Son doctores la mayoría de las veces los que proveen los barbitúricos para ayudar a morir. En ocasiones es la sociedad la que actúa para precipitar la muerte de un ser querido. En el mundo de la cultura abundan obras vinculadas con el final de la vida. Comparto tres filmes cuya esencia invita a pensar en la necesidad de la muerte, la entereza, la empatía y en el valor de decir “hasta aquí”.

Mar adentro (2004) es una película dirigida por Alejandro Amenábar. El filme se basa en una historia real. Ramón Sampedro, marino y escritor, sufre un accidente mientras nadaba en el mar cuando tenía 25 años. El resultado fue catastrófico: quedó tetrapléjico, no tenía la capacidad de mover extremidades, comer por sí mismo ni controlar esfínteres: su cuerpo desapareció. El cerebro preservó sus funciones. Un cerebro vivo apresado en un cuerpo sin vida.

Sampedro vivió “atado” a una cama durante casi 30 años. Solicitó se le aplicase la eutanasia en repetidas ocasiones. Su súplica fue denegada (en España la eutanasia se legalizó en 2021). Una mano amiga le dio a beber veneno de ratas. Sampedro tuvo una muerte indigna. Los raticidas producen hemorragias internas. ¿No hubiese sido más humano haberle ayudado a morir años antes?

Denys Arcand, director de Las invasiones bárbaras (2003), presenta una situación frecuente. Un hombre, víctima de cáncer, para el cual la medicina no tiene remedios, busca los caminos para decir adiós, agradecer a sus conocidos, y, sobre todo, decirle adiós a la vida con la cabeza en alto, con dignidad.

En Las invasiones bárbaras, Remy, sabedor de su destino, busca acabar con sus sufrimientos arropado por los suyos. El grupo se traslada a una isla vecina: beben, comen, charlan recuerdan comparten, lo abrazan, lo besan, lloran. Le inyectan medicamentos y fallece cobijado por quienes han querido y lo han querido y por él mismo.

En 2024, Pedro Almodóvar compartió una más de sus profundas visiones acerca de la existencia. La habitación de al lado (2024) presenta argumentos acerca del final de la vida y del derecho humano de decidir cuándo, cómo y dónde cerrar el telón y morir con dignidad.

Almodóvar provoca: la eutanasia debe convertirse en ley. El apabullante desarrollo de la tecnología médica no siempre es benéfico. Prolonga muchas vidas sin vida. En la actualidad no pocos médicos se convierten en las máquinas de sus máquinas. El ser humano enfermo tiende a desaparecer.

El filme suma avatares éticos, políticos, existenciales, humanos. La esencia de la película narra el suicidio de una mujer enferma, acompañada por una amiga. Su suicido es un homenaje a su vida. A lo largo de la película, Almodóvar comparte los pensamientos de una mujer cuya mirada crítica le hace saber que pronto, de una u otra forma, la muerte llegará. Tras repasar su existencia opta por adueñarse de su vida a través de su muerte. Sabedora de su final, no acude a médicos. Se recarga en ella y en una amiga. Le imprime dignidad a sus últimos momentos y a su pasado.

“Los doctores no tienen, muchas veces, la capacidad de cambiar el curso de enfermedades terminales, pero deberían tener la obligación de ser empáticos, acción que le ayuda al enfermo a sobrellevar su enfermedad”, escribe Ted Chiang.

Cité, a vuelapluma, tres filmes. El alma mater es similar: acompañar y precipitar la muerte voluntaria es un acto humano, amoroso. Despedirse de la vida cuando uno sigue siendo persona es idóneo; no aguardar a convertirse en restos humanos es la meta.

Me gusta darle vida a Francisco Petrarca: “Un bello morir honra toda una vida”.

Médico y escritor

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