A pesar de todos los pesares, es decir, incluso con la pandemia global y sus efectos disruptivos en diversos ámbitos, no son pocos los analistas y expertos que avizoran un futuro económico mundial más promisorio que el de la década pasada, marcada indeleblemente por la crisis de 2008.
Resulta paradójico que en medio del desplome de las tasas de crecimiento, el masivo desempleo y los millones de muertos por el Covid-19 se puedan vislumbrar señales positivas. Sin embargo, lo que explica este optimismo tiene sustento, sobre todo, en el desarrollo científico y tecnológico, esa vertiente tan despreciada y minusvaluada por los gobiernos populistas, que suelen mirar con desconfianza todo lo que se aleje de la propaganda y los artículos de fe que preconizan.
No hay nada mágico en los alentadores pronósticos que se vienen anunciando. Desde luego, no se materialización ni inmediata ni automáticamente, puesto que no están exentos de dificultades y retos por superar, pero ya es en sí mismo bueno que se estén abriendo camino entre las expectativas globales a considerar.
A comienzos de este año, The Economist (en su número del 16 de enero) resumía en tres pilares lo que está sucediendo y que puede dejar atrás el “gran estancamiento” de la década pasada y aun la devastación producida por la pandemia. En primer, lugar señalaba “la avalancha de descubrimientos recientes con potencial transformador. El éxito de la técnica del “mensajero RNA” detrás de las vacunas Pfizer-BioNTech y Moderna, y de los tratamientos con anticuerpos, muestra cómo la ciencia continúa potenciando la medicina (…) La inteligencia artificial por fin está mostrando un progreso impresionante en una variedad de contextos. Un programa creado por Deep Mind, parte de Alphabet, ha demostrado una notable capacidad para predecir las formas de las proteínas. El verano pasado, OpenAI presentó GPT-3, el mejor algoritmo de lenguaje natural hasta la fecha; y desde octubre, los taxis sin conductor han transportado al público por Phoenix, Arizona. Las espectaculares caídas en el precio de la energía renovable están dando a los gobiernos la confianza de que sus inversiones ecológicas darán sus frutos. Incluso China ahora promete neutralidad de carbono para 2060”.
La segunda clave que da The Economist para este creciente optimismo es “el auge de la inversión en tecnología”. Desde luego, la publicación refiere el caso de países desarrollados que han visto cómo “el sector privado no residencial gastó más en computadoras, software e investigación y desarrollo (i + d) que en edificios y equipo industrial por primera vez en más de una década”, donde además los gobiernos “están dispuestos a dar más dinero en efectivo a los científicos”.
Por último, pero no menos importante, está “la rápida adopción de nuevas tecnologías”, que incluye la nueva costumbre de las videoconferencias, el desarrollo sin precedentes del comercio electrónico, así como los pagos digitales, la telemedicina y la automatización industrial.
Como es obvio, todo esto no garantiza que la recuperación económica mundial se generalice y muchos menos que tenga resultados justos. Los indicios de que el “rebote” que producirá la recuperación no serán en forma de “V” sino en forma de “K” (acusando un aumento de la desigualdad) no son pocos. Pero es un hecho que el principal componente de la reactivación en marcha es, de acuerdo con un informe preparado por el Instituto Elcano, “la determinación de los principales gobiernos y bancos centrales de aplicar todas las medidas laborales, fiscales y monetarias necesarias para suavizar el impacto del shock e intentar minimizar las cicatrices permanentes que pudieran producirse en el tejido social y empresarial. De tal manera, parece haber surgido un nuevo consenso keynesiano en base al cual gastar e invertir desde un primer momento es menos costoso a medio y largo plazo, sobre todo si la nueva inversión se traduce en un crecimiento más vigoroso y sostenible, que ajustes prematuros que terminarían erosionando en mayor medida las finanzas públicas”.
Al ver este panorama, inevitablemente nos preguntamos: ¿De qué modo México forma parte de todo esto? ¿Qué está haciendo nuestro país para participar de estas grandes tendencias y políticas que sin duda alguna (a otros) brindarán grandes oportunidades de crecimiento y desarrollo en el corto y largo plazo? Siento decirlo, pero en términos coloquiales México no sólo “está fuera de la jugada” sino que va en sentido contrario. Tal es la colocación que ha alcanzado para el país la llamada Cuarta Transformación, un proyecto regresivo que lejos de pensar en autos eléctricos está profundizando el estancamiento y generando enormes rezagos en todos los rubros.
Los indicadores no mienten. Nadie pretende que la responsabilidad de los datos más graves que enfrentamos sea responsabilidad exclusiva de este gobierno, pero su indisposición para instalarse en la ola del cambio mundial es más que evidente.
Sólo daré tres ejemplos alusivos al contexto que previamente he dado: 1) Mientras que los países desarrollados protegen a sus científicos y sus proyectos de investigación, aquí se los deja sin apoyos, estímulos y reconocimientos (lo que incluye a las ciencias médicas, tan desprovistas de todo en el momento en el que más lo hemos necesitado). 2) Al tiempo que el mundo busca mitigar con energías limpias el enorme daño que se ha producido al medio ambiente, nuestro gobierno se empeña en fomentar la generación y consumo de combustibles fósiles. El tren porfiriano y la refinería de Dos Bocas que construye en el sureste, simbolizan la visión retrógrada que mantiene en el tema energético, a contracorriente de la dinámica económica que se impondrá en el mundo en las próximas décadas, y 3) El gobierno de AMLO ha desestimado la aplicación de las más urgentes medidas fiscales y monetarias que hubieran podido contener los efectos más nocivos de la crisis por la pandemia, y ha insistido en orientar el gasto hacia sus programas clientelares y proyectos “estelares”.
Por lo demás, las formas que envuelven la regresión de nuestro país son cada vez más antidemocráticas, irrespetuosas del equilibrio de poderes y la transparencia, agresivas con las instituciones autónomas e independientes, partidarias de una militarización inédita en la historia contemporánea. Este es el método que ha encontrado el Presidente López Obrador para ponernos en un camino que va directamente al pasado.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez