Oficialmente, en México el neoliberalismo es cosa del pasado. Su acta de defunción la ha rubricado el presidente López Obrador en diferentes discursos donde ha señalado con dedo flamígero las inmensas injusticias, desigualdades, atropellos, mafias y corruptelas que han significado las políticas neoliberales en todos los ámbitos.

Siguiendo el ejemplo presidencial, muchos miembros de su gabinete han dedicado buena parte de su tiempo a viajar, recorrer las oficinas bajo su jurisdicción y pronunciar ante subalternos y público en general encendidas filípicas contra la tiranía neoliberal que, por suerte, ha quedado atrás: la ciencia no responde más a los viles intereses del capital; en el campo médico retoman su lugar las parteras tradicionales y la medicina ancestral; en cultura, las elites van de retro en favor de la cultura comunitaria; y así un largo etcétera de bondades que vive el país sin la maldición neoliberal.

Supongo que si la Cuarta Transformación dura lo suficiente, ese pasado quedará consignado (como seguramente ya lo está en los libros de texto “alternativos” que distribuye en algunas zonas del país la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, CNTE) como un periodo de promesas incumplidas, despojo y precarización de la vida de la mayoría de los mexicanos.

No obstante, los redactores de los libros oficiales enfrentarán un gran problema a la hora de abordar el tema del Tratado de Libre Comercio, un acuerdo suscrito en el nefando sexenio de Carlos Salinas de Gortari y ratificado por los regímenes neoliberales sucedáneos de Zedillo, Fox y Calderón, pero que se extiende sorprendentemente hasta los impolutos días de la Cuarta Transformación en forma de T-MEC. ¿Cómo se les va a enseñar eso a los jovencitos que estudien la historia del México contemporáneo?

Es decir, ¿cómo se podrá explicar que el producto más acabado de las infames ideas neoliberales, esto es: la liberalización comercial en tiempos de fronteras cada vez más cerradas pero de paradójica y vertiginosa globalización, haya sobrevivido al régimen neoliberal y se convirtiera en el mayor –y único– logro económico del primer año de gobierno tetra-transformador? Será un lío.

Por fortuna, yo no tengo que hacer malabares didácticos en ese sentido y sólo debo celebrar sinceramente que en los hechos –a pesar de denostar diariamente a los regímenes neoliberales que le precedieron, recibir a Evo Morales como adalid de las luchas indígenas (antineoliberales, por supuesto), festejar al disminuido club de naciones bolivarianas y demás gestos propagandísticos– el gobierno de López Obrador haya hecho suya la negociación para continuar el acuerdo de libre comercio con Estados Unidos y Canadá, uno de los mecanismos que, precisamente, más han transformado (para bien) la economía y sociedad mexicanas de las últimas décadas.

En todos estos años, la multiplicación de los intercambios comerciales junto con el considerable aumento de nuestras exportaciones, la inversión y el empleo, así como la reducción de los precios al consumidor, entre otros muchos beneficios, están fuera ya de discusión, aunque es evidente que el acuerdo comercial por sí mismo no ha sido –ni será– ninguna panacea. La desigualdad en México evidentemente no ha disminuido; tampoco tenemos (hoy menos que nunca) los estándares de justicia de nuestros socios del norte, y está claro que muchos sectores y regiones del país siguen marginados de este proceso modernizador. Pero es un hecho que estaríamos peor sin este esquema de libre comercio.

Por lo demás, la “letra chiquita” –temible hoy en lo que hace a los compromisos laborales adoptados por México y su posible supervisión por el vecino del norte–, confirma el poderío de Estados Unidos en la negociación y la ineficacia de un gobierno como el mexicano, debilitado por la improvisación, la incoherencia y confusión políticas. (Otras tareas imposibles para los futuros alumnos de historia de la 4T: entender cómo este gobierno quiso el T-MEC mientras se la pasaba hablando de autosuficiencia; comprender el adelgazamiento del Estado y los miles de despidos –que hubieran sido la envidia de Margaret Thatcher– mientras se hablaba del neoliberalismo como cosa muerta; o de política de brazos abiertos para los inmigrantes para luego terminar cerrándoles el paso con la recién creada Guardia Nacional).

Con todo, hay que reiterar que el T-MEC es la mejor noticia que podíamos recibir en un año con crecimiento cero y escasas expectativas. Lo que venga a partir de este acuerdo no será regalado ni fácil, pero hay que reconocer que este gobierno bien pudo quedar atrapado en su propio discurso antineoliberal y cancelar así las oportunidades que brinda el libre comercio.

Entiendo que no son pocos los que desde las catacumbas ideológicas de la 4T le reprocharán al presidente López Obrador haber “abandonado” al sur bolivariano, aceptado el chantaje de poderosos gobiernos y sus grandes empresas transnacionales, y retomado un modelo “obsoleto” e “injusto”, pero me alegra mucho también no tener que ser yo quien les explique cómo sobrevive o funciona en México el neoliberalismo sin neoliberales.

ariel2001@prodigy.net.mx

@arielgonzlez

Fb: Ariel González Jiménez

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