Alrededor de la democracia, el discurso populista lo enmascara todo. Históricamente ha ocultado, cuando ha sido oposición, sus verdaderas intenciones frente a esta; pero ya en el poder, sin tardanza, ha intentado por todos los medios socavarla o, si es posible, destruirla. Las lecciones del siglo XX a este respecto son numerosas y, desgraciadamente, vienen multiplicándose en el que vivimos.
En México, el populismo que encarna Andrés Manuel López Obrador consiguió embozarse –por un tema estrictamente de rentabilidad política– como una tendencia de “izquierda”. La etiqueta bien podría ser lo de menos, pero en un país con millones de pobres y desigualdades inmensas salta a la vista que convenía adscribirse al cuadrante “progresista”. De ahí la rentabilidad de la que hablo.
No hace falta examinar gran cosa el tipo de personajes que componen la dirigencia del partido y el gobierno de Morena, para encontrarnos básicamente una muy funcional amalgama de rancios (y corruptísimos) ex priistas y panistas conversos, sindicalistas “charros”, empresarios de ocasión (para cada licitación), evangelistas que cobran como “servidores de la nación”, juniors de toda laya, y una capa de ex militantes comunistas –formados en el dogmatismo y especialmente en el autoritarismo– que son los que, digamos, le vendieron la franquicia “ideológica” al lópezobradorismo (una definición más correcta de todo este movimiento, porque expresa lo que es: un caudillismo, mesiánico para colmo).
Gracias a una programada campaña con años de marchas, plantones, mucho dinero en cash, como ahora se sabe, y la enorme ingenuidad de diversos círculos progresistas, el linaje de “izquierda” que se atribuye el hoy señor Presidente ha quedado implantado. A tal punto lo da por cierto, que se permite sin ningún rubor descalificar como “conservadoras” a probadas figuras de la izquierda; en ese ejercicio apela, desde luego, a la desmemoria o a la profunda ignorancia de sus seguidores.
Por eso, de cara a la marcha del pasado domingo, no encontró mejor respuesta que atacar a quien sería el único orador en esta, José Woldenberg. Lo presentó “como el maestro político de Lorenzo Córdova y de todo ese grupo”, uno de “los intelectuales orgánicos de ahora”, que “padece como amnesia y ahora resulta que vivimos en un país con instituciones democráticas limpias, con gente íntegra en los consejos, en los tribunales”.
Pues bien, para lo que sí se necesita ser amnésico es para no reconocer que tenemos instituciones democráticas lo suficientemente limpias como para que López Obrador haya llegado a la Presidencia de la República por la vía del voto. Y todavía más para tratar de invalidar a Woldenberg como “impuesto” por Zedillo cuando presidió el entonces IFE, siendo que el propio AMLO formó parte del consenso partidista que rodeó esta designación. La mala memoria del populismo es notable. Sin embargo, por fortuna quedan las pruebas y testimonios que siempre lo desmienten.
López Obrador tiene a la calle en especial consideración. Por eso le afectó tanto que el día de su cumpleaños miles de ciudadanos hayan acudido, por su propio pie, a una marcha en defensa del INE. Descalificar y desestimar el número de participantes en ella fue su primera instrucción, pero al parecer resultó contraproducente, debido a la respuesta inmediata (y también espontánea) de los asistentes a esta movilización, quienes en redes dejaron en claro que eran muchos más de los que contaban las autoridades y que también tenían mucha mayor convicción por la causa democrática de la que suponía el gobierno.
Así que en su obsesión por demostrar que no hay más dueño de la calle que él, ha anunciado una marcha para restituir su imagen de líder popular, que siente magullada después del domingo pasado. No dudo que será masiva y apoteósica. Desbordarán el Zócalo los contingentes venidos de Chiapas, Tabasco, Oaxaca, Nayarit, Sonora y demás estados morenistas, además de los capitalinos que lleve la Sheinbawm (la pelea va a ser quién acarrea más), para rendir culto al venerable líder.
Pero algo se le ha olvidado al señor Presidente: una cosa es hacer marchas desde la oposición y otra muy distinta desde el poder. La misma confusión que padece en su manejo de la Presidencia (donde gobierna como si estuviera en campaña), la tiene en este punto: las marchas son para los opositores, no para quien detenta el poder. La inseguridad que demuestra saliendo a la calle es proporcional a su ignorancia sobre las tareas de gobierno. Su consigna de ganar “una avalancha de votos” para el 2024 apenas si disimula su mayor ambición priista: “el carro completo”. Pero ahí también sufre de un olvido: los mexicanos ya probamos la alternancia, la pluralidad, el respeto al voto y hasta el delirio de votar por él. No volveremos ni al partidazo, ni a la intolerancia, ni a la unanimidad que tanto añora. Por eso defendemos al INE. Por eso salimos a marchar.
FB: Ariel González Jiménez