Hace unos días, el Presidente López Obrador “comentaba” un editorial del Financial Times –uno de los más críticos que se recuerden en torno de su gestión– de un modo por demás inverosímil: no comentándolo. En lugar de ello, el Primer Mandatario se preguntó cuántas personas habrían leído o conocido lo que decía ese medio; sardónico, propuso una encuesta telefónica para saberlo.
Más que elemental, su descalificación fue desdeñosa y grosera: puesto que la inmensa mayoría del pueblo mexicano no leyó el editorial en cuestión, no valía la pena que él dijera algo al respecto. También por esos días, secundando a Standard and Poor´s, que lo había hecho desde finales de marzo, las agencias Fitch y Moody’s –influyentes instancias donde todos con seguridad leen el Financial Times– redujeron la calificación de México y la nota crediticia de Pemex, no por leer al diario británico desde luego (o a toda la prensa económica seria de México y el mundo, que coincide con su diagnóstico en términos generales) sino como reflejo de los hechos, es decir, de la grave situación económica que vivimos, así como de sus deplorables expectativas y de la torpe y obcecada política gubernamental frente a ella.
La reacción del Presidente de la República ante esas malas notas fue entonces más o menos la misma que había tenido frente al Financial Times, sólo que al no poder ignorarla preguntándose cuántos mexicanos supieron de ella, se contentó con hacer el mismo ejercicio de sugestión y autosugestión al que nos tiene acostumbrados: “no es cierto, no están así las cosas, tengo otros datos”. Su actuación en estos casos (esto es, ante la realidad) nos recuerda la de un creyente ante el demonio: Vade retro Satana.
Pero como todo exorcista sabe, normalmente la entidad maligna se mueve rápido y se presenta de diversas formas. Hace poco, el inquilino de Palacio Nacional, que reconoce fácilmente las distintas facetas que asume el mal, detectó que este se manifestaba en varios comentarios de figuras deportivas y del Espectáculo: El Chicharito, Thalía y Eugenio Derbez.
Fue así que una mañana desenmascaró a estos personajes como viles instrumentos de “los conservadores”, quienes “han estado orquestando toda esta campaña de desinformación… como ya no les ayuda el periodismo convencional, lo que antes llamábamos la prensa vendida, los columnistas, como ya no les apoyan en el propósito de desgastar al gobierno para que se detenga la transformación, porque quieren mantener el régimen de corrupción…Como ya no les da van escalando, buscan a personalidades más reconocidas, que los columnistas, que los conductores de radio, que los intelectuales, que con todo respeto los intelectuales orgánicos no son muy conocidos, lo que necesitan es contrarrestarnos con personalidad que tienen un reconocimiento colectivo”.
Sin embargo, luego de que diversas conjuras neoliberales dieron al traste con el precio de la mezcla mexicana de petróleo y de que todos los expertos coinciden en que las medidas anunciadas por su gobierno no tendrán los resultados esperados, entre otros muchos inconvenientes, López Obrador volvió sus ojos a la prensa, encarnación perversa del conservadurismo que lo quiere ver fracasar. Así, el pasado miércoles señaló nuevamente a la prensa (muy en particular al diario que acoge este comentario) tildándola de “aburrida” porque todas las notas y sus editoriales no encuentran nada bueno en su gestión. Malévolos, los periodistas de esta casa editorial y otras solo ven los defectos, errores, incongruencias, las calamidades, contradicciones, los ridículos, es decir, las noticias producidas por el Jefe del Ejecutivo y buena parte de su gabinete (la que se deja ver).
Por cierto, nada de esto puede ser “aburrido” porque ha estado documentado con seriedad y profesionalismo. Y menos aún lo es cuando el mismo Presidente acusa tal incomodidad ante el ejercicio de la crítica. Si acaso es “impertinente”, como suelen ser todos los hechos que invalidan un discurso gubernamental plagado de imprecisiones, opacidad o de mentiras flagrantes.
En el exorcismo que el Jefe del Ejecutivo ha pretendido practicar con la realidad, como si esta fuera un demonio, es evidente que identifica a la prensa como su mensajera, acaso una infame posesa. No podía ser de otro modo. Dar cuenta de los hechos del mejor modo posible, esto es, ejercer el periodismo crítico, resulta indeseable para un gobierno amparado en falacias ideológicas, cuando no en el dogmatismo más retrógrada.
La crisis económica está ahí. La crisis política (en puerta), también. Los que reportan estos hechos y los analizan, también. Ni modo: no se los puede exorcizar.
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