La guerra produce infinidad de horrores, pero también una gran cantidad de mentiras y estupideces. La de Ucrania no es la excepción y las redes sociales y no pocos medios se encargan a diario de mostrarnos que la invasión a esta nación independiente —desde hace más de tres décadas— puede ser considerada no como un acto de agresión sino como una lamentable guerra que ha “provocado” Occidente y un gobierno de “nazis” que pretenden llevar a Ucrania fuera de su historia y cultura que son eminentemente parte de la “Madre Rusia” o de eso que Putin reclama como el “Russkiy Mir” (Mundo Ruso).

Maestro de la propaganda negra, Vladimir Putin lleva años preparando este golpe militar que, en realidad, comenzó a dar desde 2014 con la anexión de Crimea y el apoyo a los movimientos armados pro-rusos en el este de Ucrania (región del Donbás), siempre con la bandera de que combate a fascistas y que lucha por la identidad e integridad del “pueblo ruso”. Arguye sentirse amenazado por una OTAN que todavía no ha admitido a Ucrania como miembro; le perturba la posibilidad de que Finlandia y Suecia se incorporen a ese organismo, y por todos los medios a su alcance insiste en ser víctima de Occidente.

Su proyecto, dentro y fuera de Rusia, representa el regreso del totalitarismo. ¿Soviético? No, sin comunistas (aunque andan por ahí también como zombis), tan sólo con una oligarquía compuesta por empresarios que lo apoyan en la construcción de un capitalismo amafiado, sin prensa libre, sin instituciones democráticas ni organismos independientes; con un aparato educativo que exalta el nacionalismo y con un Estado policiaco capaz de encarcelar y asesinar opositores desde hace años y que ahora muestra su “eficiencia” encarcelando a miles de rusos que han salido a la calle para detener una invasión que los horroriza y avergüenza.

Como se ve, allá los pacifistas no son bien vistos por Putin. En cambio, lo conmueve la candidez de todos los progres, humanistas y pacifistas que en el mundo piden —antes que condenar la invasión— que termine la guerra, o aquellos que con gran determinación “antibélica” llaman a Occidente a no echar más leña al fuego con nuevas sanciones hacia Rusia o pidiendo que por piedad no envíe más armamento a Ucrania (¡el país invadido!).

En esta guerra está en juego el orden mundial que Putin quiere trastocar para devolverle a Rusia “su grandeza”, aunque muchos ciudadanos sólo reparen en los precios del petróleo y la gasolina. Mientras tanto, progres de toda laya aprovechan para vendernos su simpatía por Putin —o algo parecido que termina por hacerle el caldo gordo al autócrata ruso— recubierta de toda clase de sofisticadas disquisiciones, aprendidas en las sectas académicas más deplorables de las universidades mexicanas y, por supuesto, del mundo entero.

He leído toda clase de comentarios. No espero, desde luego, que todos coincidan con mi perspectiva, pero debo decir que algunos me preocupan por su empeño para presentarnos como “lúcidos” unos auténticos cocteles ideológicos. Así, por ejemplo, leo en El País (del 2 de marzo pasado) un artículo de Eliane Brum, una ecologista y feminista (por lo que deduzco) que tiene como principio lógico supremo la explicación de la guerra a partir de la maldad de los caucásicos, su machismo y los combustibles fósiles:

“Se mire como se mire, la guerra de Ucrania la impulsan hombres blancos y sus valores patriarcales, al frente de un mundo configurado por su economía del carbono (…) Existe una relación entre las imágenes fálica de las torres petrolíferas y las escenas de masculinidad exacerbada que producen calculadamente autócratas como Vladimir Putin (…) Pero si Putin es un personaje siniestro, eso no exime a Joe Biden y a los líderes europeos, que también están jugando con cartas marcadas. ¿Cuál ha sido la gran apuesta del canciller alemán Olaf Scholz? Anunciar una inversión de 100,000 millones de euros en sus fuerzas armadas…”

Junto a este tipo de razonamientos, están nuestros izquierdistas, especialmente iberoamericanos, alimentados ideológicamente con las sobras populistas que dejó el comunismo. Son una legión de nostálgicos del socialismo real que fingen ahora (después de que la invasión a Ucrania está en marcha) ser pacifistas y se desgarran las vestiduras contra la guerra, contra el envío de armas (a Ucrania, claro) y apoyan a toda clase de gobiernos que expresen “neutralidad” o que se opongan a participar de las sanciones internacionales contra la amada Rusia.

Incluso he leído en twitter, luego del bombardeo ruso a un hospital en Mariúpol que ha matado mujeres y niños, a algunos sensibleros de pacotilla que dicen que Ucrania debería rendirse para no aumentar el número de víctimas (no que los invasores deberían retirarse). Son los mismos que no han dicho una sola palabra en contra de la bárbara invasión, ni de la represión en Rusia, ni de la vuelta del proyecto totalitario que tiene distintas vertientes, algunas muy cercanas a los populismos que conocemos en otros países de Europa y América Latina.

La simpatía por Putin no sabe confesarse como tal, pero la podemos ver en todas esas expresiones pacifistas y “progresistas” que desearían simplonamente que la guerra acabe y, claro, que Ucrania sea sometida por Rusia.


@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez

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