Luego de su ausencia por enfermedad —torpe o deliberadamente mal manejada en términos de comunicación— el Presidente López Obrador retomó su habitual protagonismo con un ímpetu arrollador: cerrando filas entre su servidumbre legislativa (instruyéndola, por ejemplo, a aplastar al INAI sin contemplaciones) y ajustando la disciplina entre sus “corcholatas” para que el proceso sucesorio salga como él lo tiene previsto.
Mientras estuvo en cama y muchos de sus adversarios se entregaban a la especulación acerca de su estado de salud (un ejercicio que, para solaz del enfermo, en muchos casos pasó del cuestionamiento natural a la franca estupidez y las hipótesis más demenciales), sus dóciles empleados en la actual Legislatura sacaron adelante —sin leer y mucho menos revisar— una veintena de reformas que más tarde, y con el mismo desaseo, sus compañeros de partido en el Senado habrían de aprobar atrincherados en el palacio de Xicoténcatl, sin la estorbosa oposición e incluso sin quórum, en lo que ya es uno de los capítulos más sórdidos e indignos de la historia legislativa del país.
La blitzkrieg legislativa de su partido, que tantas satisfacciones ha dado al señor Presidente, se ha ejecutado sin ningún escrúpulo político o reglamentario. Pero más allá de que la sombra de la ilegalidad asome en la aprobación de estas reformas, hay que observar su contenido, contradictorio y desmesurado. Así, por ejemplo, para sorpresa de los más ignorantes e izquierdistas legisladores que las votaron, algunas de ellas tienen aspectos absolutamente “neoliberales”, como los que atañen a la Ley del Mercado de Valores. Lo más absurdo, sin duda, es que la improvisación hizo que de un plumazo enterraran a su propio engendro, el Insabi (para hacer recaer en el ya de por sí deficiente y saturado IMSS la salud de millones de mexicanos), o que los prejuicios ideológicos extinguieran al Conacyt, una iniciativa animada por la idea de acabar con la “ciencia neoliberal” y así seguir la “eficiencia” mostrada en el tema de los respiradores con tecnología propia —que nunca llegaron— y de la vacuna “Patria” —que aparece cuando la pandemia ya remitió prácticamente en todo el mundo.
Reformaron porque fue una orden directa del Jefe Máximo. Y claro, porque pudieron. No importó el debate, el contenido, la búsqueda del consenso y menos aún el impacto que puedan tener los cambios aprobados. Ese es el penoso mensaje de una legislatura morenista formada en la servidumbre. Puede que los consuele saber que así sucedía antes, pero entonces su promesa de que serían diferentes estuvo siempre en el cesto de la basura.
Con este Legislativo afín que no tiene otro ideal más que ser estrictamente cubiculario, AMLO intentará seguir avanzando en la destrucción de las instituciones que representen un obstáculo para su proyecto regresivo y antidemocrático. Y parece que nada podrá detenerlo:
la oposición, yace postrada; la derrota en el Estado de México es, según las encuestas, inminente; y en el campo de la sucesión, las “corcholatas” que llegaron a tener alguna oportunidad de independencia, Ebrard y Monreal, siguen el (desigual) juego de la disciplina impuesta desde Palacio, aun en detrimento de su capital político. El caso más dramático es el de Ricardo Monreal, quien parece haber jugado ya sus cartas más fuertes y experimenta ahora el desprestigio, lo mismo entre sus correligionarios que entre los adversarios con los que se jactaba de poder dialogar. Sus tortuosos servicios al Presidente y la engañosa interlocución con los opositores lo ponen hoy, paradójicamente, en el camino de la irrelevancia.
Desde luego, la escena nacional dista mucho de ser miel sobre hojuelas para el Presidente López Obrador. Por un lado, la inseguridad y la violencia siguen siendo factores muy fuertes que descomponen cualquier paisaje optimista, sobre todo aquel que el poder presidencial ha intentado construir de la mano de las fuerzas armadas. Para colmo, este tema, a menudo subestimado con ligerezas como “abrazos no balazos”, está ya en el centro de la relación con Estados Unidos y no bastarán los discursos patrioteros para sacarlo de la agenda bilateral.
Por otro lado está la esfera económica, llena de ilusiones, espejos y brillos como el “superpeso”; pero sólo los propagandistas pueden desestimar la inflación, el entorno internacional y los claros límites (y desajustes) que tiene el gasto irracional del gobierno. En este punto no las tiene todas consigo y las advertencias son muchas.
Y finalmente, pero no menos importante: los escándalos de corrupción en su gobierno una y otra vez llegan hasta su ámbito familiar, y tienden a minar de un modo u otro la que él y sus seguidores consideran una popularidad a prueba de fuego. Veremos. La historia en este punto (y no sólo en México) ha demostrado que para líderes carismáticos y profundamente populares, como lo es sin duda el Jefe de la 4T, los vuelcos y hasta los giros de 180 grados son siempre posibles, por más inimaginables que parezcan.
Así las cosas, el ímpetu posmorbidez del señor Presidente tiene diversos límites, por más energía que presuma y por grandes que sean sus victorias. Su ciclo en el poder, como sea, está por entrar en su fase última; y no está mal tener presente que es ahí donde muchas veces se pierde todo lo ganado.
@ArielGonzlez
FB: Ariel González Jiménez