En un libro posterior a la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, pero también anterior a su ruidosa y amenazante salida de la Casa Blanca, el profesor David Runciman profetizaba lo siguiente:
“…no creo que la llegada de Trump a la Casa Blanca signifique el fin de la democracia. Las instituciones democráticas de Estados Unidos están diseñadas para resistir toda clase de baches en el camino, y la extraña y errática presidencia de Trump no está fuera de los límites de lo superable. De hecho, que tras la Administración Trump venga una situación relativamente normal es más probable que el hecho de que después venga algo todavía más estrafalario”.
Este certero pronóstico con el que inicia su obra Así termina la democracia (Paidós, 2018), muestra cómo el optimismo puede tener un gran sustento cuando hablamos de la vida institucional de naciones como Estados Unidos. No obstante, por lo que todos pudimos ver, las cosas fueron muy difíciles, aunque al final el triunfo democrático y legal de Biden consiguió imponerse a la histeria golpista de Trump y sus huestes.
Hoy, la lectura de Runciman hace inevitable que nos preguntemos qué tan optimistas podemos ser en un país como México, donde su joven y frágil democracia vive momentos críticos bajo un gobierno obstinado en invadir, anular y subordinar a los otros poderes y a las instituciones autónomas, así como en vilipendiar a la prensa crítica y a sus exponentes, periodistas e intelectuales, todo esto en un ambiente pandémico, violencia extrema y profunda crisis económica.
Por lo pronto, más allá de formulaciones retóricas, aquello que resulta esencial para seguir definiendo a México como una nación democrática está en riesgo, en verdadero riesgo: el Instituto Nacional Electoral, último reducto de la legalidad de las urnas o de aquello que valida y da certeza al voto ciudadano, está siendo sitiado por el Presidente López Obrador y su partido, que llegaron al poder precisamente porque es falso que el INE sea parcial o responda a los intereses de “los conservadores” o de cualquier otra fracción.
Al igual que otros países latinoamericanos con gobiernos populistas, México experimenta el desmantelamiento del Estado tal y como se lo conocía para dar paso a estructuras que acaten, incluso por encima de las disposiciones legales más elementales, las órdenes y directrices del jefe de gobierno y su partido, que se sirvieron justamente de las garantías de la vida democrática para acceder al poder. Habrá quienes insistan ingenuamente en marcar alguna diferencia entre los populismos de “izquierda” y de “derecha”, pero francamente el resultado llega siempre al mismo callejón: autoritarismo, parálisis o extinción de las instituciones y organismos autónomos, reducción o paulatina desaparición de libertades, ninguneo de los derechos humanos y una creciente militarización.
El cerco al INE, que ha comenzado con la descalificación de sus consejeros por parte del Presidente López Obrador y continuado, físicamente, con una turba liderada por Félix Salgado Macedonio que lleva a cabo un plantón en sus instalaciones, tiene por objetivo preparar su eventual desaparición. La instrucción presidencial ha sido terminante: emprender una ofensiva general contra el INE que lo vulnere en todos los terrenos posibles para luego encontrar el camino formal de su aniquilación como organismo independiente.
A ello se han abocado –vergonzosamente– funcionarios como la misma secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, y desde luego el presidente de Morena, Mario Delgado, convertido en “enemigo vociferante del INE” (para buscar “ejecutar a la autoridad, antes que lo declare ratero”, en palabras de su correligionario Porfirio Muñoz Ledo, que algo lo conoce).
Sin embargo, las cosas no lucen tan fáciles para los enemigos del árbitro electoral. AMLO no lo puede desaparecer por decreto y una reforma constitucional requeriría, como se sabe, de una mayoría de legisladores (dos terceras partes), así como otra, absoluta, en los congresos estatales, que ahora mismo no es seguro que lleguen a tener.
Por lo demás, el desprestigio que intentan generar en torno al INE está revirándoseles sobre todo porque eligieron como punta de lanza para golpear al Instituto al más impresentable de sus candidatos: Félix Salgado Macedonio. Tienen muchos otros de la misma ralea, pero con él a la cabeza de las “movilizaciones populares” contra el INE llevan las de perder en materia de imagen. Y secundado por Mario Delgado –quien por supuesto no hizo caso de las mujeres de su partido, mucho menos de las demás–, el espectáculo de su protesta es mucho más deplorable.
Así, a pesar de que no tenemos la fortaleza institucional de otras naciones democráticas y de que el gobierno se empeña en absorber todo lo que representa autonomía, es posible ser optimista con algún fundamento si la gente, los ciudadanos, usted y yo, todos, protegemos al INE sabiendo que al hacerlo protegemos todo aquello que representa: reglamentación de los partidos, certidumbre y credibilidad a la hora de votar, pero también para nuestra existencia y convivencia cívica, al punto de que desde hace muchos años el documento más confiable en todos los ámbitos, y que por eso nos sirve para identificarnos, es nuestra credencial del INE.
Este tema no es menor. Intentar ignorar la condición ciudadana del INE, ratificada una y otra vez a lo largo de varias décadas, es lo más grosero y fraudulento que se les pudo ocurrir a sus enemigos para sitiarlo. Buscar desprestigiar al INE porque de cara a las próximas elecciones Morena no tiene la seguridad de ganar, sólo ha provocado –y lo podrían medir en sus encuestas– que su desprestigio aumenta día con día.
Las elecciones del próximo 6 de junio son esenciales para el futuro de nuestra democracia. Como la gran mayoría de los mexicanos, no dudo que el arbitraje del INE será el mejor por la sencilla razón de que lo instrumentarán millones de ciudadanos como usted y yo, en las casillas, representando a los partidos en el recuento de votos y, obviamente, acudiendo a ejercerlo en forma secreta y libre.
Y es a esos millones de ciudadanos, que dan vida a nuestra institución electoral, a los que realmente teme el poder en turno, porque no tiene control sobre ellos y porque representan una autonomía y libertad que por lo visto le resultan peligrosas para su proyecto.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez