En medicina es difícil definir cuál de todos los logros humanos encabeza la lista. Intubar el agua disminuyó las muertes por beber agua contaminada, sobre todo, con heces fecales. Agentes inmunosupresores y tratamientos para diversos cánceres prolongan las vidas de enfermos con padecimientos inmunológicos u oncológicos. Antidepresivos y ansiolíticos le permiten a la gente llevar una vida “casi” normal amén de evitar suicidios. Vacunas diversas evitan infecciones en niños y adultos. Transfundir sangre y derivados salva vidas. Los antibióticos, desde que se utilizaron por primera vez, fueron un parteaguas médico. Comparto unas ideas sobre su mal uso.
A Alexander Fleming le debemos el descubrimiento del primer antibiótico. Los estudios iniciales (1929) fueron la base para el desarrollo de la penicilina. Su uso durante la Segunda Guerra Mundial fue decisivo: salvó muchas vidas. A partir de entonces se han descubierto múltiples antibióticos. Indicaciones inadecuadas y mal uso, por médicos, empleados de farmacias y pacientes, sobre todo en países pobres han devenido en problemas complejos. Expertos de la Organización Mundial de la Salud calculan que al menos mueren cada año 700 mil personas debido a infecciones por bacterias resistentes a los antibióticos. La prescripción inadecuada, el uso excesivo, y tratamientos incompletos, por falta de dinero o por desdén hacia las instrucciones médicas son, inter alia, razones para la resistencia bacteriana y de otros patógenos.
Ante el número de decesos y la perspectiva planteada por salubristas, el panorama es desolador. Si continúa la “epidemia” de prescribir antibióticos para problemas banales, i.e., diarreas, tos, malestares urinarios, el brete se convertirá en problema de salud pública. Sobresalen dos avatares: en los próximos veinticinco años podrían fallecer 10 millones de personas; mantener a pacientes, en unidades de terapia intensiva o similares con enfermedades resistentes a antibióticos, incluyendo los nuevos y onerosos, puede superar los 100 millones de dólares para 2050. Al entramado previo debe agregarse la utilización de los antibióticos en animales, muchas veces mal prescritos y otras tantas para garantizar su reproducción y asegurar ganancias.
La magnitud del problema es inmensa: las bacterias “inteligentes” han desarrollado genes que propician la resistencia a los productos médicos. Corolario: el mal uso es el responsable de la resistencia antimicrobiana. Segundo corolario: la imparable y bienvenida investigación científica ha generado nuevos antibióticos, cuyos costos, para tratar una infección “sencilla” puede ascender a miles de pesos y en ocasiones a “pocas” decenas”. Lo anterior me remite a una vieja idea, útil y veraz. Al hablar de fármacos o nuevas tecnologías, la “filosofía médica” debería ser, “Ni ser el primero en utilizarla ni el último”. Idea, lamentablemente en desuso. La farmacracia, idea acuñada por Thomas S. Szasz, sigue vigente: el poder de la mercadotecnia de las compañías farmacéuticas sobre los galenos y su “sumisión” los orilla a prescribirlos sin antes reparar en el uso de agentes más sencillos.
Thomas Hobbes popularizó la sentencia Homo homini lupus. “El hombre es el lobo del hombre”. Aunque la idea se refiere, sobretodo, a las acciones antisociales de nuestra especie, en el ámbito del mal uso de antibióticos, su esencia bien retrata a la condición humana. Algunos estudios han señalado que las poblaciones más vulnerables son las más afectadas.
En México, a pesar de nuevas reglas que impiden vender antibióticos sin recetas, la realidad es otra: es fácil conseguir antibióticos. Basta acudir a las farmacias (¿in?)adecuadas y por un monto pequeño de dinero se consiguen.
Médico y escritor