Fobias, desprecio y odio contra etnias, razas, nacionalidades, seres humanos con orientaciones sexuales distintas y clases sociales diferentes son características de la humanidad. El lenguaje es testigo: negro, judío, naco, puto, maricón, gachupín, sidoso, gringo, maricón, indio, transgénero, sudaca y un largo etcétera; lo de largo se refiere a la imposibilidad del lenguaje para abarcar todos los términos. Cuando Thomas Hobbes escribió que en la naturaleza humana existen tres principales causas de disputa, la competencia, la desconfianza y el deseo de la fama acertó, pero omitió el racismo; la omisión se debió a los tiempos de Hobbes —1588-1679—: en esa época las migraciones eran menores y las noticias viajaban con lentitud.
Los malos tiempos son espacios fértiles para el odio. Así sucede con los mexicanos y centroamericanos que intentan llegar a Estados Unidos o con la interminable guerra entre Israel y Hamas. A partir del 7 de octubre, día de la brutal matazón de israelíes a manos de Hamas, y de la posterior destrucción y matazón en Gaza, el antisemitismo ha florecido con crudeza. En tiempos de mass media y de fake news y ante la inacabable guerra entre Israel y Hamas el antisemitismo va en aumento. Ser antisionista y antiisraelí es válido; ser antisemita por las razones previas es erróneo. Fenómeno actual de racismo lo representan los estadounidenses dedicados a cazar mexicanos en la frontera y extender su odio hacia México.
El antisemitismo se ha disparado en muchos sitios. La razón, me repito, es la destrucción de Gaza y la matanza de innumerables gazatíes. El embrollo se complica en “muchos casos”, sobre todo en universidades estadounidenses y francesas por el incomprensible y nauseabundo apoyo a Hamas y por la ausencia, en las mismas manifestaciones sobre el cruel destino de los israelíes a manos de sus captores. Privan las imágenes de la destrucción de Gaza; ganan los datos proporcionados por Hamas. Israel no ha mostrado, salvo en círculos pequeños, la inimaginable crueldad de los terroristas sobre sus víctimas: mujeres embarazadas, niños, ancianos, activistas israelíes dedicadas a atender, en hospitales israelíes a palestinos enfermos.
El discurso de odio, i.e., discurso ofensivo dirigido a un grupo o individuo y que se basa en características inherentes como la religión, la raza o género y que puede poner en peligro la vida social, priva en el mundo. Además del antisemitismo, en el incivilizado siglo XXI, abundan ejemplos de inquina y de violaciones de los derechos humanos como sucede con los kurdos en Turquía, los rohingyas (musulmanes) en Myanmar, los cristianos en Marruecos y los uigures (musulmanes) en China,
En muchas universidades en Estados Unidos y en Francia el antisemitismo, fenómeno añejo, se ha recrudecido. En la Universidad de Columbia numerosos estudiantes fueron arrestados debido al uso de lenguaje antisemita. Las protestas estudiantiles exigen alto a la destrucción de Gaza. Ni una dedica eslóganes a favor de la liberación de los rehenes ni condenan a Hamas.
La historia se repite. Acusar a Netanyahu y sus ministros fanáticos es válido. Deseo que terminen en la cárcel. Revivir los libelos o calumnia de la sangre, como sucedía en la Europa medieval, cuando se acusaba a los judíos de asesinar a niños cristianos para utilizar su sangre en rituales religiosos es inadecuado. Aunque por ahora no se han “revivido” dichas calumnias, equiparar el antisemitismo con el anti sionismo es equivocado. Condenar al sátrapa Bibi es indispensable. Los manifestantes estadounidenses y franceses también deberían pedir lo mismo para los innombrables y ocultos jefes de Hamas.