Sin importar cómo transcurrió la noche anterior, la llamada “noche vieja”, el primer día del año es el más difícil de levantar. Aun sin resaca, viniendo de la más moderada y sana víspera, de la más tranquila y temprana cena, pareciera que el año nuevo se resiste a comenzar, pero por supuesto es solo una ilusión, las horas del novísimo año están ya corriendo: somos nosotros los que acaso no sabemos cómo detener la inercia del pasado inmediato y de qué forma echar a andar el nuevo ciclo.
Sin embargo, esa sensación creo que ahora es más profunda, al punto de que flota en el ambiente la sospecha de que el año 2020 no ha terminado. Mi amigo Ronaldo González advirtió en un twit, hace no mucho, que el 2020 sería, haciendo cuentas a la manera de Hobsbawm, “un año largo”. Su lógica es válida: el siglo XX fue llamado el siglo corto por el historiador inglés merced a que según él realmente comenzó en 1914 y terminó en 1991 con la disolución de la URSS; pues bien, el 2020 comenzó con la propagación a escala planetaria de una pandemia que, pese a existir ya una o varias vacunas, muy probablemente no se detendrá por completo ni siquiera en el curso del 2021.
Sólo la consideración de este hecho hace evidente que no será fácil dejar atrás un periodo que para muchos representó un pesado fardo cargado de muerte, miedo y angustias que no imaginamos nunca experimentar. La sombra del 2020 se proyectará inexorablemente en este año cuyo inicio acabamos de celebrar.
Entendemos, por sentido común o por consumado optimismo informado –al que solemos llamar, como se sabe, pesimismo– que no será fácil eludir la onda expansiva que dejó el explosivo 2020 y que correrá a lo largo de este año que empieza.
Somos nuevos en esto de sobrevivir a un año de pandemia en medio de otras pandemias no menos virulentas. Entre estas últimas anoto en primer lugar la violencia criminal, que no sólo no cedió sino que se recrudeció, aunque intenten maquillar absurdamente las cifras al respecto. Y muy cerca de esta, la violencia contra las mujeres, con un dato terrorífico: récord de feminicidios en 2020. Miles más no fueron asesinadas, pero sí fueron violadas, golpeadas o desaparecieron. ¿Qué clase de descomposición social vivimos que todo esto forma parte de la vida cotidiana?
La impunidad atroz que padecemos se alimenta a diario de excusas burocráticas: “así recibimos al país” (aunque bien visto, ni siquiera eso es exacto, puesto que hay varios rubros que estaban “mejor” antes, lo cual a nadie debe alegrar, desde luego).
Como si acabáramos de vivir un terremoto, apenas hemos visto caer algunas estructuras, pero no conocemos el recuento real. En el sismo de 1985, el presidente Miguel de la Madrid tuvo como primera reacción desdeñar el desastre y presumir que nosotros solos podíamos arreglárnoslas. Así se perdieron horas y días preciosos para la ayuda internacional. Las consecuencias sociales, económicas y políticas del desastre estaban –lo sabríamos después– más allá de los escombros. Del mismo modo, frente a la pandemia de Covid-19, el gobierno de López Obrador desestimó inicialmente los alcances de la enfermedad y, por supuesto, el uso del cubrebocas; se dio incluso el lujo de sugerirnos salir a la calle, abrazarnos (luego él, patriarca sabio, nos diría cuándo ya no hacerlo). Nos mostró orgulloso la estampita milagrosa que lo protegía y su lugarteniente para la pandemia, López Gatell, declaró que “la fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio”. El Jefe del Ejecutivo afirmó en el mes de mayo de 2020 que se había “domado” a la pandemia. Obsecuente, López Gatell no lo desmintió. Todos sabemos cómo terminó el año.
Se subestimó también la magnitud del daño económico (la recuperación, obviamente, no comenzó en julio, como pronosticó AMLO), y terminamos siendo la economía de América Latina más golpeada por la pandemia y con el peor desempeño gubernamental frente a la crisis (todo dicho por los “conservadores” expertos en el tema). Lamentablemente, esto significa que lo más crudo del desempleo, la zozobra de la economía familiar y, en general, de la inseguridad social, lo viviremos en 2021.
La avalancha de consecuencias funestas apenas se nos está viniendo encima. No hay imagen protectora ni encuesta de popularidad que pueda detener estos efectos reales y claros. El gobierno puede ignorarlos, como lo ha hecho, y tratar mediante la propaganda de simular que vivimos un mejor momento. Sin embargo, es imposible que la mayoría de los mexicanos no resienta una caída de -9.0% del Producto Interno Bruto en 2020, la más grave de nuestra historia contemporánea. pronunciada en el país desde 1932.
Entiéndase: la crisis es mundial, nadie lo niega, pero frente a esta los gobiernos han actuado de mejor o peor forma. Y el gobierno mexicano ha tenido, comparativamente, un desempeño simplemente desastroso, sin apoyos fiscales (al contrario de la mayoría de las naciones), sin protección del empleo (tan sólo en el primer semestre se perdieron más de un millón de puestos de trabajo formales) y mucho menos apoyos a las pequeñas y medianas empresas (han cerrado más de un millón) que son las que mayor empleo generan.
Desde luego, las cosas en 2021 pueden cambiar, por dos vías. Una, que el gobierno dé un viraje en su política económica, abandonando sus megaproyectos más estériles, su política social eminentemente clientelar y redireccionando el gasto para apoyar la producción y el empleo. Otra, que los ciudadanos, con su voto, generen un contrapeso lo suficientemente fuerte en el Congreso y los gobiernos estatales como para impedir que este sexenio termine con crecimiento nulo y deje tras de sí un desastre social de proporciones todavía incalculables.
Lo primero parece imposible. La cerrazón ideológica se ha impuesto hasta ahora y no hay ninguna señal de que eso vaya a cambiar. Es el gobierno de un solo hombre, un proyecto dogmático concebido desde las catacumbas del priismo nacionalista revolucionario y de la izquierda más primitiva. No hay retracción posible.
Lo segundo es todavía factible a condición de que la oposición sepa hacer suyas las mejores candidaturas y tenga propuestas claras y cercanas a la ciudadanía, evitando caer en la trampa de la polarización.
La adversidad y la tragedia han sido la cuna del 2021, cierto. Pero no podemos permitirnos caer en el desaliento. Tampoco estamos condenados por un destino histórico. No hay tal cosa. Hacia el futuro, importa mucho lo que queramos, pero más aún importa lo que hagamos. La parte que está en nuestras manos, por lo pronto, tendrá forma de boleta electoral.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez