Ariel González

Talibanes

27/08/2021 |01:34
Redacción El Universal
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Sorprendentemente, el retorno al poder de los talibanes ha sido de un modo u otro celebrado por aquellos que siempre, estúpidamente, anteponen su “antiimperialismo” a cualquier otra causa aunque terminen por coincidir con la corriente más retrógrada del islamismo y aun con sus prácticas terroristas.

Talibanes sin Corán hay muchos por todas partes. De hecho, cualquiera termina por ser fanático apenas se convence de que ciertas ideas merecen ser llevadas hasta sus últimas consecuencias, cruzando los límites que claramente hay entre medios y fines. Si se cree que cualquier medio es legítimo para alcanzar estos, nos hallamos frente a un potencial partidario de la Yihad, el Gulag o diversas inquisiciones y formas de dictadura. Y aunque el fanatismo religioso y político suelen ser muy diferentes, es indudable que tienen muchos puntos de contacto.

Desde luego, no son muchos los que se alegran abiertamente por la retirada de las tropas norteamericanas en Afganistán, pero es obvio que al llenarse la boca con el fracaso de los marines y sus aliados se tiende a suponer que toda “autodeterminación” será lo mejor para este país árabe. Y eso suena bien, sin duda, excepto porque la mayoría de su población, especialmente las mujeres, se haya inerme frente a un ejército talibán ansioso por aplicar de manera irracional e inmisericorde la sharía y volver prácticamente siglos atrás.

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Afganistán debería importar a todo el mundo porque es una nación que representa hasta dónde es posible la degradación de los valores religiosos y el desprecio por cualquier formalidad democrática. Este país es la prueba, cruel y terrorífica, de que la realidad que conocemos puede ser reemplazada –esperando cambios positivos– por una bastante peor, y a partir de eso entrar a una espiral donde todo lo malo siempre puede empeorar.

Hacia los años 50 y 60 del siglo pasado, bajo el reinado de Mohammed Zahir Shah, Afganistán consiguió importantes logros sociales: el voto de la mujer, la posibilidad de que no usaran velo en la calle, de que accedieran a la educación y al trabajo. Muchas de estas reformas no llegaron, desgraciadamente, a la mayoría de la población rural. Los cambios se restringieron a ciertas áreas urbanas. Luego vino un golpe de Estado en 1973. Más tarde, en medio de crecientes convulsiones políticas, los comunistas legaron al poder. Con el apoyo de Moscú, miles de disidentes fueron encarcelados o asesinados. Aun así, la situación se hizo insostenible para este régimen, que ya comenzaba a ser enfrentado militarmente por los muyahidines. Entonces ocurrió la invasión de las tropas soviéticas en diciembre de 1979.

Más de 100 mil sodados rusos permanecerían en Afganistán durante 10 años. Nunca pudieron derrotar a los muyahidines, apoyados militarmente por Estados Unidos y Pakistán. Técnicamente, tampoco los rusos fueron derrotados pero el gobierno de Gorbachov llegó a la conclusión de que era imposible imponerse y decidió la retirada, contabilizando más de 15 mil muertos en sus filas y 37 mil lisiados. Fue, se dijo, el Vietnam de la URSS.

El 15 de febrero de 1989 el general Borís Grómov fue el último militar soviético en abandonar Afganistán. Cierta leyenda cuenta que al irse, dijo: “nos van a extrañar”. Y en alguna medida resultó ser cierto. Al salir las tropas soviéticas, el país se hundió en una lucha intestina por el poder que terminarían ganando los talibanes, con el apoyo de personajes como Osama bin Laden, quien haría de Afganistán el centro de operaciones de la organización terrorista más poderosa del mundo árabe: Al Qaeda. Todo ello gracias al entrenamiento y armas que, como aliado de Estados Unidos, recibió durante años.

Aunque la mayor parte de la población apoyó a los muyahidines en su lucha contra los invasores soviéticos, nunca imaginó que terminaría por instaurarse un régimen fundamentalista que haría de la vida de millones de mujeres un auténtico infierno y que marcaría un retroceso social sin precedentes.

Cuando Osama bin Laden lanza su espectacular y sangriento ataque a las Torres Gemelas, en 2001, provoca la invasión de Afganistán y la deposición del gobierno talibán a manos de Estados Unidos y sus aliados. Los 20 años de esta presencia militar fueron, como se sabe, de muy relativa paz, puesto que los talibanes nunca dejaron de combatir e intensificaron su asedio a través de innumerables atentados terroristas.

La catástrofe militar de Estados Unidos en Afganistán fue prevista por los militares rusos. “Me temo que repetirán nuestros errores. Es imposible conquistar Afganistán por la vía militar, no lo lograron ni Alejandro Magno, ni el ejército británico, ni nuestras tropas en 10 años de guerra”, dijo en 2001 el general y veterano de la guerra afgana Mahmud Garéyev. Él y otros se refirieron puntualmente a que, por ejemplo, una campaña aérea para bombardear “montes y piedras” no tenía ningún sentido.

Por su parte, consultado por el Pentágono, el general Borís Grómov, desaconsejó la invasión: “por amarga experiencia propia sé que el despliegue de tropas terrestres en Afganistán no traerá nada bueno”. A la agencia EFE el mismo general le comentó en 2001 que en Afganistán era imposible desplegar sólo un pequeño contingente de tropas, pues por cada 10 mil soldados que combatieran se requerirían otros 40 mil hombres ocupados en tareas de logística, suministros, infraestructura, comunicación y transporte.

Ahora que todas estas predicciones se han cumplido y Estados Unidos abandona el escenario afgano, el desastre humanitario y la amenaza que se cierne sobre una sociedad que ha vivido décadas en guerra son fuente de preocupación global. ¿Podrán los talibanes, sin más, imponer nuevamente los rigores más extremos de la sharía? ¿Podrán las mujeres y otros sectores de la población resistir? ¿Será posible que Afganistán viva otra vez un retroceso brutal en derechos humanos y libertades elementales?

Los analistas no son muy optimistas, pero por otro lado es muy difícil de creer que todo puede volver a ser como antes de Malala y antes de las miles de mujeres que consiguieron educarse y ganar con muchos sacrificios algún espacio de libertad e igualdad. Es a ese sector al que quizás ya no podrá doblegar por las armas el nuevo-viejo gobierno talibán. Quiero creer que será así.