Hace más de dos mil años, Quinto Tulio Cicerón, hermano del notabilísimo Cicerón que nos resulta mucho más conocido, escribió —en una carta dirigida precisamente a su hermano, candidato por ese entonces al consulado romano— que “hay tres cosas en concreto que conducen a los hombres a mostrar una buena disposición y a dar su apoyo en unas elecciones, a saber, los beneficios, las expectativas y la simpatía sincera”.
Dudo mucho que el Presidente López Obrador se haya acercado a estas reflexiones a través de la lectura, pero siendo un prototipo mexicano muy avezado del zoon politikón es obvio que las entiende perfectamente desde el punto de vista práctico, de ahí su enorme popularidad, cifrada en eso que no pocos comentaristas han señalado como una campaña política permanente. Más que a gobernar, se ha dedicado cotidianamente a generar —y ante todo prometer— beneficios y expectativas que mantienen su enorme grado de aceptación y “simpatía sincera” entre la población. Un día seremos como Dinamarca, no importa que ahora sólo huela a podrido.
Mientras tanto, gobierna como candidato y todas sus acciones presuntamente de gobierno son parte de una campaña incansable a la que ahora ha sumado a quienes aspiran a relevarlo (si tal cosa es posible). Pueden decirse de él muchas cosas, pero no es posible negarle tenacidad y disciplina; es él quien ha puesto el ejemplo: 18 años de recorrido electoral infatigable hasta alcanzar el poder y, ya en él, otros más —lleva cinco— de una cruzada abierta y cínica para volver al régimen de partido único, publicitar a Morena por todos los medios y apoyar, contra todo decoro institucional, a quienes aspiran a llegar o han llegado a un cargo de representación amparados bajo su membrete. La campaña lo ha sido todo y lo seguirá siendo el resto del sexenio.
Ahora siguen sus pasos las llamadas “corcholatas” (ridículo, pero sobre todo penoso mote donde los haya: me recuerda el de una famosa meretriz del cine de ficheras), obligadas a comenzar en aparente armonía una engañosa campaña para elegir quién encabezará la “defensa de la 4T” y eludir así las odiosas restricciones legales que en materia de temporadas electorales el INE tiene previstas.
La más aventajada de estas “corcholatas”, Claudia Sheinbaum, llevaba ya tranquilamente varios años placeándose por todo el país, unas veces dictando “conferencias magistrales” y otras más apoyando y levantándoles la mano a sus compañeros de partido en sus respectivas campañas por gobiernos estatales y municipales. Una nada discreta forma de ir tejiendo alianzas y ganando adeptos rumbo al 2024, pero que técnica y legalmente se define como actos anticipados de campaña. Llama por eso la atención que se haya sentido ofendida cuando a su llegada al Consejo General de Morena, el pasado domingo, fue recibida con el grito de “¡piso parejo!”
Si algo ha quedado claro en todo este tiempo, es que lo disparejo, la simulación y las trampas no son extrañas al interior de la “fraternidad” morenista. Apenas fueron pactadas (asumidas, más bien, puesto que fueron dictadas desde la Presidencia, no del partido, sino de la República) las reglas del juego no se perciben muy claras y dejan mucho a la interpretación de cada uno de los aspirantes (por ejemplo, la supuesta restricción de no dar entrevistas a medios “conservadores”).
Y menos de 48 horas después de que fue dado el banderazo de salida, los golpes bajos y las flagrantes señales de canibalismo político ya han hecho su aparición, lo que anuncia feroces jornadas políticas que pueden producir aquello con lo que los partidos de oposición sólo pueden soñar: grandes fisuras en el Titanic morenista.
El arquitecto y único propietario de esta organización colosal, digamos partidista mientras los politólogos le dan mejor nombre, cree que su campaña diaria desde la Presidencia y la que ahora inician, formal e ilegalmente, sus subalternos para sucederlo, será suficiente para hacer llegar su navío a buen puerto. Puede ser. Es una posibilidad bastante real. No se ve ningún iceberg a la vista (la decrépita oposición del PRI o el PAN no representan ningún obstáculo; y los desastres económicos y sociales del gobierno al parecer sólo se harán visibles después del viaje), pero al interior de la nave todo es un hervidero de contradicciones, astucias y perversidades.
No cabe duda, el drama se desarrollará al interior de Morena. Y el dilema de fondo parece insoluble: es imposible que López Obrador renuncie a ser el gran elector; pero también parece imposible que lo sea sin abrirle un gran boquete al casco del barco.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez