Chicago, Illinois. – En años recientes he visto con preocupación los riesgos de la hiper-polarización en la sociedad estadounidense. La división de opiniones se ha convertido en resentimiento. Una encuesta de The Washington Post encontró que el 58% de los republicanos considera enemigos a los demócratas, mientras que el 42% de éstos tienen esa consideración para los republicanos.
En este espacio celebré hace algunos años la civilidad con la que se conducían los procesos políticos en Estados Unidos. Un sistema bipartidista que por naturaleza es maniqueo, pero que canaliza la oportunidad para que cada opción política defienda ideas propias de su plataforma. Había desacuerdos vigorosos y se luchaba con pasión por el poder, no obstante, nadie estaba por encima de la república ni de las leyes.
Estados Unidos ha sufrido una descomposición enorme de sus instituciones en que la civilidad es la principal víctima del enfrentamiento. El cenit de esta crisis fue la insurrección en el Capitolio donde trataron de parar la transición pacífica del poder, un evento sin precedente en este país.
Lamentablemente, es casi seguro que en 2024 Donald Trump volverá con sus falacias beligerantes en contra del establishment. Las pasiones volarán altas, la confianza en el proceso electoral está minada, sumando los elementos para una crisis política.
Por otro lado, veo aún con más preocupación que Estados Unidos es una máquina del tiempo donde los eventos ocurren con gran similitud a lo que pasa en México, pero con meses o hasta un par de años de anticipación. El mal manejo de la pandemia, la elección de líderes demagogos-populistas y la crispación social son elementos binacionales comunes.
Los líderes populistas fueron electos como opciones anti-sistema, por lo que su mandato conlleva el derecho a transformar al Estado, idealmente, como un entramado que mejor responda a las necesidades de un electorado cansado y frustrado con la incompetencia y corrupción.
En este contexto, es válido que estas figuras inviertan capital político en sacudir a las instituciones, formas y procedimientos. Pero lo relevante es que los gobernados tengan presente, ¿a quiénes benefician las transformaciones impulsadas? ¿Son cambios útiles al pueblo, o son medidas que sirven al líder en turno y a su grupo para afianzarse en el poder?
Trump retó al legislativo, insultó al poder judicial e intentó manipular al banco central que es autónomo del Ejecutivo y de la pandilla en el poder. El ex presidente dijo que “luchaba contra las burocracias mafiosas”. No obstante, con el tiempo quedó claro que su única prioridad era su propio interés, que el bienestar de la nación no era de su incumbencia, y que su “capacidad redentora” no debía estar maniatada por nada. Incluso, por el estado de derecho, ícono de una sociedad de leyes y desarrollada, como lo era la estadounidense.
Por su parte, México es una democracia joven y con instituciones relativamente frágiles, con una sociedad civil incipiente y una gran parte de su población marginada que, por lo mismo, puede ser blanco de manipulación.
Celebro el derecho de todos a abrazar ideas distintas, así es una nación plural. Pero, sin importar cuáles sean sus posturas políticas, recuerde que sólo hay un México. La nación es nuestro hogar, el sitio donde debemos encontrar formas civilizadas de coexistir y movernos hacia adelante. El país es más grande que cualquier gobernante, que solo está de paso. Esta tierra es el legado que brindaremos a las futuras generaciones y al mundo. En estos tiempos de reflexión, no olvide que pese a las diferencias hay un solo México, y que es de todos. ¡Gracias por el privilegio de su lectoría!, nos vemos en el 2022.
@ARLOpinion