Luego de una semana de actividades ilegales de campaña —que el INE por lo visto será incapaz de sancionar— las llamadas “corcholatas” de Morena tienen los primeros sondeos acerca de qué tanta simpatía despiertan en la ciudadanía para ser él o la coordinadora nacional de los Comités de Defensa de la Cuarta Transformación (farsa oficial para denominar a quien será él o la candidata presidencial de este partido).

De acuerdo con los resultados de la encuesta de Buendía & Márquez que El Universal publicó el pasado miércoles, Claudia Sheinbaum está arriba de las preferencias con 34%, 12 puntos por encima de su más cercano competidor, Marcelo Ebrard, quien aparece con 22%. El resto de los “taponcillos” (Adán Augusto López, Gerardo Fernández Noroña, Ricardo Monreal y Manuel Velasco) se reparten entre 8 y 6 puntos cada uno.

El primero en descalificar este ejercicio ha sido, como es natural, Marcelo Ebrard. El sonriente precandidato, dueño aparente de la iniciativa política en esta primera etapa en la que por fin Morena fijó algunas reglas y dispuso la separación de sus cargos de todos los aspirantes, simplemente no puede creer que esté por debajo de Sheinbaum y menos aún por 12 puntos. Para descalificar esta encuesta, el excanciller abrió su cuenta de Twitter y escribió: “Buenos días !!Ya camino a Monterrey. Vi la encuesta de El Universal hoy, nada más recuerden que en la elección del Estado de México se equivocó por más de 10 puntos. No tiene credibilidad, pura propaganda. Sonrían, todo va a estar bien!!”

Y así, fingiéndose pletórico de una enorme alegría (fórmula que las izquierdas europeas, de los Pirineos para abajo, vienen ensayando con gran voluntarismo), Ebrard se fue a Monterrey sin comprender quizá lo más importante: independientemente de si está por debajo o no de Claudia Sheinbaum, ya perdió el impulso inicial de su campaña, esa nota de independencia que podría haber marcado la diferencia y que lo habría podido acercar a diversos sectores de la ciudadanía y de la oposición.

¿Cómo fue posible tal retroceso? La primer hipótesis a considerar es que el mismo Ebrard, adoptando el pobrísimo rol de ser más papista que el Papa, lanzó como su primera y más luminosa propuesta que cuando él gobierne, Andy, el hijo predilecto del Presidente, encabezará una Secretaría de Estado que, cómo no, tendría como tarea velar por la continuidad de la Cuarta Transformación inventada por Papi.

Entre los sectores morenistas más duros, esto fue entendido como un mal chiste: el “blanquito” se quiso pasar de listo para agradar al jefe. Por eso vieron con gran satisfacción cómo hasta el mismísimo Andy, con más altura por lo visto que el generoso aspirante presidencial, se deslindaba del asunto para mantener el “piso parejo”. Pero entre los potenciales seguidores de Ebrard, en otros ámbitos, su propuesta cayó como un balde de agua fría que a todos volvió a la realidad: Ebrard ha quedado atrapado en la esfera de AMLO. La última oportunidad de hacer algo digno era esta y él mismo se ha encargado de acabar con cualquier duda sobre su “lealtad” a un proyecto (ya no digamos a una figura) que divide profundamente a la sociedad mexicana.

El método de López Obrador para elegir a su candidato semeja una gran telaraña en la que han sido sido colocados para “competir” varios personajes, entre ellos una “favorita” y un “caballo negro” (por si hiciera falta). El gran elector finge pulcritud en las reglas y, desde luego, todos están comprometidos a acatar el resultado del proceso. Pero es una telaraña y las posibilidades de que surja un enredo son muchas.

La única que parece saber desplazarse en esta red —precisamente porque no se mueve un ápice de las posiciones, discurso y hasta gestos que le asignan desde la Presidencia— es Claudia Sheinbaum. El otrora “Carnal” Marcelo siente que después de todos estos años en los que ha servido incondicionalmente a AMLO, destruyendo el prestigio de la política exterior y haciéndose cómplice de mil y una tropelías en nombre de la “izquierda”, es la hora de cosechar algunos frutos, pero lo único que tiene ante sí es esta pegajosa tela que le impide avanzar como él quisiera.

Llegado el caso, si el “pueblo bueno” —o quienes lo suplantan a modo, cada que se necesita— no lo favorece, sus opciones, me temo, se habrán reducido drásticamente. Y no es que la campaña de Claudia Sheinbaum despierte un enorme entusiasmo (es asténica en todos los sentidos), pero evidentemente su “conexión” con el gran Líder y la maquinaria a su disposición le brindan muchos más elementos para recorrer la telaraña paso a pasito, sin enredarse.

Ebrard tendrá que acatar, como lo prometió, el resultado de esta telarañosa competencia. Creo que el momentum para escapar de la órbita de AMLO ya pasó; sus posibilidades de convocar a otras fuerzas, de encabezar alguna opción distinta son casi nulas, especialmente después de que la oposición, si bien a tropezones, ha encontrado el método para elegir un candidato que por lo visto no será tan débil como se lo imaginaban los morenistas y hasta el propio Ebrard.

Entre tanto, un “consejo de sabios” (algunos de los morenistas más oscuros y recalcitrantes) ya prepara el Proyecto de Nación 2024-2030. El excanciller pide que las “corcholatas” sean consultadas. Ese Proyecto será algo así como una camisa de fuerza para el candidato que se elija. Pero por lo que se ve (ahora, al menos) no es de la talla de Ebrard.

@ArielGonzlez

FB: Ariel González Jiménez

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