El domingo 8 y lunes 9 de marzo fueron jornadas históricas en más de un sentido. No abundaré aquí en la legítima sensación de triunfo y orgullo que han expresado las mujeres mexicanas por su masiva toma de las calles y, acto seguido, ausencia total. La grandeza de su lección tiene muchas aristas que es preciso seguir analizando, como lo han venido haciendo en todos los espacios a su alcance muchas de ellas y, por fortuna, no pocos hombres dispuestos a reconocer la necesidad y el valor de estas acciones.

Las repercusiones de su movilización son enormes y seguirán dando qué decir. Pero a mi juicio, en una semana particularmente intensa en todos los frentes, uno de los efectos más importantes que ha tenido la marcha y el paro femeniles ha sido evidenciar el abismo que separa a la Presidencia de la República no sólo de los reclamos y justas demandas de las mujeres mexicanas, sino de todas las causas que percibe como extrañas a su mesiánica agenda.

Es decir, debemos a las mujeres haber revelado de forma nítida no sólo el grave desinterés del gobierno de López Obrador por su lucha –lo que en sí mismo es harto preocupante–, sino que al hacerlo ha expuesto también, de forma defnitiva, la flagrante cerrazón del Ejecutivo, el desprecio por todo aquello que no procede de sus iniciativas patriarcales, la descalificación de todo lo que le resulta extraño o diferente (y que invariablemente es presentado como una trampa de la derecha para desestabilizar a la 4T).

Frente a los reclamos de las mujeres , el Presidente ha hecho proverbial su modus operandi “progresista”: las descalificó antes, las ignoró después, las volvió a descalificar y remató señalando que le sorprendía la cobertura mediática que había alcanzado la movilización (sospechosamente superior a la que recibió él en sus numerosas marchas y mítines) y que no cambiará su estrategia de seguridad.

No cambiará su estrategia de seguridad a pesar de que en los hechos la violencia y los crímenes contra las mujeres van en aumento, lo mismo que los robos, asesinatos y secuestros que sufrimos todos los mexicanos. Y dice que no la cambiará justo cuando se repite el culiacanazo, ahora en Guanajuato y con “El Marro”, uno de los criminales a los que su estrategia no puede tocar. No la cambiará, aunque ha demostrado su ineficacia en general y no frena la violencia contra las mujeres en particular.

No cambiará tampoco su política económica, donde asegura que lo más importante es “lo social”, no el crecimiento, no el empleo, no la productividad, no la inversión, como si “lo social” no dependiera de un sustento material que sólo puede provenir de estos indicadores. Menos aún cambiará el plan de negocios de Pemex y la irracional construcción de la refinería de Dos Bocas, ni siquiera en medio del desplome de los precios del petróleo y de la catastrófica situación financiera de esta empresa.

El coronavirus nos amenaza y nuestro deficiente sistema de salud no está preparado para enfrentar su propagación. Se supone entonces que su discurso cotidiano y el de sus autoridades sanitarias nos inmunizará: no hay riesgo, no tenemos problema. En consecuencia, el gobierno no toma prácticamente ninguna medida concreta. La realidad se le viene encima a la 4T, pero nada cambiará. “Y háganle como quieran...”

Mary Beard, la erudita del mundo clásico, se preguntaba al final de una de sus brillantes disertaciones sobre la voz pública de las mujeres, lo siguiente:

«¿Cómo logro que se escuche mi punto de vista? ¿Cómo hago para que noten mi presencia? ¿Qué tengo que hacer para participar en esta discusión? Estoy segura de que algunos hombres también sienten lo mismo. Pero si algo une a todas las mujeres, de todos los orígenes, de todas las ideologías políticas, en todo tipo de negocios y profesiones, es la experiencia clásica de la intervención fallida: Estás en una reunión, argumentas tu punto, surge un breve silencio, y tras unos cuantos segundos incómodos algún hombre sigue hablando de lo que estaba hablando antes. “Lo que estaba diciendo es que…” Es como si nunca hubieras dicho nada…»

La táctica del presidente López Obrador es esa: hacer como si las mujeres no hubieran dicho nada. Como si no hubieran marchado. Como si no hubieran parado. “Lo que estaba diciendo es que…” Y ahí va de nuevo el patriarca con sus asuntos, “los grandes temas nacionales”: la venta de los cachitos, su aeropuerto, el imaginario “fin del neoliberalismo”, en fin, lo que le importa.

Ha sido el peso de la movilización femenil lo que ha desenmascarado por completo a este gobierno. Por más que las mujeres de su gabinete (muy penosamente) lo hayan pretendido ocultar o maquillar.

El Presidente ignoró a las mujeres no sólo porque toda lucha que no promueva él como “gran líder” le resulta ajena y hasta adversa (siempre verá en ella la sombra de la derecha y la “reacción”), sino porque vive en el (y del) pasado, mientras que la lucha de las mujeres representa hablar del presente y del futuro del país. El presente y futuro reales, no los que él imagina (desde el pasado) en sus conferencias mañaneras. Ahora nos queda más claro que nunca. Gracias, chicas.

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