La capacidad de asombrarse, ¿se adquiere o se construye? Pienso en ambas posibilidades y concluyo: una y otra forman parte de la vida. La primera se forja en los primeros años, en casa, en las calles, con amigos y amigas, en la escuela. La segunda se edifica conforme avanza la vida y uno se convierte en testigo de innumerables situaciones y lector de otras tantas. Perder la capacidad de asombrarse detiene, impide el movimiento. Sobrecogerse y admirar u odiar son parte de la condición humana. No contar con esas facultades es propio de las personas cuyas vidas no incluyen preguntas, dudas, alegrías y enojos propios del oficio de vivir.
En noviembre de 2021, la prensa informó acerca del caso de John Henry Ramírez, preso en el corredor de la muerte en Texas “que pide que su pastor pueda rezar y tocarlo cuando lo ejecuten”.
Resumo la historia. Ramírez tiene 37 años. Fue arrestado en 2007 y condenado a la pena capital por haber asesinado a un hombre en 2004 cuando tenía 20 años. Desde entonces pernocta en el corredor de la muerte. El reo es creyente y desde hace cuatro años fortaleció sus lazos con el pastor baptista Dana Moore. Ramírez solicitó que Moore lo toque mientras lo ejecutan. La ilógica lógica de negarle dicha petición se basa en los hechos siguientes:
1. El caso Ramírez versa sobre la libertad religiosa. Su caso se discutirá en los próximos días en Washington.
2. Su abogado ha lamentado que en Texas se impida que un religioso acompañe al reo.
3. Texas sí permitía la presencia de ministros religiosos hasta 2019. Ese año el Tribunal Supremo denegó la presencia de un clérigo budista cuya compañía fue solicitada por otro reo.
4. En esa época Texas permitía la presencia de predicadores que formaban parte del personal del sistema de prisiones; el acceso sólo era posible a ministros cristianos y musulmanes. Otros credos quedaban excluidos.
5. En abril el Estado cambió las reglas. Se facilitaría la presencia de ministros religiosos con la condición de que no se rezase en voz alta ni hubiese contacto físico.
6. El Director del Departamento de Justicia Penal de Texas argumentó que el contacto entre alguien ajeno a la prisión con un condenado durante la inyección letal supone “un riesgo inaceptable a la seguridad, integridad y solemnidad de la ejecución”, y, agrega, “vocalizar durante la inyección letal puede afectar a la habilidad del equipo farmacológico de controlar y responder a cualquier suceso inesperado”.
7. El abogado, estupefacto, aduce, “se le puede tocar el pie al reo, lejos del sitio de la inyección”.
8. El sacerdote Moore, incrédulo señala, “tener a un sacerdote contigo en el momento de la muerte, pero no dejar que te toque o rece, es como ir a comprar un coche y que te lo entreguen por partes; no sirve, no funciona”.
El caso Ramírez versa sobre la libertad religiosa, no sobre la validez o no de la pena de muerte. Los dislates de las autoridades del Estado que más ejecuta, Texas, son inentendibles. La doble moral es innata a buena parte de la sociedad estadounidense.
El affaire Ramírez es inconcebible. ¿Qué daño puede causar su petición? El cúmulo de insensateces y tropelías en el caso en cuestión rebasa (casi) todo, no todo: leer los dictados de las sinrazones de nuestros vecinos siembra asombro, asombro acompañado de nauseas, asombro propio del país líder en asuntos de doble moral.