Dinamarca es siempre un buen ejemplo de bienestar y progreso. En su muy didáctico y recomendable libro Política, David Runciman comienza por explicar el éxito de este país envidiable en todos los sentidos, versus la desdichada Siria, nación sumida en el caos, la guerra y el atraso. Para el autor, no es que los daneses sean mejores que los sirios, ni más inteligentes, ni nada por el estilo, sino que han logrado que su país funcione bien a través justamente de la política. Entiéndase la política que genera acuerdos, acuerdos que generan reglas, reglas que fundamentan instituciones, instituciones que garantizan libertades, derechos, inversión y, en suma, un orden capaz de generar progreso.

Pues bien, como Dinamarca resulta ejemplar, en mayo del año pasado, en una de sus más célebres alocuciones de la temporada, el Presidente López Obrador –y no en broma, como podría suponerse con suspicacia– prometió: “vamos a tener un sistema de salud como el que tienen en Dinamarca… porque no es un problema de presupuesto, es un problema de corrupción”.

Su gobierno desmantelaba por aquel entonces el Instituto de Salud para el Bienestar (INSABI). Lo hacía por la “enorme corrupción” que este amparaba y porque, en resumidas cuentas, era producto de la visión neoliberal sobre el tema de la salud. “Era –dijo el Primer Mandatario– un desorden bien organizado para robar. Entonces, ¿qué estamos haciendo? Poniendo orden. Siempre he dicho que entre otras cosas la política es poner orden en el caos”. De esa forma, se procedió a integrar los servicios de salud y a concentrar las compras. El resultado inmediato todos lo recordamos: mucha gente se quedó sin atención médica y sobrevino un desabasto dramático de medicamentos, especialmente entre grupos de pacientes como los niños con cáncer.

Después, como “anillo al dedo”, vino la pandemia de Covid-19 y nos convertimos –incluso con una estadística que a todas luces brilla por el subregistro de víctimas– en uno de los países con mayor mortandad por la misma, además de ser la nación que reporta más decesos entre personal médico y sanitario. Con paso firme hacia los 100 mil muertos (rebasamos ya los 80 mil) seguimos teniendo uno de los lugares más destacado en el ranking mundial, y en medio de esa tragedia han ocurrido muchas otras que la pandemia ha invisibilizado: mucha gente que no debía morir por otras enfermedades murió, y otros tantos siguen sin recibir atención y medicamentos. De esas otras macabras estadísticas ya nos iremos enterando, pero por lo pronto entre abril y julio de 2020 se registraron 130 mil muertes más que en 2019 (y sólo una tercera parte tuvieron como causa oficial al coronavirus).

Como se ve, Dinamarca nos sigue quedando muy lejos. Eso, en lo que hace a salud. Porque Dinamarca también es un gran ejemplo en otros terrenos: prestaciones sociales (no dádivas clientelares), vida democrática (con poder judicial y legislativo de incuestionable autonomía), educación de calidad (no cascarones de simulación académica), y un largo etcétera que el mundo entero quisiera para sí.

No creo que el Presidente López Obrador, en medio del desmantelamiento en curso de los fideicomisos, se vaya a atrever a decir que pronto vamos a tener institutos de investigación científica como los de Dinamarca. Pero sí ha prometido –sin que le gane la risa– que los recursos no se perderán y seguirán llegando a los estudiantes y científicos, pero de modo “directo, sin intermediarios”. Sólo hay un pequeño problema: no ha dicho cómo ni cuándo.

Algunos de sus seguidores se imaginan que el cheque que recibía, por ejemplo, un bioquímico que investigaba un alga de rico contenido alimenticio, le seguirá llegando a su cuenta, porque así lo dijo el Presidente. Y Vamos a suponer que así es, porque la voluntad y poder presidencial todo lo puede. El científico recibe su cheque, pero resulta que su investigación como tal ya no puede desarrollarse porque su centro de investigación tuvo que cerrar en el momento (legal) en el que el fideicomiso del que dependía fue cancelado. En ese preciso momento, también dejó de llegar, pongamos por caso (y hay muchos en esa situación) la ayuda internacional que contribuía a la investigación. Igualmente, se cancelan los convenios (neoliberales todos) con algunas empresas que se servirían de la investigación. Desconcertado y muy frustrado, el investigador (que muy probablemente votó por López Obrador) se queda en casa esperando que el “control” del gobierno sobre los dineros de los fideicomisos imponga, como en la salud, “el orden sobre el caos” y que pronto su investigación se retome y pueda volver a trabajar.

Sin embargo, no hay ningún indicio de que esto pueda suceder: no hay procedimiento administrativo alguno en marcha para que ese científico cobre, para que su investigación pueda seguirse desarrollando eventualmente y menos aún para que se retomen los vínculos con las universidades y organismos internacionales con los que se venía dando algún tipo de cooperación. No hay nada, sólo la narrativa (ficticia) del Presidente de la República.

Nadie debe confundirse: “el control” de los recursos de estos fideicomisos supone que no volverán nunca a la investigación científica que se venía desarrollando. En el mejor de los casos, a la larga tendremos nuevas investigaciones de interés “científico-popular” (cercanas a los aluxes y curanderos) que recibirán algún apoyo, por supuesto “directo”. Mientras que otra parte (¿la mayor?) de ese presupuesto se irá a engrosar el de los proyectos prioritarios del gobierno y de sus clientelas políticas.

Y no hay para dónde hacerse: la servidumbre legislativa, mayoritaria, aprobó dócilmente el pedido del Ejecutivo. En su infinita ignorancia y abyección no aspiran sino a representar el interés de su líder máximo.

Supongo que deben existir algunos recursos jurídicos para impedir la desaparición de los fideicomisos, pero aunque la oposición y los afectados los pongan en marcha, tenemos a un poder judicial que acaba de postrarse, creo que definitivamente, ante los deseos (inconstitucionales, por cierto) del señor Presidente.

Los contrapesos son mínimos y frágiles, las instituciones yacen casi devastadas, la historia del absolutismo presidencial, del “carro completo” y el partido único vienen de regreso. Admitámoslo: la Dinamarca primermundista y ejemplar nos queda muy lejos; estamos mucho más cerca de la Dinamarca de Hamlet, aquella en donde algo huele a podrido.

ariel2001@prodigy.net.mx
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez

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