Como se sabe, uno de los sectores que más apoyó la llegada de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República, fue el cultural. Me refiero en términos gruesos a sus trabajadores, promotores, artistas, maestros, becarios y, en general, a todos los que tienen alguna actividad directa o indirectamente relacionada con eso que solemos llamar el Estado Cultural y en cuyos alcances y cobertura es preciso incluir las ciencias y las humanidades.

Los motivos de este apoyo con variables, pero pasan en lo fundamental por la simpatía que históricamente despierta la izquierda y sus causas en la mayor parte de la comunidad cultural. Hoy, sin embargo, esta se halla entre los segmentos más golpeados por la pandemia y la crisis económica –a las que se añade penosamente la inacción del gobierno para brindar apoyos y alternativas concretas a la situación–, lo que ha hecho a su vez que sea uno de los que más pronto se han decepcionado de la Cuarta Transformación.

Las legítimas esperanzas puestas en el relevo presidencial de 2018 se han convertido rápidamente en frustración, desaliento e incertidumbre conforme han avanzado en las instituciones culturales las reducciones presupuestales, la abierta desaparición de decenas de fideicomisos, la cancelación de proyectos, los despidos, la parálisis, el clientelismo y la concentración de los recursos en unos cuantos proyectos que lucen por su oropel.

Habrá desde luego –acaso entre los más jóvenes– quienes persistan en su convicción de que todo esto es mejor a lo anterior o que en todo caso es igual, pero dudo mucho que alguien pueda demostrárselo a los más viejos, a los que saben que esta situación (acompañada ciertamente de la pandemia y la crisis) es más grave que los peores momentos vividos antes.

Debido a la contingencia hemos pasado un buen tiempo con los auditorios, museos, bibliotecas, teatros, galerías, centros culturales y demás foros cerrados. La Secretaría de Cultura no supo cómo encarar el reto del encierro ni tampoco cómo responder al colapso económico y laboral del sector, lo que se ha convertido en la más dura prueba tanto para los artistas, productores, creadores y animadores, como para los públicos a los que estos se dirigen.

La Secretaría de Cultura está en doble falta porque no sólo fue incapaz de idear alternativas y soluciones viables para apoyar al sector, sino que tampoco recogió las iniciativas y propuestas que se fueron generando entre muchos miembros de la comunidad. El hecho es que hoy mismo, luego de que no hubo apoyos suficientes y bien canalizados, no existe un plan de reactivación cultural realista, como tampoco un programa financiero que lo sustente.

Muchos espacios que se perdieron difícilmente se van a recuperar. Miles de actores, músicos y creadores diversos no cuentan con un lugar en el “regreso” prometido, y van a tener que seguir sobreviviendo al margen. Su situación es en muchos casos insostenible y no se la está encarando con proyectos y medidas de emergencia.

Las soluciones no son mágicas. Casi todas pasan por el tema presupuestal y es ahí donde se observa con toda claridad que para este gobierno la cultura sólo fue una prioridad en el papel, en las promesas electorales, pero que en los hechos sólo se ha traducido en una austeridad indiscriminada, retrógrada y lesiva para la producción cultural en todos sus órdenes.

Puestos frente al próximo proceso electoral, los miembros de la comunidad cultural, como todos los ciudadanos, deberán decidir si vuelve a poner en manos de Morena el futuro del país. Para ellos, sin embargo, lo que se juega específicamente es el futuro de las instituciones culturales, hoy más que nunca lastimadas y empobrecidas.

No es extraño que nadie en Morena hable de la situación que vive la cultura. Para ellos todo marcha sobre ruedas y piden votar “todo Morena” amparados en la figura de “ya sabes quién”. Dudo mucho que la mayoría del sector cultural se siga identificando con un régimen que le ha dado la espalda, pero entonces la pregunta es qué votarán sus miembros, ahora más que nunca (con toda razón) reticentes y desconfiados frente a los partidos políticos. Es más, ¿votarán?

Uno de los peligros de la creciente desconfianza y rechazo a “la política” que observo entre no pocos artistas y escritores es que opten por no hacer nada, puesto que “todo es una porquería”. Si de pensar así se desprende que no votarán o que anularán su voto, permítanme decirles que estarán votando por Morena. Si eso los deja tranquilos y cómodos, muy bien, pero les recuerdo que si Morena vuelve a obtener la mayoría en el Congreso nuestra preocupación por temas como los fideicomisos de ciencia y cultura serán poca cosa frente al riesgo de una regresión tal que termine por desmantelar el Estado Cultural y sustituirlo por un aparato de propaganda y colocación de militantes.

Votar por Morena o anular el voto hará que se pierda la oportunidad de instalar en el Congreso una agenda cultural que retome los problemas y retos más acuciantes de la comunidad cultural. Creo que en todas partes hay opciones, así sea que nos parezcan las menos dañinas. El sector cultural deberá encontrarlas para defender el futuro de su actividad.

Me dicen que este fin de semana un importante grupo de artistas, músicos, curadores y en general trabajadores de la cultura se manifestarán a favor de “una plataforma de largo alcance que ha de convertirse en la Agenda legislativa con la que se defenderá la integridad y futuro del Sector Cultura, de sus instituciones y de la vida cultural de México”.

Esa “plataforma de largo alcance” es el objetivo más próximo que con realismo debería abrazar la comunidad cultural del país.

@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez

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