El próximo lunes, la nación despertará con otro horizonte político. Los antagonistas electorales sabrán si los favoreció o no el voto, y nosotros, los ciudadanos, sabremos cuál es la actitud que tomarán los candidatos y sus partidos frente a nuestra decisión en las urnas.

En este punto los escenarios son diversos. En primer lugar, es muy probable que desde la tarde/noche del domingo veamos candidatos proclamándose ganadores, tratando de “madrugarle” al Programa de Resultados Electorales Preliminares del INE, que ha demostrado hasta hoy ser una herramienta bastante confiable.

Puede ser también que entre el domingo y el lunes algunos perdedores sean los primeros en ingresar al conflicto poselectoral denunciando que fueron víctimas de “fraude”.

En términos de la estructura y organización del proceso electoral el fraude es imposible, y lo es ante todo por el gran componente ciudadano que participa en el conteo y verificación de los votos. Alimentar la especie de que el fraude es posible es la conducta más deplorable de quienes sólo respetan las reglas democráticas cuando les favorecen. Desafortunadamente para el país, el Jefe del Ejecutivo ha sido el primero en demostrar que tiene la convicción de que las únicas elecciones limpias son las que ganan él y su partido.

La importancia de estos comicios, su carácter crucial, radica en que las instituciones que garantizan la vida democrática, lo mismo el Instituto Nacional Electoral que el Tribunal Electoral, han sido y siguen siendo amenazadas por el presidente López Obrador y su partido.

Quisiera estar equivocado, pero es muy probable que la ofensiva contra estos organismos autónomos sea retomada desde la misma noche del domingo, cuando algunos candidatos de Morena o sus satélites se declaren inconformes con los resultados, y prosiga el lunes con lo que pueda decir el Presidente López Obrador.

Este tendrá, sin embargo, un pequeño problema: la visita de Kamala Harris. No creo que en medio de su encuentro con la vicepresidenta de Estados Unidos se atreva a desconocer los comicios ahí donde su partido haya sido derrotado (si es que lo es). Ni creo tampoco que le vaya a reclamar directamente el financiamiento de organismos como Mexicanos contra la Corrupción.

Lo que es un hecho es que si, por ejemplo (es un decir, claro), la hija de Salgado Macedonio resultara perdedora en Guerrero, no me imagino que Morena civilizadamente acepte los resultados. Ni ahí ni en ningún otro lugar donde llegara a perder. Inmediatamente organizará a sus huestes para exigir un recuento “voto por voto” mientras intenta ganar en la calle y con amenazas lo que no pudo ganar en las urnas.

Pero es muy probable que no tenga que recurrir a la movilización “para defender el voto”. Encuestas aparte, mi pesimismo imagina que es muy poco lo que puede avanzar la oposición real contra el oficialismo y las estructuras y poderes que ha echado a andar en esta primera mitad de su gobierno. El enorme peso de sus programas asistenciales-clientelares, con todas sus deficiencias y corruptelas, se hará notar en el voto a Morena. La elevada popularidad que todavía mantiene AMLO también.

Mi optimismo, por el contrario, confía sólamente en ese mexicano –que en realidad son muchos– que no dice gran cosa, menos aún a los encuestadores, pero que domingos como el que viene decide salir a votar por lo que supone mejor para México.

Es el mexicano que en 2000 decidió poner fin a 70 años de monopolio priista del poder. Es el ciudadano que decidió que la alternancia que convenía en 2012 era el regreso del PRI a la Presidencia. Y es el mismo, esencialmente, que en 2018 le dio su voto a López Obrador para llevarlo a Palacio Nacional.

Sé perfectamente que estas elecciones no tienen mucho que ver con las presidenciales, pero la sensación de que a pesar de ello resultarán fundamentales ha ganado terreno gracias a todos los contendientes. El propio Presidente de la República, con su abierta e ilegal injerencia en el proceso, ha contribuido a que la gran mayoría de los mexicanos perciba la importancia de estos comicios para el futuro, y hasta ha llamado la atención de influyentes medios internacionales que observan con alarma cómo se desliza cada vez más hacia los terrenos de la demagogia, el autoritarismo y la autocracia.

No sé qué pesará más en el ánimo de los electores: si los apoyos y becas en los que se ha esmerado López Obrador pensando precisamente en días como el 6 de junio, o el cúmulo de problemas, errores y atrocidades que distinguen la primera mitad de su mandato. Él es el que será evaluado en este proceso electoral.

Por lo pronto, salir a votar es primordial. Y al hacerlo, recordar que costó mucho poder ejercer con certeza este derecho. Por eso, lo más importante será votar por aquellos que por lo menos tengan el propósito de garantizar que los mexicanos podamos seguir votando libremente en el futuro; aquellos comprometidos con la defensa de las instituciones independientes y confiables que hoy lo hacen posible. Por eso es crucial esta elección.

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