban, como el extinto Luis Buñuel, caminar temprano e ir al puesto de periódicos, integraban a su vida esa actividad. Caminar, pensar, saludar al encargado del puesto de periódicos. Hojearlo, uno, dos o tres minutos frente al quiosco y emprender el regreso a casa o al café donde se leen por la mañana los periódicos es una actividad próxima a la extinción.
El ser humano ha cambiado y seguirá cambiando. No será ni mejor ni peor. El mundo, sin periódicos de papel, será otro. La red nunca podrá competir con el recorte amarillento, subversivo, roto, subrayado, entremetido en las páginas del libro del abuelo.
Médico