El país de la conferencia mañanera no resiste el resto del día: se desmorona escándalo tras escándalo, horror tras horror, en una infinita sucesión de hechos indignantes y aun escalofriantes, pero ignorados siempre desde Palacio Nacional. El dibujo matinal del señor presidente, perfecto y maravilloso, donde estamos muy cerca de ser como Dinamarca, es inmediatamente borrado por la terca, hiperviolenta y corruptísima realidad que vivimos.

Nadie puede decir que esté “curado de espanto”: todos los días asoma un nuevo acto de corrupción que deja atrás los que conocíamos, pero también, cotidianamente, nos asustamos con un nuevo episodio terrorífico. (Lagos de Moreno, con sus cinco jóvenes desaparecidos, es la más dramática muestra de eso). En ambos casos brilla la acción e inacción del gobierno morenista (abierta complicidad y permisivos “abrazos”).

Las soluciones propuestas en materia de seguridad han fracasado ostensiblemente, mientras que la limpieza de la corrupción (“de arriba para abajo”, pues así, decía AMLO, se barren las escaleras) no tuvo lugar, salvo en la imaginación del Primer Mandatario.

Violencia y corrupción son dos temas que se perfilan como los más explosivos en este tramo final del sexenio. Y lo más grave es que en la mayoría de los casos se vinculan de una forma u otra con el crimen organizado. En esas plazas sin ley, donde los ciudadanos son castigados con el cobro de piso, secuestro, robo, violación y asesinato, en fin, donde la vida no vale nada, los únicos que viven “en paz” son los funcionarios que simulan gobernar, administrar justicia o combatir la delincuencia.

Por supuesto, la Ciudad de México, que fuera gobernada por la principal aspirante de Morena a la Presidencia, Claudia Sheinbaum, no ha sido ajena a esta dinámica. Uno supondría ilusamente que esto ocurre sobre todo en los más bajos niveles del gobierno capitalino, pero a diario nos enteramos que la corrupción alcanza los más altos niveles. Ahora, por ejemplo, un reportaje de Latinus acaba de poner al descubierto cómo el gobierno de Claudia Sheinbaum compró fentanilo e ivermectina a una compañía que había sido sancionada e inhabilitada temporalmente por la Función Pública, y que para colmo también ha sido investigada en EU por tráfico drogas.

El jugoso negocio se llevó a cabo con un probado cuadro morenista: Carlos Lomelí, quien se habría beneficiado con diversos contratos hasta por 165 millones de pesos. Lo de la ivermectina ya sabíamos que en sí mismo fue un fraude criminal montado durante la pandemia por el gobierno de la CDMX, porque se distribuyó sin saber si realmente ayudaba a los enfermos de Covid; pero lo del fentanilo revela una vinculación del entonces gobierno de Sheinbaum con una organización (empresarial, se supone) que ha sido investigada por las autoridades de Estados Unidos por tráfico de drogas.

En todo este nuevo escándalo la palabra clave es fentanilo. No es que el gobierno de la CDMX haya comprado esta droga para un uso indebido (suponemos), pero el hecho es que la compró a una empresa que sí ha estado involucrada en su tráfico, y eso lo saben en Estados Unidos, donde el fentanilo representa ya un gravísimo problema de salud pública que se ha cobrado la vida de decenas de miles de personas.

Sin embargo, no hace falta adivinar que, como de costumbre, en México no pasará nada. Claudia Sheinbaum seguirá su campaña sin mayores sobresaltos; Carlos Lomelí tendrá nuevos negocios (lo espera, por qué no, la “Megafarmacia”), y en las mañaneras por venir el presidente continuará con ese discurso disciplinado y reiterativo en el que todo lo malo que nos sucede sigue siendo obra o herencia del pasado “neoliberal”.

¿Fentanilogate? No, ¡qué va! Un “invento” más de los conservadores…

@ArielGonzlez

FB: Ariel González Jiménez

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