La guerra nunca es una buena noticia. Pero tampoco lo es que algunos gobiernos se posicionen diplomáticamente frente a ella con un discurso ambiguo o confuso que, amparado en la “neutralidad”, siempre termina por tomar partido de la peor forma, generalmente favoreciendo a los regímenes totalitarios.

Ayer lo estábamos viendo frente a la invasión de Rusia a Ucrania, un zarpazo militar que atenta contra la soberanía de un país y quebranta la legalidad internacional que avalan y sustentan las naciones democráticas del orbe.

Simular ver estos graves acontecimientos simplemente como una conflagración iniciada por dos partes que sostienen un diferendo, es ignorar que se trata de una brutal agresión unilateral perpetrada por Rusia contra una nación independiente, reconocida y respaldada por la ONU y la Unión Europea.

Visualizar correctamente este escenario no debería ser tan difícil, pero la Cancillería mexicana se esmeró al principio en utilizar los más timoratos y obsoletos conceptos de una diplomacia que vive desde hace años una profunda debacle. Por fortuna, horas después, luego de constatar que era una invasión en forma cambió el tono, abriendo espacio para una postura mucho más coherente con nuestros principios y con nuestra posición geopolítica. Lo contrario habría sido, además de un error tremendo, dar un paso más en la alineación vergonzante, "discreta" —que algunos esperan— con un bloque de países que no están interesados en promover los derechos humanos y las instituciones democráticas en el mundo.

¿Qué podía esperarse de un gobierno como el nuestro que viene haciéndose de la vista gorda frente a las tiranías de la región o directamente coludiéndose con ellas?

La respuesta diplomática de México en la coyuntura actual podría haber caído de nueva cuenta en el olvido de cómo en otros momentos México supo hacer un gran papel en la escena internacional. Por ejemplo, cuando el general Lázaro Cárdenas condenó la invasión de Mussolini a Etiopía o la agresión nazi a Checoslovaquia y Polonia que fueron el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

Por fortuna, insisto, hubo un giro con respecto a lo que por la mañana de ayer se vislumbraba. Algún partidario de la Cuarta Transformación me dirá que son momentos completamente distintos —y lo son , obviamente— pero no podrá refutar que la mejor y más digna política exterior de México nunca dejó pasar atrocidades como las que hoy realiza el ejército ruso en un territorio que decidió libremente separarse de Rusia en el momento en que se disolvió lo que alguna vez fue la URSS. Es evidente que Vladimir Putin y sus aliados consideran que fue una separación “injusta”, promovida por Occidente para debilitar a Rusia, pero esa fue la decisión soberana de un pueblo que, aunque habla ruso y comparte esenciales lazos culturales e históricos con Rusia, no quiere formar parte ya de una federación empeñada en reconstruir la lógica imperial de los zares y del poder soviético.

Esta invasión confirma que Vladimir Putin intenta recrear la “grandeza” rusa a costa de una Ucrania que desde hace siglos —primero por los zares y luego por los comunistas— ha sido sometida, anulando una y otra vez su deseo de independencia.

Sorprende que la propaganda rusa, que enfatiza la pertenencia “desde siempre” de Ucrania a su territorio o que los defensores de la soberanía responden son los mismos que en medio de la Segunda Guerra recibieron con los brazos abiertos a los nazis, encuentre eco en México. También asombra que algunos comentaristas, desde la progresía más anticuada, aborden el tema como si se tratara de un conflicto “entre dos imperialismos”: el de EU y sus aliados de la OTAN, y el ruso. En el colmo de la desinformación hay incluso quienes difunden el mensaje de Putin que señala que “los acontecimientos no están relacionados con el deseo de atentar contra los intereses de Ucrania, sino con la protección de la propia Rusia frente a quienes tratan de utilizar a Ucrania contra nuestro país”.

En los próximos días asistiremos al reforzamiento propagandístico del discurso de Putin y las degradadas izquierdas que sobre todo en el tercer mundo lo amplifican. Veremos más papelones de gobiernos como el Argentino (que antes de que empezara la guerra ofreció a Putin que Argentina fuera su “puerta de entrada a América Latina”), pero por lo pronto México ha preferido pedir la paz condenando enérgicamente la invasión rusa, llamando las cosas por su nombre y reivindicando la trayectoria que precisamente le dio lustre a nuestra diplomacia en otros momentos de profunda tensión internacional. Un respiro, sin duda, en medio de graves errores frente a las tiranos que en nuestra región besan la mano de Putin.

@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez

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