Por lo que puede verse, aspirantes a la Presidencia de la República abundan. En todos los partidos y en distintos ámbitos de la sociedad civil, el corazón de muchos late más aprisa cuando se habla de las elecciones del 2024 . Son muchos los nombres que podríamos anotar y muy diversas sus procedencias. Algunos proclaman abiertamente sus anhelos, mientras que otros aguardan en silencio, pero todos siguen esperando una especie de nominación milagrosa.
Los de Morena tienen ya varias ventajas: se saben oficialmente precandidatos (“corcholatas”, les dicen) y por lo menos saben que será “una encuesta”, nuevo eufemismo del dedazo presidencial, la que los ungirá llegado el momento. Los opositores, en cambio, lucen extraviados y sin nada claro.
Sin embargo, para la gran mayoría de todos los que suspiran por la silla presidencial, la mala noticia es que sólo tres, en este momento, tienen verdadera oportunidad de ser candidatos, y los tres son del mismo partido, Morena. De aquí a que los opositores acuerdan de modo efectivo una candidatura única y diseñan un procedimiento democrático para su elección —más todo lo que vienen prometiendo de forma separada algunas de sus figuras, como la instrumentación de mecanismos para un gobierno de coalición— lloverá mucho y caerán varias, quizás demasiadas tormentas. Tiempo perdido, sin duda.
Un escenario ideal para los opositores sería que alcanzaran un gran acuerdo que no pudiera ser boicoteado por las mezquinas aspiraciones de sus principales dirigentes. Pero eso justamente no parece posible al día de hoy. Véase el caso de Alejandro Moreno , presidente del PRI, que mientras escribo esto se ha amarrado a la proa de su partido para no hundirse. Otro tanto ocurre con Marko Cortés, del PAN, quien cree que no pasó nada malo en los más recientes procesos electorales.
Para el PRI y sus aliados, la prueba de fuego será la elección de gobernador en el Estado de México. Perder esta entidad será la antesala de la derrota en la elección presidencial. Así que si la alianza va a continuar en el tramo que sigue, más le valdría contar con nuevas dirigencias, unas que por lo menos no la desprestigien y que le permitan trabajar de inmediato en un programa con propuestas claras y trascendentes, con las cuales pueda presentarse ante el país como una alternativa viable en 2024.
La oposición priista y panista puede recuperar la iniciativa si consigue deshacerse de sus rémoras más obvias: los dirigentes de sus partidos. El tiempo para hacerlo es muy corto y seguramente produciría no pocas convulsiones internas, pero si no lo hacen serán los electores los que terminarán soterrándolos, primero en 2023, en el Estado de México, donde Morena y el gobierno federal van a echar toda la carne al asador, y luego en la elección presidencial .
Si el PRI se queda con “ Alito ” y el PAN con Cortés (del PRD ni hablar, puesto que ronda la irrelevancia política), la alianza no podrá despegar. En todo caso, esta seguirá debilitándose y poniéndose en la ruta de la extinción. Será el mejor escenario para el regreso definitivo al partido de Estado que tanto añora el Presidente López Obrador .
FB: Ariel González Jiménez
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