Un mes después de la llegada a la Presidencia de Claudia Sheinbaum todo está muy claro: el “segundo piso de la transformación” es simplemente el eufemismo con el que ella y su partido nombraron el asalto final de las instituciones democráticas, la anulación del Poder Judicial y, con él, de los contrapesos previstos por la extinta república. Secuestrados, desaparecidos o maniatados los órganos autónomos para llevar a cabo elecciones confiables, garantizar la transparencia, la rendición de cuentas, la competencia económica, así como la defensa de los derechos humanos, estamos tocando fondo, como decía con mucho pesar un poeta español (Gabriel Celaya).

La Presidenta Sheinbaum tenía, entre otros, un bono inmejorable: el beneficio de la duda que le concedieron hasta sus adversarios, pero lo ha tirado a la basura. En un mes ha demostrado no gobernar para todos, no escuchar a todos, no consultar a los expertos, no considerar a los que piensan diferente y no tener ningún respeto por las minorías ni tampoco por las leyes y el orden constitucional que México forjó en más de un siglo. Pudo más su formación leninista que su condición de científica y mujer que tantos confiadamente exaltaron.

Ahora, hasta los más ilusos o ingenuos saben que la abultada apología que hizo de López Obrador en su discurso de toma de protesta, no fue mera cortesía sino una declaración explícita de que gobernará del mismo modo: desoyendo, ignorando, imponiendo y mintiendo. Sobre advertencia no hay engaño, es cierto, pero aun así muchos mantuvieron la esperanza de que corrigiera el rumbo. Qué va.

Todavía hace unas semanas no faltaron los comentaristas que creyeron ver

algunas diferencias entre Sheinbaum y los rudos legisladores de su partido, pero la realidad es que con ellos no hay más que un problema doméstico: algo así como la señora de la casa poniendo en orden a la servidumbre.

Sin embargo, a pesar de que la prioridad del gobierno de Sheinbaum ha sido el desmantelamiento de las instituciones democráticas y los contrapesos de poder, eso no ha evitado, desde luego, que los problemas más urgentes del país persistan y hagan crisis. La violencia extrema de estas primeras semanas, especialmente en Sinaloa y Chiapas, no hace sino anunciar un panorama siniestro para el futuro. Y aunque en los hechos la Guardia Nacional y el Ejército están actuando de otra forma, todo indica que luego de seis años de abrazos el costo de responder (ahora sí) con balazos va a ser altísimo.

El llamado a la inversión privada y extranjera se sostiene en un discurso sin cimientos. Violencia, inseguridad y ahora la abierta incertidumbre jurídica no son la mejor carta de presentación del país. Encima, el retorno de la retórica estatista: “Pemex vuelve a ser del pueblo”. ¿De quién más podría ser con sus pérdidas de 1.3 billones en estos seis años de 4T? Sólo puede ser de quien va a tener que seguirlas pagando, de un modo u otro.

Para colmo, la próxima semana el gobierno tendrá que recalcular –gane quien gane la Presidencia– su relación con Estados Unidos. Son muchos los frentes abiertos con nuestro principal socio comercial: migración, narcotráfico, revisión del T-MEC, tan sólo para señalar los más complicados, y no se ve que de este lado haya una cabal comprensión de lo que se le puede venir encima al país.

El modelo ideal de la Cuarta Transformación parece ser, grosso modo, un régimen político iliberal combinado con un pujante capitalismo de familiares, compadres y amigos (el Estado son ellos) que convive con el de los grandes inversionistas nacionales y extranjeros, así como con una red de empresas públicas (con ganancias privadas). Por supuesto, una amplia gama de programas sociales como los que ya están en marcha y los que vienen en camino. De momento, dinero no faltará para estos, aunque sí falte –y mucho– para el resto de las cosas. Así, hasta que este esquema reviente.

No veo qué los pueda detener: tienen la “supremacía constitucional”, infame invención de los legisladores de Morena; la mayoría calificada que ilegalmente arrebataron; la mayoría de los congresos estatales y todo el poder del Estado. Tienen todo eso, aunque la razón no los asista. Y así la nación ha pasado de una penosa deriva democrática al hundimiento de la República. Estamos tocando fondo.

@ArielGonzlez

FB: Ariel González

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