Para Mercedes Felguérez, por todo.
Querido Manuel: Apenas ayer estabas vivo. Ayer son incontables años. Incontables significa Mercedes, el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez en Zacatecas, tu inseparable pipa con tabaco de puro, tu whisky en el estudio, o bien en casa dos inmensos martinis con (casi) todo el alcohol del mundo, tus manos grandes, en ocasiones vendadas por el dolor de la artritis, con las que pintabas y despintabas el mundo y las calles del Distrito Federal, así como tu voz pausada y tu facies similar a la de un león. Ignoro si lo sabías: parecías un león. Eras, de hecho, el único león de Valparaíso, Zacatecas, tu tierra natal. Fuiste, para suerte de quienes te conocimos en persona y quienes te vivieron gracias a tus creaciones, un felino libre, sin ataduras, ni en las manos, ni en las palabras. Cuando era necesario hablabas alto y fuerte.
Hoy, escribo el nueve de junio, nos dice la vida, has muerto. Difícil aceptarlo. Noventa y un años son muchos y no son muchos. Partir a esa edad es comprensible. No hay quien no esté de acuerdo. Morir lleno de vida, arropado por pasión y con proyectos interminables, como era tu caso, es una bendición. Morir cuando aún no habías terminado de vivir ni eras víctima de una enfermedad terminal duele, duele para quienes nos quedamos sin ti y sin tus palabras. Sin embargo, no todo es dolor: tu legado artístico será nuestra casa. ¿Cuántas veces modificaste tu estudio porque necesitabas mayor espacio para pintar?, ¿cuántos andamios se cambiaron para acercar tu obra al cielo? Tu pasión inmensa carecía de límites. Días antes de caer en cama, tal y como nos contó tu inseparable Meche, continuaste, con ayuda, pintando. Siempre había para ti no un mañana, sino muchos mañanas. Pasión Infinita son tus apellidos.
Entre ayer y hoy han transcurrido muchas horas, muchos minutos e incontables segundos. Cuando la muerte se apersona y se lleva a un ser querido y admirado, el tiempo transcurre de otra forma. Los recuerdos y tu voz ronca se agolpan sin cesar. Ayer vivías, hoy has muerto. Siempre hay días más largos que otros. Son muy lentos cuando fenece alguien cercano, alguien cuya persona era muchas personas. Ser muchas bellas e imprescindibles personas no es sencillo. Los grandes, aquellos cuyo vocabulario no conoce la palabra yo, son seres excepcionales. Son individuos cuyas acciones cotidianas les confieren autoridad y respeto. Pocos seres humanos tienen autoridad. Muchos, sobre todos políticos y religiosos, viven en pos de poder autoritario.
Manuel, ¿lo sabías?, tu inenarrable espíritu, tu alma infinita y tus posturas en la vida fueron pilares de esa autoridad que tanto apreciábamos. Autoridad conferida por quienes te conocían, sea por tus trazos, por tus palabras, por la herencia que nos dejaste a los defeños: vives en nuestros museos, pernoctas en avenidas y camellones, habitas en recintos universitarios, en el cine Diana, en el deportivo Bahía y en el corazón de nuestro corazón, en el Museo Nacional de Antropología. Este museo es México, y avenida Reforma refleja y retrata la vida de la ciudad. En 2014 elaboraste para festejar los cincuenta años del recinto y para deleite de transeúntes y automovilistas el Muro de calaveras, el Gran tzompantli, cuya extensión, cerca de 500 metros de largo y 4.70 metros de altura, embellecen nuestra casa y acompañan a sus habitantes. Acompañar, de nuevo, con tu obra y palabras, era una de tus grandes cualidades.
La historia es el pasado y es el presente. Difunto significa el que ha cumplido. Que Felguérez haya sido Felguérez no es gratuito: sembraste y cosechaste, brindaste amistad y amor y fuiste correspondido.
Manuel cumplió: con la vida, con el arte, con México, con Mercedes, con sus hijas, con quienes tanto lo quisimos y admiramos. Hay quienes, como Felguérez, nunca se van del todo. Apenas has marchado. A pesar de que sigues por acá, ya hemos empezado a extrañarte.
Médico y escritor