Los europeístas convencidos recibimos con satisfacción la noticia de la reelección de Emmanuel Macron como presidente francés frente a la candidata de la Agrupación Nacional, Marine Le Pen.
Baste señalar que el Himno a la Alegría de Beethoven sonó en el mitin de celebración realizado en París. A pesar de la diferencia obtenida por La República en Marcha (58% vs. 41%), para el análisis es importante señalar tres puntos:
1) La extrema derecha no se instalará en el Palacio del Elíseo, pero no se puede decir que haya perdido; al contrario, en el juego democrático-electoral se ha consolidado frente a la crisis de representación de la izquierda en general y la socialdemocracia en particular: hay que reconocer que la clase trabajadora precaria y las zonas rurales forman parte importante de los votos obtenidos;
2) El desencanto general con la democracia representativa sigue siendo evidente con una abstención que rozó el récord histórico galo (de 1969, en el contexto del “Mayo francés”, que puede ser considerada la primera crisis política y social de posguerra) y a la cual habría que sumar los votos blancos y nulos.
Y 3) Resultado de este desencanto, la polarización traducida en una fragmentación social que podría reflejarse en una inestabilidad para gobernar después de las elecciones legislativas de junio, si es que se llega a forzar un gobierno de cohabitación (presidente de un partido, primer ministro de otro), pues hay que recordar que la V República Francesa funciona con un sistema semipresidencialista.
Ahora bien, a nivel regional e internacional, el triunfo refuerza a Macron como un líder europeo consolidado en un escenario de conflicto e incertidumbre.
Francia puede seguir siendo, en los próximos cinco años, uno de los motores del orden internacional liberal que tan cuestionado se ha visto durante los últimos tiempos. El peligro que tiene el inquilino del emblemático edificio situado a un costado de los jardines de Campos Elíseos es que, como pasa con el proyecto de la Unión Europea, este orden internacional se resuma, se base y se confunda en y con el neoliberalismo y su continuismo, sin responder a las múltiples exigencias de justicia social.
Sirva de ejemplo recordar que frente a las protestas de los “chalecos amarillos”, el debate sobre retrasar la edad de jubilación, el doble discurso respecto a la migración o la instrumentalización de los valores republicanos, La Francia Insumisa, de Jean-Luc Mélenchon, obtuvo 22% en la primera vuelta electoral.
Para México, la victoria de Macron sería una buena noticia, si la administración actual no se caracterizara por darle nula relevancia a la agenda internacional. No parece que ambos gobiernos puedan compartir objetivos en este sentido, particularmente a partir de constatar dos hechos: para Europa en general, nuestro país ahora mismo no cuenta con la mejor de las imágenes, pues preocupan tanto la situación de violencias e impunidades como las incertidumbres institucionales.
Por otro lado, el avance y consolidación de los movimientos como el de Le Pen pone de manifiesto un contexto que se refleja de manera global: el descontento con un sistema capitalista desbocado, provocando fragilidades económicas y de derechos que parten a las sociedades, genera el caldo de cultivo para seguir reproduciendo los discursos populistas-nacionalistas, que tanto en Francia —Europa— como en México —América— se han utilizado como espejo para los autoritarismos demagógicos, que bajo la consigna del pueblo se han ido normalizando peligrosamente.
Profesor de la UIA