La confrontación y acoso que el Presidente López Obrador mantiene contra los intelectuales críticos de su gobierno y las universidades o centros académicos que en su opinión han pecado de “neoliberales”, parece tener raíces lejanas, pero es un hecho que durante todas sus campañas electorales el ahora primer mandatario las supo perfectamente ocultar.

Se supone que estamos ante alguien que se jacta de haber tenido cercanía con un poeta como Carlos Pellicer o de trabajar con un político tan cultivado como Enrique González Pedrero. Sin embargo, habida cuenta de la biliosa relación que se empeña en tener con cualquiera que lo desmienta o corrija, pero sobre todo con aquel que ose criticarlo, resulta muy difícil encontrar alguna influencia de Pellicer o González Pedrero en este gobernante que ha llegado a presentarse incluso como pupilo de estos.

Infortunadamente, no hay en él ninguna sutileza ya no digamos poética sino simplemente protocolar, ni tampoco el más mínimo respeto por la calidad argumentativa, propia —y mucho menos— ajena. Dejo a sus biógrafos futuros la tarea de desentrañar si estos vínculos con los ilustres bardos e intelectuales de su tierra, lejos de convertirse en influencias positivas terminaron siendo —mediante algún oscuro mecanismo, ¿psicológico?— la génesis de su resentimiento y desprecio por la figura del intelectual.

Por ahora, seamos puntuales: su desprecio no nació por los intelectuales en general, sino sobre todo por aquellos que no han sabido reconocer y admirar la “enorme” transformación que él viene encabezando. En cierto modo, López Obrador se ha sentido tan frustrado como lo estuvo el rey Creso cuando le preguntó a Solón, uno de los Siete Sabios de Grecia, “quién es más feliz y quién ofrece un espectáculo de mayor belleza, pensando que él será el objeto de todas las respuestas, pero el sabio otorga el premio de su consideración a Cléobis y Bitón, los dos jóvenes que murieron tras llevar a su madre al santuario de Delfos tirando ellos mismos del carro, y a los faisanes y pavos reales, dotados por la naturaleza de todo su esplendor, mientras que la del rey es artificial”. (Sergi Grau: “El enfrentamiento entre filósofos y tiranos, de la biografía helenística a la tardoantigua: evoluciones de un tópico biográfico”).

En todo caso, es evidente que el rechazo de los intelectuales, periodistas, científicos y artistas más destacados del país a ser el “espejito, espejito” que halaga incondicionalmente a quien vive en Palacio Nacional, ha hecho estallar un conflicto que se ha trasladado desde el señalamiento y estigmatización de algunas reconocidas figuras de estos ámbitos hasta el terreno mismo de las instituciones académicas, las cuales, al estar “contaminadas” por las ideas neoliberales, figuran como responsables de ese ambiente de incomprensión y crítica de la 4T.

¿Qué hacer entonces ante una inteligencia que rechaza el “cambio”? Exhibir a los intelectuales como cómplices del proyecto neoliberal que sólo trajo desgracias al país; señalar a los periodistas como “chayoteros”, perseguir y procesar a los científicos que se oponen al programa ideológico y chamánico de la 4T, y desmantelar la autonomía y libertad de cátedra de las instituciones de educación superior. El caso del CIDE, pero también el de la UNAM y la Universidad de las Américas Puebla (donde se llegó al extremo de ordenar a la policía que ocupara las instalaciones académicas) ejemplifica una embestida contra la educación superior, a la que se quisiera controlar a la manera de una escuela de cuadros para la 4T.

Conforme el sexenio ha ido avanzando, el listado de intelectuales y periodistas “enemigos” de la 4T se ha ido ampliando: ahora incluye a periodistas por los que él mismo hace un tiempo habría metido la mano al fuego, pero que en el momento en que su trabajo ha producido resultados críticos hacia su administración han sido denunciados como conservadores o falsos progresistas.

Es apenas la mitad del sexenio. Dudo mucho que el Presidente López Obrador y su partido consigan someter a la inteligencia nacional y a las instituciones académicas que la amparan, pero tampoco se van a detener: en su intento por lograrlo van a generar todavía muchos e inéditos episodios de agresión y perversidad política hacia las universidades y centros de educación superior.

Sus seguidores enfurecen cuando se compara a AMLO con Gustavo Díaz Ordaz, pero no pueden negar un hecho: ¿Qué otro presidente del México contemporáneo ha manifestado tan rotundamente su desprecio por los universitarios e intelectuales? ¿Qué otro sostiene funcionarios que se niegan al diálogo como la señora Álvarez-Buylla para el conflicto del CIDE o gobernadores como Miguel Barbosa que intenta saquear a la Universidad de las Américas Puebla? Puro diazordacismo “transformador”. ¿Hace falta llegar a más para que lo acepten?

@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez

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