La labor cotidiana de la Cuarta Transformación es delinear –y construir al precio que sea– un muro que divida a México, a los mexicanos. Desde su atalaya mesiánica, el Presidente Lopez Obrador y sus seguidores más fanatizados colocan nuevos ladrillos o una porción más de cemento a esta ruda pared, inimaginable hace apenas unos años, pero que ellos se están encargando de presentar como parte integrante del paisaje nacional.

“Allá ustedes, acá nosotros”, es el mensaje diario. O viceversa. Ustedes las clases medias “aspiracionistas”, deshonestas, tornadizas, interesadas; nosotros el pueblo, toda bondad, todo sacrificio y lealtad. Allá, las empresas que deducen (eluden) impuestos pretextando causas sociales o beneficios para organizaciones de la sociedad civil; acá, el gobierno que busca recursos para apoyar en forma exclusiva y directa a los más pobres, que ciertamente lo sabrán agradecer con su voto.

Por un lado, la reforma eléctrica neoliberal hecha por hampones y empresas que sólo buscan lucrar aumentando el precio del servicio y engañando al pueblo con el cuento de las energías limpias; por otro, la reforma que le “devuelve” la electricidad a la gente e increíblemente –unos 100 mil barriles de combustóleo diarios de por medio, que hacen posible que la CFE vomite todos los días entre 26 y 43 toneladas de CO2 a la atmosfera– nos pone en el camino de una transición energética “respetuosa” del medio ambiente. (¿O alguien duda de una científica de alto nivel que lleva el ecologismo en la piel, como Claudia Sheinbaum? ¿O de un funcionario probo que no tiene otro interés que el de la patria, como Manuel Bartlett?).

En esta clara división hay también un PRI que podría limpiar algo de sus horrendos pecados históricos, acaso retomar el buen camino de la Revolución Mexicana que para pena de todos los mexicanos está en sus orígenes, si valora correctamente la reforma eléctrica propuesta por el Ejecutivo; pero para desgracia de la 4T (y se entiende que del pueblo bueno) hay otro PRI, irredento y entregado a las diabólicas fuerzas del neoliberalismo, es el PRI que el Presidente López Obrador, con perspicacia, identifica plenamente con el PAN (porque “son como la Coca y la Pepsi”, aunque un amigo me hizo notar que en ese esquema Morena vendría a ser como la Red Cola). En fin, un PRI que no va a votar a favor de la reforma –contrarreforma– eléctrica de la 4T. Un PRI sin remedio.

En una loma se ve claramente a los enemigos del progreso compartido, corruptos de cinco estrellas que se burlan del Tren Maya y hubieran ansiado a lo mejor hasta un tren eléctrico elitista y, desde luego racista, sin lugar para las gallinas y los mecapales; por otra loma, desde donde se ve también un ranchito –en realidad una comuna, que se hace llamar La Chingada– pasa el triunfante Tren Maya que obrando milagros ha arrasado selvas pero sin dañar la más profunda imagen de la cultura maya, que desgraciadamente no conocía la “modernidad” del diésel.

Y para quien piense que los caminos de la ciencia son claros, véase la demostración –científica, por supuesto­, experimentada por una eminente estalinista, la doctora Buylla, del Conacyt, y comprobada por el meticuloso doctor Gertz, de la Fiscalía de la Republica– de que hay una ciencia neoliberal, lógicamente corrompida, al servicio de las nefastas empresas, trasnacionales muchas de ellas, y otra muy diferente, popular en sus métodos y objetivos de investigación. Habrá que apresar a los científicos “delincuentes”.

Luego, en una esquina tenemos a las universidades privadas, preparadoras por excelencia de cuadros neoliberales y ajenas a los más altos valores de la nación y del pueblo. A estas se ha ido acercando, qué horror, la UNAM, que en su decadencia ha perdido sus valores esenciales y se ha vuelto “individualista”. Nada que ver, pues, con las universidades populares que está construyendo la 4T en la otra esquina, y donde la sabiduría y la democratización del conocimiento serán tales que no habrá ni reprobados.

¿Le seguimos? ¿Hablamos del aeropuerto, ese desastre justificado con estupideces que nos perseguirá todo el siglo? No tiene sentido. El lector puede esperar mañana y los días que siguen nuevos y más grotescos adobes y mezcla de “argumentos” extremos para la construcción de este muro en el que sólo predomina un poder centralizador, asfixiante, autoritario y profundamente antidemocrático. ¿Lo permitiremos? Confío en que no. Junto con la propaganda diaria, también día a día muchos ciudadanos van descubriendo –parafraseo la canción de Pink Floyd– que líder, gobierno y partido no son más que otro ladrillo en la pared.

Y todos sabemos ya cómo se derrumban los muros.

@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez

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