Con diferentes lemas y frases elementales –“abrazos no balazos”, la más socorrida–, así como una campaña de propaganda negacionista de las cifras reales de muertes violentas en el país, acompañada del infaltable señalamiento de que el problema le fue heredado por los gobiernos corruptos del pasado, el gobierno de López Obrador ha subestimado, una y otra vez, la grave inseguridad que vive el país.
Su convicción parece ser que, también en este tema, la repetición incesante de una mentira conseguirá instalarse tarde o temprano como cierta. Sin embargo, la complejidad e implicaciones de los hechos hacen imposible que la farsa presidencial –aun con el gigantesco montaje y actuación de la Guardia Nacional– se imponga en esta materia.
Esta semana ha quedado demostrado plenamente. Abrió con el escándalo del secuestro de cuatro ciudadanos estadounidenses en Tamaulipas y la confrontación del Presidente López Obrador con el exfiscal de Estados Unidos, William Barr (quien había dicho en un artículo que AMLO es el “facilitador en jefe de los cárteles mexicanos”) y con un legislador republicano, Dan Crenshaw, quien forma parte de una corriente muy beligerantes que está promoviendo la intervención militar de EU contra los cárteles mexicanos. Luego de que el lunes AMLO rechazara esta posibilidad, de inmediato, mediante un mensaje en Twitter, Crenshaw le respondió en un tono pocas veces visto: “Todo lo que queremos es enfrentarnos finalmente a los poderosos elementos criminales que aterrorizan al pueblo mexicano, sobornan y amenazan a los políticos mexicanos y envenenan a los estadounidenses. ¿Está en contra de eso, señor presidente? ¿A quién representa, a los cárteles o al pueblo?”
En un entorno nacional en el que todos los días se sufren un sinnúmero de atrocidades, cuatro secuestrados más no parecían marcar ninguna diferencia, pero el hecho de que fueran ciudadanos estadounidenses convirtió el caso en una prioridad para los cuerpos de seguridad mexicanos.
Desde temprano, el embajador Ken Salazar externó su preocupación. El FBI hizo público que ofrecía una recompensa. La vocera de la casa Blanca, Karine Jean-Pierre, manifestó que “este tipo de ataques son inaceptables”. Y hasta Elon
Musk, héroe involuntario del “éxito económico” de la 4T, no pudo sino resumir la situación de sus paisanos secuestrados en un breve tuit: “es una locura”, dijo, y sacudió un auténtico avispero del que surgieron muchos comentarios y una pregunta que debió dar escalofrío a más de uno en Palacio Nacional y en el gobierno de Nuevo León: ¿Por qué Musk invierte en un país con tanta inseguridad?
Así que para el gobierno de López Obrador fue sin duda un “lunes negro” en lo que hace a su imagen internacional: tuvo que salir a apagar, como esos magos inexpertos a los que se les derraman las sustancias inflamables de algunos de sus trucos, un montón de pequeños y grandes fuegos. Hasta el momento no lo ha conseguido. De hecho, mientras escribo esto, AMLO ha profundizado su confrontación con los republicanos: ha dicho que no permitirá que Estados Unidos intervenga en México para combatir a los cárteles de la droga, y que si los republicanos insisten en ese planteamiento llamará a los mexicanos en EU a votar en contra de su partido por “intervencionista, inhumano y corrupto”. A las pocas horas de este discurso, el “superpeso” mexicano ya había perdido 45 centavos, un resultado que algunos analistas atribuyeron a sus palabras.
Como sea, todo esto le ha pegado a su campaña favorita de estos días: señalar a Felipe Calderón como jefe de un “narcoestado” a partir del juicio al que fuera su fiscal, Genaro García Luna, y quien ha sido encontrado culpable. El hecho es que todo el proceso de García Luna no le ha interesado gran cosa ni a los medios ni al público de Estados Unidos, a diferencia de los señalamientos de los republicanos y de la respuesta que ha dado el Presidente mexicano.
El resultado de esto es que en Estados Unidos López Obrador empieza a ser presentado como el cómplice de los grupos criminales dedicados al narcotráfico. Es profundamente paradójico: mientras que la 4T intenta mantener la atención de los mexicanos en el pasado y, sobre todo, en torno de los crímenes de Genaro García Luna y, presuntamente, del expresidente Calderón (algo que tiene sin cuidado a la opinión pública de Estados Unidos), los republicanos –y no pocos medios de comunicación– lanzan una campaña en la que muestran cómo en el presente, ahora mismo, miles de ciudadanos de su país son “envenenados” por unos cárteles que parecen actuar con el consentimiento y complicidad del gobierno mexicano, algo que sí interesa y de modo muy notable a la sociedad norteamericana.
Ahora bien, atenidos a las estadísticas incontrovertibles de la estrategia de seguridad de la 4T –concediendo que exista–, el fracaso es evidente dentro y fuera del país. Hacia el interior y hacia el futuro, al Presidente López Obrador no le va a ser suficiente la culpabilización cotidiana que hace de los gobiernos “neoliberales” y “corruptos” del pasado; y hacia el exterior, concretamente hacia los vecinos del norte, no le va a bastar con envolverse en la bandera nacional e invocar la soberanía mexicana.
Tendría que ofrecer resultados tangibles en el combate al crimen organizado. Pero eso es, hoy por hoy, lo más difícil que se le puede pedir a su gobierno.
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FB: Ariel González Jiménez