Tan obvio y grosero ha sido el última gran distractor instrumentado por el presidente López Obrador —a modo de “pausa” en la relación con España—, que me ha hecho recordar una película de los años noventa: Wag the Dog (literalmente “Mueve al perro” y que por nuestros rumbos tradujeron, desafortunadamente para variar, como “Mentiras que matan”). La expresión Wag the dog jugaba con un viejo modismo: the tail wagging the dog, “la cola moviendo al perro”, que alude a que algo importante está siendo movido o controlado por algo que no lo es. Una variante aproximada de nuestro refrán “los patos tirándole a las escopetas”.

Esta comedia negra, dirigida por Barry Levinson (más conocido por Good Morning, Vietnam o Disclosure), contaba cómo en medio de un posible escándalo de pedofilia y a pocos días de las elecciones, el presidente de Estados Unidos pide ayuda a un inescrupuloso spin doctor (Robert de Niro) que le sugiere como solución una maniobra distractora: emprender una sorpresiva guerra contra una dictadura balcánica. La situación se vuelve delirante porque la intervención realmente no tiene lugar: todo se trata de un montaje a cargo de un productor de Hollywood (Dustin Hoffman).

Se imaginarán lo divertido que es ver a De Niro y Hoffman elaborando sobre la marcha una delirante trama de mentiras que conseguirá distraer la atención de la opinión pública sobre el escándalo sexual que implica al presidente. La película nos presenta, con una buena dosis de humor negro, hasta dónde puede llegar el poder para tender una cortina de humo que impida a los ciudadanos poner atención a los problemas reales.

Imposible no tener presente esta comedia para el caso mexicano. Aquí, por supuesto, el asunto tiene menos humor y más ribetes grotescos. Como todo líder egocéntrico, López Obrador es su propio spin doctor; y la conferencia mañanera es el espacio privilegiado en el que ensaya sus mensajes y dictados de agenda. Por lo demás, cuenta —es un decir— con un gabinete lleno de obsecuentes simuladores y con una tropa de propagandistas cada vez más desacreditados (incluso en el caso de quienes pretenden aparecer como informadores o comentaristas “neutrales”, justamente porque han tenido que entrar a defenderlo abiertamente dada la barbajanería de los moneros, cómicos televisivos y demás paleros mediocres que tiene en sus nóminas).

Un presidente acostumbrado a mentir un día sí y el otro también, corre naturalmente el riesgo de ser desenmascarado a un ritmo semejante. Santiguarse con la cartilla moral de Alfonso Reyes, exaltar la pobreza cual hermano franciscano y llenarse la boca cotidianamente con un combate a la corrupción que sólo él cree haber ganado, genera inevitablemente mayor visibilidad y escándalo para una corruptela familiar como la descubierta por Latinus y Mexicanos Contra la Corrupción. Y es lógico: la prostitución no es noticia en los burdeles; lo es, y de qué forma, en casa del señor obispo. El shock, aun entre sus seguidores, es ya cuantificable en la pérdida de varios puntos en su cuidada popularidad, con la que él siempre demuestra que todo va de maravilla. (Lo que denota una curiosa forma de razonar que ha acompañado a un sinnúmero de políticos y hasta tiranos adorados por las masas: ser popular es ser invulnerable, tener invariablemente la verdad o estar por encima de la realidad).

Esta vez, con una irresponsabilidad que consiguió de inmediato afectar la relación con España, se propuso salir al paso de los cuestionamientos sobre la casa de su hijo en Houston refugiándose en el viejo tema de las empresas españolas que en su opinión han saqueado a los mexicanos. Días antes había apelado al penacho de Moctezuma como recurso distractor, pero no le ayudó gran cosa.

No es fácil discernir cuándo sus errores —de dicción, aritméticos, verbales o simplemente sus confusiones y sandeces— son fingidos o reales. Es muy probable que también en eso nos mienta, porque desde muy temprano descubrió que sus limitaciones intelectuales son una carnada suculenta para el círculo rojo, y un factor de empatía con la población poco escolarizada, que conforma el grueso de sus seguidores.

Como sea, instintivamente el Primer Mandatario miente todo el tiempo y no sería raro que hasta él mismo creyera algunos de sus embustes. Pero a pesar de que entre sus fanáticos sí ha resultado válido aquello de que repetir constantemente una mentira la termina por volver “verdadera”, todos los días el desencanto llega a nuevos segmentos de la población, como prueba de que sus propósitos mañaneros rebasan con mucho sus capacidades.

Si el Presidente consultara a un spin doctor suficientemente serio, este le advertiría que en política las cosas no se pueden resolver siempre con mentiras o distractores. Y menos aún con una pausa. Cuando son muchos los problemas acumulados, como es el caso, la aparición de uno nuevo hace más presión y empuja necesariamente al desbordamiento del conjunto. Podría decirle, didácticamente: usar el clóset para tirar la basura tiene, con el tiempo, el inconveniente de que cada vez que lo abra para depositar un nuevo desperdicio es muy posible que la inmundicia se le venga encima.

Ya está sucediendo.

@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez

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