Esta semana concluyeron las labores de la servidumbre congresal para desaparecer 109 fideicomisos: una mayoría de diputados y senadores morenistas, contando con el apoyo de sus más inmundos aliados, obsequiaron su voto para aprobar esta iniciativa que deja en el vacío un sinnúmero de proyectos de investigación científica y tecnológica, lo mismo que becas y apoyos diversos en el campo de las humanidades, la cultura, los derechos humanos y el deporte.
Tuvo razón el Presidente de la República en hacerles público su agradecimiento: pocas veces en nuestra historia reciente el jefe del Ejecutivo ha contado con mucamos tan solícitos y disciplinados para consumar atrocidades de esta magnitud.
Ciertamente hubo excepciones –tan pocas, como la de la senadora Ifigenia Martínez, que su dignidad brilla más–, pero no sorpresas: se confirmó el triste papel que les ha asignado López Obrador a sus pequeños “tribunos” de Morena. Hicieron lo único que saben hacer, obedecer ciegamente. Sólo un partido que ampara a una señora que vota diciendo “a favor, cabrones”, pudo ignorar con grotesco desprecio las voces que dentro y fuera del país (Amnistía Internacional o cientos de científicos extranjeros) les advirtieron la barbaridad que estaban por cometer y que finalmente llevaron a cabo con la “convicción” de estar sirviendo a un mejor país. ¿Privó la imbecilidad ideológica, la ignorancia supina o la abyección cínica? Acaso una parte de todo esto que ahora los marcará de por vida.
Puede ser que les haya tocado realizar el trabajo más sucio, pero justo es decir que no actuaron solos. Una vez que el Presidente López Obrador dejó claro que terminar con estos fideicomisos era prioritario (para así acabar con la “opacidad” y “corrupción” de estos fondos), las responsables de áreas como Ciencia, Deporte, Cultura, Derechos Humanos y Gobernación, guardaron en general un vergonzoso silencio.
Mención aparte merece la directora del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), María Elena Álvarez-Buylla, sobreideologizada militante de la 4T que fue activa defensora del exterminio de los fideicomisos, y que no sólo no escuchó a sus colegas de México o el mundo, sino que una vez aprobada la destrucción de los mismos se encargó de señalar, con cuentas muy raras e interpretaciones más cuestionables aún, que durante el sexenio de Peña Nieto se transfirieron, vía Conacyt, unos 41 mil 624 millones de pesos a empresas como IBM, Intel, Kimberly Clarck, Whirlpool, Volkswagen, Monsanto, Bayer, Mabe, Femsa Logística, Honeywell y Bimbo, todas aborrecibles transnacionales.
Del monto señalado por Álvarez-Buylla, 15 mil 438 millones de pesos se transfirieron, según ella, a través de fideicomisos. A nuestra distinguida científica, que obtuvo el Premio Nacional de Ciencias cuando el país estaba bajo las garras del neoliberalismo, no le consta que todas esas “transferencias” sean irregulares o correspondan a un esquema de corrupción, porque reconoció (en una entrevista radiofónica con Joaquín López Dóriga) que apenas se van a investigar, pero al presentarlas como “transferencias a particulares” ya le dio todo el sesgo negativo que necesitaba su jefe en la “mañanera” para justificar ramplonamente sus decisiones.
A quien vive en Palacio Nacional tampoco le consta que haya corrupción en ellos, puesto que apenas ahora que desaparecieron dijo que se auditarán a fondo. Lo que el sentido común indicaba era que primero se debieron auditar y, de existir irregularidades o fraudes, castigar a los responsables, pero una vez más ganó la lógica presidencial de declarar culpables ex ante.
Por lo demás, la doctora Buylla recibió entre 2003 y 2015 poco más de 17 millones de pesos para desarrollar (nadie ha dicho lo contrario) su trabajo como investigadora. Dichos fondos provenían, de acuerdo con una solicitud de transparencia hecha por El Universal, de esos fideicomisos “opacos” y “corruptos” que esta funcionaria ha contribuido tanto a desprestigiar y luego a desaparecer.
Ella ha negado tajantemente que los recursos que se le asignaron provinieran de los fideicomisos desaparecidos, porque estos –acaba de reiterarlo en su cuenta de Twitter– son mecanismos de financiamiento a la ciencia propios del neoliberalismo, el cual permite el desvío de recursos públicos pues no entrega el dinero “directamente a las y los beneficiarios”. Y ella, por supuesto, jamás hubiera participado de un modus operandi semejante.
La doctora Buylla está convencida de que este esquema neoliberal “permitió discrecionalidad, falta de eficiencia y desvíos. Aunque no todo lo financiado ha sido malo. Hay casos de éxito que hay que multiplicar. Debe quedar muy claro para tod@s: una vez que el dinero del pueblo se deposita en un fideicomiso es mucho más difícil de fiscalizar. Se vuelve, de facto, dinero privado e implica grandes gastos de administración. Una vez ahí, el terreno es propicio para la opacidad y la corrupción”.
Suponiendo, sin conceder, que la doctora Buylla no haya recibido dinero de los nefandos fideicomisos, la verdadera discusión de fondo es cómo deben ser asignados los recursos a científicos como ella. Y ahí resulta extraño que una mujer de ciencia no pueda reconocer que los fideicomisos –y no sólo en México– se crearon precisamente para evitar la discrecionalidad, opacidad y corrupción que precisamente la asignación directa de recursos siempre supone. Eso no significa que todo sea perfecto, claro está. La corrupción siempre puede aparecer en los fideicomisos o en cualquier otra figura administrativa, pero son muchos más los riesgos de que esta se genere en un sistema en el que “directamente” se otorgan los recursos.
Ahora que los fideicomisos son parte de nuestro pasado neoliberal, quedan muchas preguntas en el aire. De ser cierto que los fondos no desaparecieron o se destinaron a “mejores causas” que la ciencia, ¿cómo en lo inmediato seguirán recibiendo sus apoyos los científicos y becarios? ¿Qué pasará con las investigaciones en curso y aquellas que dependían de los convenios de estos fideicomisos con los centros de investigación, la iniciativa privada o las universidades extranjeras? ¿Los organismos foráneos continuarán haciendo sus contribuciones, ahora “directamente”? ¿A quién? ¿A la doctora Buylla para que ella reparta los recursos según las necesidades de la ciencia popular?
Dice la doctora Álvarez-Buylla que en su momento consiguió realizar sus investigaciones de alto nivel “gracias al dinero del pueblo”. Muy bien, pero ese dinero –procedente de fideicomisos o no– era administrado por los neoliberales. No tan mal ni tan injustamente, por lo visto, como para que una científica tan comprometida con la causa lopezobradorista se quedara a medio camino en sus indagaciones sobre la Lacandonia schismatica o el impacto que tiene la introducción de variedades transgénicas de maíz.
La cuestión es si en el futuro, ahora que vivimos como dice la misma Álvarez -Buylla “una transformación profunda” encabezada por el Presidente donde están “primero los más pobres”, la ciencia “neoliberal” –que es de punta en distintas áreas donde coinciden empresas, organismos internacionales y el mismo gobierno– podrá seguirse desarrollando. ¿O habrá una purga de científicos “neoliberales” que no quieran servir a la Cuarta Transformación? La camarada Álvarez-Buylla tiene la palabra.
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