Chicago, Illinois.— La Cámara de Representantes de Estados Unidos votó a favor de enjuiciar políticamente al presidente Donald Trump, convirtiéndose en el tercer mandatario en la historia de este país en enfrentar una posible remoción del cargo. Ahora el Senado se erigirá en jurado y decidirá si debe ser destituido.

El presidente es acusado de los cargos de abuso de poder y obstrucción al Congreso. El primero, por condicionar a Ucrania la entrega de asistencia militar a cambio de anunciar una investigación por corrupción en contra de su rival político, Joe Biden. El segundo, por instruir a las agencias y funcionarios del gobierno a no cooperar con el Congreso en las investigaciones y audiencias previas a la votación del juicio político.

Si bien este proceso debe ser jurídicamente documentado, y lo fue, los legisladores republicanos argumentaron una cacería de brujas y estigmatizaron a los demócratas como malos perdedores para explicar por qué se llegó al impeachment.

Los legisladores del presidente alabaron sus logros en la economía y su declarado interés por las clases trabajadoras y vaticinaron que el Senado de mayoría de su partido no removerá del cargo a Trump, al tiempo que tildaron el juicio político como una maniobra sin fundamentos.

Un día sombrío para la democracia
Un día sombrío para la democracia

No obstante, luego de la tormenta del voto, lo que es claro es que el Senado no destituirá a Trump. También, que a pesar de la evidencia y los argumentos legislativos la opinión de los ciudadanos no se verá afectada radicalmente. Si odian o aman al presidente, las tendencias se mantendrán más o menos donde están.

Ayer fue un día sombrío para la otrora democracia más estable y antigua del mundo. No sólo porque es lamentable que un mandatario muestre la corrupción y desdén por las leyes que ha exhibido, sino también por la erosión a las instituciones y sus procedimientos ante la descalificación sin cuartel entre liberales y conservadores.

El impeachment quedó reducido a un arma político-electoral, lejos de su misión como remedio constitucional. La discusión fue entre cajas de resonancia donde sólo una visión es aceptada sin importar la evidencia, los hechos ni la verdad. La fe, la simpatía y la conveniencia depositada en un político o movimiento justifica la sinrazón que precede la muerte de la reflexión.

Por otro lado, mucha atención se puso al esfuerzo de Trump para que una nación extranjera le diera municiones en contra de un rival político, pero poco se dijo sobre su desprecio a las solicitudes del Congreso para que enviara documentos y funcionarios.

Guste o no, el Legislativo supervisa al Ejecutivo; este es un principio básico de las democracias liberales, por lo que el presidente desacata la ley al no cooperar con quienes evalúan a su gobierno. Las normas se deben aplicar sin distingos, puesto que son la base de la convivencia en un pacto social. Si no gustan hay que cambiarlas, pero mientras sean las reglas vigentes nadie, ni un presidente, puede ignorar su ejecución.

Ahora, con la extrema polarización, el proceso de juicio político será manipulado por ambos partidos para movilizar a sus bases hacia la elección presidencial de 2020. Este lamentable espectáculo debilita las bases democráticas a cambio de la victoria efímera que da el picar la cresta a sus simpatizantes para que iracundos voten reaccionando a sus emociones. En 2016, Donald Trump prometió sacudir el sistema. Lo que nadie esperaba es que su misión fuera destruirlo por completo.

Periodista
@ARLOpinion

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