Hay una conmoción generalizada por la ola de violencia que azotó el centro-norte del país en la semana que acaba de terminar. Según el reportero Ricardo Raphael, en MILENIO del 15 de agosto, “La Secretaría de la Defensa Nacional filtró que, el pasado 10 de agosto, sus efectivos estuvieron a punto de aprehender en Ixtlahuacán del Río, Jalisco, a dos… líderes (del Cártel Jalisco Nueva Generación, CJNG): Ricardo Ruiz Velasco alias el RR y Gerardo González Ramírez El Apá”. Por su lado, EL FINANCIERO de la misma fecha dijo que hubo 341 personas asesinadas “en todo el territorio nacional” según “datos oficiales del Gobierno de México”. En el lapso comprendido entre el miércoles 10 y domingo 14 se produjeron, además, actos de violencia como “narcobloqueos en avenidas y tramos carreteros; quema de vehículos particulares y del transporte público; establecimientos comerciales incendiados, así como agresiones directas a tiros contra la población civil”.
Algunos especialistas ven en estos hechos un desafío al Gobierno de la República y un propósito deliberado de aterrorizar a la población civil. El desafío al Gobierno sería la reacción de los cárteles ante lo que ven como un abandono silencioso de la estrategia de “abrazos, no balazos” por golpes más certeros y contundentes en su contra, como la detención de Rafael Caro Quintero y el reciente intento de captura del RR y El Apá. El ataque a la población civil buscaría mostrar su poder y el daño que pueden causar al país si se insiste en perseguirlos y en tratar de aniquilarlos. Los expertos no se ponen de acuerdo sobre si esto es narcoterrorismo o simplemente “táctica terrorista”, pero no dudan de que el crimen organizado da un paso más en su intento por controlar al país entero.
Todo esto ha provocado la reactivación de las críticas contra la estrategia de seguridad del Gobierno y la reiteración de propuestas que van de la simple introducción de cambios a la reformulación radical total de dicha estrategia. Creo que hay razones de sobra, a estas alturas, para exigir una nueva, más seria y profesional estrategia de seguridad; pero entre las alternativas que se ofrecen, no encuentro ninguna que no se haya ensayado ya, parcial o totalmente, en administraciones pasadas en las cuales han demostrado que tampoco son la solución que necesitamos. Pareciera que, a fuerza de oír siempre lo mismo, hemos perdido el sentido crítico, analítico, capaz de advertir las inconsistencias y falsedades de esos planteamientos, algunas de las cuales son suficientemente evidentes y abultadas como para pasar desapercibidas.
¿Es creíble, por ejemplo, que un negocio de alcance mundial, que produce cientos de miles de millones de dólares y cuenta con un poderoso ejército de sicarios armados y entrenados al último grito de la moda, dependa enteramente de unos personajes cuasi-analfabetos que viven, además, en la más rigurosa clandestinidad o a salto de mata, como “El Mencho”, “El Chapo” Guzmán, “El Señor de los Cielos”, Amado Carrillo, o los hermanos Arellano Félix, por dar solo algunos de los ejemplos más sonados? ¿De dónde sacan tiempo, sabiduría, capacidad de organización y de mando para disciplinar, entrenar y enseñar el manejo de las armas a su gente? ¿Cómo aprendieron a manejar, con tanta o más destreza que un banquero de Wall Street, los cientos de miles de millones de dólares que se dice les produce el negocio de la droga? ¿Cómo consiguen armas en la cantidad y calidad que exhiben y cómo las introducen al país y hasta los sitios más recónditos donde operan? ¿Cómo crean grandes empresas de alta complejidad técnica para lavar su dinero? Y todo esto permaneciendo rigurosamente ocultos en rincones secretos o en zonas inaccesibles para escapar a la persecución de la fuerza pública. ¿No resulta evidente que detrás de ellos hay manos más poderosas e influyentes que manejan todo el tinglado?
Tampoco resulta muy claro eso de que “introducen” en EE. UU. cientos de toneladas de cocaína, morfina, metanfetaminas, “cristal”, marihuana, etc., de modo que lleguen a las calles de las grandes ciudades norteamericanas y a los consumidores individuales. ¿Cómo, en el país de la inteligencia y el espionaje más refinados del mundo, se cuelan hasta la cocina los artesanales capos mexicanos? ¿Por qué no conocemos acá, en México, a ningún pez gordo de los distribuidores de la carga de allá, y menos alguno que esté purgando una sentencia por sus crímenes? ¿Por qué, cuando se descubre un túnel para el trasiego de droga en nuestra frontera norte (últimamente parece que este medio ha sido abandonado) no se nos dice nunca dónde desemboca en el otro lado ni quiénes son los cómplices que reciben allá la droga? ¿Por qué el país más rico y de mayor desarrollo científico del mundo no logra abatir, y menos erradicar el consumo de droga entre sus jóvenes? Nada sabemos de esto y nadie parece inquietarse por ello.
Tales preguntas, alguna (o todas) de las cuales quizá se deban a mi ignorancia y falta de información, son las que me llevan a dudar de que haya una verdadera lucha contra las drogas. Y son también la explicación, a mi juicio, de los reiterados fracasos de las estrategias de Gobierno que han querido combatir eficazmente el narcotráfico. Ninguna, ni antes ni después de la fallida guerra de Felipe Calderón, ha sido capaz, siquiera, de reducir de manera apreciable el gravísimo problema. Y menos que ninguna, esa simpleza fútil de los “abrazos, no balazos”. Para colmo de males, el cambio silencioso de que se habla, en caso de ser cierto, será un fracaso mayor, con un mayor costo en vidas, como lo estamos viendo ya, simplemente porque es un retorno al pasado, a un pasado donde resultaron, por lo menos, inútiles.
A mi juicio, para poder crear y proponer algo realmente nuevo y esperanzador, hace falta un replanteamiento completo del problema, poner al desnudo sus auténticas raíces y dimensión, sus causas genuinas y los verdaderos intereses que se esconden detrás de los “capos” que juegan el papel de pantalla de los verdaderos dueños y beneficiarios del negocio. Comencemos por recordar que, según la mayoría de los investigadores, todo empezó a principios del siglo pasado cuando, debido a la demanda de morfina y cocaína por la industria farmacéutica de EE. UU. que la enviaba al frente en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) por ser un poderoso anestésico para los heridos. El fenómeno se repitió en mucha mayor escala en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). En resumen, pues, el cultivo de amapola y la exportación de goma de opio, en México y en varios países de América Latina y el Caribe, fue resultado de la demanda de las empresas farmacéuticas norteamericanas encargadas de abastecer el frente en las dos guerras mundiales.
Terminado el conflicto, la producción y exportación de la droga, lejos de extinguirse, se multiplicó aceleradamente porque los soldados que volvían del frente habían contraído el hábito de consumirla para soportar las duras condiciones de la guerra e inevitablemente difundieron ese consumo entre los jóvenes norteamericanos. Pronto se hizo evidente que allí había un rico filón de oro que había que controlar y explotar por parte de los grandes negociantes. El Gobierno lo entendió también y colaboró activamente en el negocio declarando “ilícito” el consumo y el tráfico de estupefacientes. El efecto inmediato fue que el precio de la droga se fue a las nubes y las ganancias se elevaron exponencialmente. Y hay pruebas de esto. Está documentada, por ejemplo, la complicidad de la CIA con los productores de amapola y opiáceos en Laos y Vietnam del Sur, durante la intervención norteamericana en Vietnam; el activo papel de la misma CIA en México, para abrirle paso al tráfico de cocaína colombiana hacia EE. UU. con objeto de conseguir dinero para armar a la contra nicaragüense, ya que el Congreso había negado a Reagan los fondos que había solicitado.
Hay pruebas de que la DEA lavó dinero del cártel de Sinaloa, y que fue la Oficina de Control de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego (ATF) la que armó el proyecto para surtir a ese mismo cártel con misiles y fusiles de alto poder para derribar aviones y helicópteros. Muchos investigadores han probado que el cultivo de amapola en Afganistán, en las dos décadas que duró el dominio norteamericano, pasó de 8 mil hectáreas en 2001 a 224 mil hectáreas en 2020. Al mismo tiempo que el tráfico de drogas ha cobrado por sobredosis la vida de más de 100 mil jóvenes norteamericanos y cientos de miles de asesinatos en América Latina, “…las instituciones bancarias con sede en Wall Street, la City de Londres y otros centros financieros internacionales se hinchan de ganancias lavando cientos de miles de millones de dólares año tras año”, por ejemplo, “JP Morgan… le guardó mil millones de dólares al mafioso ruso Semion Mogilevich”.
“Más escandalosa es la historia de Wachovia, una entidad financiera propiedad de Wells Fargo con sede en Charlotte, Carolina del Norte, que lavó 378 mil millones de dólares a diversos cárteles mexicanos”. Por este delito recibió una sanción de 110 millones de dólares, es decir, el 1% de las ganancias obtenidas en la operación. Además: “la guerra contra el narcotráfico le ha aportado a Estados Unidos enormes beneficios para su industria armamentista y grandes márgenes para intervenir en los asuntos internos de los países a los que se ha impuesto esa estrategia, particularmente Colombia y México…” (datos numéricos y citas textuales proceden de rebelion.org del 13 de agosto de 2022). En resumen, pues, el narcotráfico genera tres tipos de ganancias esenciales a EE. UU.: cientos de miles de millones de dólares para su economía; jugosas ventas de armas a los cárteles y predominio político en América Latina y en el Lejano Oriente. Este es el verdadero secreto de su vitalidad y de la aparente imposibilidad de hallar una estrategia eficaz para su combate.
Contra esto, ¿para qué sirvió la guerra de Calderón? En realidad, para favorecer el negocio de los fabricantes de armas norteamericanos, ya que esa guerra incrementó la necesidad de los cárteles de disponer de más y mejor armamento para enfrentar al ejército. ¿Y los “abrazos no balazos” junto con las tarjetitas del bienestar y las becas Benito Juárez de AMLO? “Para investigadores como Edgardo Buscaglia (…) el problema del narcotráfico en México es exponencialmente mayor que el que vivió (Colombia) durante la época de Los Extraditables y Pablo Escobar, ya que se transformó en una «mafiocracia» que funge como un Estado paralelo al Gobierno mexicano”. “…la «mafiocracia» mexicana «es una telaraña criminológica más compleja que la colombiana», pues «ha diversificado a delitos complejos mucho más graves que el simple tráfico de drogas»”· Para este investigador “…políticos, narcotraficantes y empresarios viven en un «pacto de impunidad mafioso» que impide el verdadero combate a la corrupción, la auditoría a partidos políticos y la investigación a fondo de redes de lavado de dinero que operan fuera del sistema bancario (como lo son las propias farmacéuticas o la industria joyera)”.
“«López Obrador… subió al poder anunciando que iba a aplicar una amnistía anticipada a los políticos involucrados en delitos, ahora lo tradujo en abrazos no balazos. Lo cierto es que la corrupción al más alto nivel en México no se combate»”. “En este contexto, el presidente mexicano en turno se vuelve «gerente operativo de la mafiocracia mexicana…»” “«México ha vivido en un show de simulación de combate a la delincuencia organizada, en gran parte estimulado por Estados Unidos, que pretendía descabezar a las organizaciones criminales». Esta simulación llega a niveles en los que se organizan «operativos que nacen muertos», es decir, con pocos militares y pocas armas que, en poco tiempo, se ven superados por las fuerzas de las organizaciones criminales”. Ejemplo, la captura y posterior liberación del hijo del “Chapo” Guzmán, Ovidio Guzmán, en febrero de 2019, (todas las citas son de Mariano Yberry, SPUTNIK, 6 de agosto de 2022).
Así las cosas, si volvemos la mirada al origen del problema, al momento en que se convirtió en un gran negocio, la solución queda a la vista: hay que suspender la decisión de Estado de declarar ilícito el tráfico y consumo de drogas, que solo vuelve más atractivo el negocio. Como dijo el actual presidente de Colombia: hay que sacar el consumo de drogas del terreno militar y judicial y llevarlo al terreno de la salud pública. ¿Por qué nadie se atreve a hacerlo? Porque sabe que chocaría de frente con los intereses de la mafia norteamericana y eso significaría, tal vez, el bloqueo o la invasión. La lucha contra el narcotráfico está indisolublemente ligada, por eso, a la lucha antimperialista por la liberación de los pueblos del tercer mundo. Mientras tanto, queda aplicar rigurosamente el Estado de Derecho que AMLO ha sustituido por la simpleza de los abrazos en lugar de los balazos. Y así nos está yendo. Es hora de reaccionar.