Si había alguna duda, un virus ha venido a disiparla: medir, escuchar a los expertos, decidir con responsabilidad y comunicar con transparencia, no son cosas propias del gobierno mexicano. No discutiré aquí si eso lo convierte en populista o no, el adjetivo es lo de menos, pero es un hecho que guarda una profunda relación con el estilo de gobernar de personajes como Donald Trump o el presidente brasileño Jair Bolsonaro, capaces de enfrentar la realidad con simples y llanos desplantes ideológicos.
La tozudez ideológica –del signo que sea– tiene en el quehacer gubernamental un grave problema: constantemente los hechos surgen y contradicen todo cuanto se ha venido construyendo discursivamente. Y aunque en esta permanente colisión con la realidad algunos gobernantes pretenden que no ocurre nada, lo cierto es que día tras día los hechos y los datos se acumulan y poco a poco van minando su credibilidad.
En tanto su actuación opera sobre procesos económicos y sociales más bien lentos, las sociedades tardan en reconocer a estos gobernantes. Pero cuando sobreviene la crisis o, peor aún, la tragedia y el desastre, la verdadera naturaleza de su gobierno queda expuesta nítidamente.
Hace unos meses, en el semanario cultural Confabulario de esta misma casa editorial, publiqué un texto sobre la catástrofe nuclear de Chernóbil (“ Chernóbil: lecciones universales” , 13 de julio de 2019, https://confabulario.eluniversal.com.mx/chernobil-serie-burocracia/ ). Ahí recuperaba diversos testimonios y sacaba algunas conclusiones que, mutatis mutandis, vienen a cuento frente a la forma en que el gobierno de López Obrador está enfrentando la pandemia del Covid-19 (pero también las muertes por compra de medicamentos piratas en un hospital de Pemex; el desabasto de medicinas para el cáncer y otras enfermedades; la multiplicación (antes) de incendios forestales; y, en otro terreno, la letal insistencia en una “estrategia” de seguridad que no reduce los asesinatos ni el secuestro, mucho menos la violencia contra las mujeres).
En aquella ocasión escribí:
«Chernóbil –ponga atención quien quiera prevenir desastres– fue resultado
de llevar hasta sus últimas consecuencias un plan de gobierno improvisado
por burócratas ignaros decididos a construir todo bajo el precepto de la
austeridad soviética, ahorrar y comprar lo más barato, y luego ponerlo no
en manos de los más capaces sino de los más viscosos trepadores en
todas las instancias»
Y concluía: «Las comparaciones nunca son del todo pertinentes, pero muchos
de los pasos que llevaron a la tragedia de Chernóbil no tienen nada que ver
con la construcción de un reactor nuclear, sino con una forma de hacer las
cosas: un profundo desprecio hacia la iniciativa intelectual y científica, una
línea política autoritaria que privilegia el servilismo y castiga la crítica, un
modo de gobernar sin medios libres, sin contrapesos institucionales y en
permanente confrontación con los hechos, con la verdad».
Claro, México no es como la ex Unión Soviética, pero en algunas prácticas todo recuerda a la burocracia en el poder de aquel país: ignorar a los expertos científicos (aun a los del propio gobierno), culpar a los “conservadores” de magnificar la crisis y señalar a la prensa nacional y extranjera como cómplice de ellos, o negar las insuficiencias de infraestructura y el desabasto de medicamentos y materiales de primera necesidad, entre otras barbaridades.
Frente al Covid-19 estamos entrando a un siniestro túnel y, por lo mismo, no podemos saber exactamente qué es lo que encontraremos al salir de él ni cuál va a ser el recuento final de la pandemia, a la que ya acompaña una crisis económica que tendrá efectos más duraderos.
Ojalá me equivoque, pero tenemos indicios claros de que las cosas no pueden estar bien cuando en Estados Unidos, en la frontera con México, hay cientos de casos y de nuestro lado sólo unos cuantos; cuando pareciera que las autoridades federales prefieren la inferencia a las pruebas, lo que durante semanas, sin haber cerrado aeropuertos ni declarar el aislamiento obligatorio, nos ha mantenido extrañamente como país con un mínimo de contagiados (por supuesto, si no se hacen pruebas “no hay” enfermos). Y así andamos a ciegas.
Hemos llegado tarde a las medidas, coinciden científicos de la talla de Antonio Lazcano; no es un invento mío para hacerme pasar por epidemiólogo o para dañar la imagen del gobierno. Pero lo crucial es que este gobierno no ha sido eficiente ni responsable en muchos temas, lo cual hace muy probable que tampoco lo esté siendo en este. Por lo demás, poco ayudan un subsecretario de salud que habla de la “fuerza moral” del presidente, y este sintiéndose protegido por un “escudo” metafísico. Nadie los culpa de la llegada del virus, sino del tratamiento que le dan al problema.
Suponiendo que la crisis sanitaria que apenas se avecina logre ser superada –y en verdad es lo único que podemos desear todos–, la imprevisión y mentiras del gobierno en torno de la crisis económica tendrán consecuencias devastadoras. No bastará con que se atribuya haber “bajado” el precio de la gasolina, ni que se hable de apoyos fantásticos e inexistentes para los sectores más golpeados. A la crisis económica que ya está en marcha solo le faltaba una chispa –parafraseando al camarada Mao, héroe de algunos “cultivados” morenistas–, porque la pradera estaba ya demasiado seca.
Ojalá no hayan despedido a los bomberos.
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FB: Ariel González Jiménez