Chicago, Illinois. – La Cumbre de América del Norte en la Ciudad de México dejó estampas llenas de sonrisas. Una fachada de cordialidad entre los socios comerciales que evoca estabilidad y cooperación. Sin embargo, ¿cuál es el estado real de las relaciones México-Estados Unidos?
En un texto publicado en The Washington Post por el comentarista conservador Hugh Hewitt se afirma que “la necesidad de Estados Unidos de controlar su frontera norte -y el fracaso de la administración Biden- definirá en parte la elección (presidencial) de 2024.”
Sin duda, los políticos y militantes del Partido Republicano usan el drama de los cruces de inmigrantes en busca de refugio como bandera para denunciar el descontrol en la frontera. No obstante, hay temas más espinosos que involucran lo que ocurre en la línea divisoria.
La terrible crisis de salud pública en Estados Unidos debido a las más de 100 mil muertes anuales por sobredosis por fentanilo demanda acción del gobierno estadounidense. Este problema ha sido reportado en medios mexicanos, en el noticiero nocturno de Ciro Gómez Leiva, y en medios locales de Chicago he visto las denuncias sobre lo accesible que es la fatal droga -sobrecitos que no cuestan más de 5 dólares en las calles.
El uso de fentanilo y las desgracias que conlleva comenzó en áreas de clase media alta, principalmente en vecindarios y suburbios blancos, pero ahora las sobredosis ocurren entre todos los grupos étnicos, en zonas urbanas y rurales, ricas y pobres.
Los precursores del fentanilo son producidos en China, pero la manufactura de la droga ocurre en México en zonas descritas por el ex director de la CIA y excanciller estadounidense, Mike Pompeo, como “espacios sin gobierno”, áreas dominadas por el crimen organizado donde “los ejércitos privados de los grupos criminales imponen su ley sin interferencia gubernamental”.
Esta crisis real es magnificada como propaganda por los medios de comunicación conservadores como Fox News. Esta maquinaria dirige sus esfuerzos a manipular el ánimo de su audiencia para reprobar, sino odiar, el desempeño de los demócratas en el poder. Es decir, es un arma electoral de movilización que será accionada en el 2024 cuando elijamos a un nuevo presidente.
La tendencia de los líderes autoritarios es concentrar el poder en sí mismos y determinar su estrategia diplomática en la “simpatía y química personal”. Así lo hizo Donald Trump y así lo hace Andrés Manuel López Obrador. Estos personajes piensan que el mundo trabaja como sus disfuncionales cerebros, con base en la voluntad de un individuo.
Lo cierto es que en Estados Unidos no solo importa la voluntad de una persona. El presidente Joe Biden ha fallado en contener las bravuconerías del vecino del sur con tal de tener su ayuda para contener el paso de refugiados a la Unión Americana. Pero no ha puesto suficientes mecanismos de presión para evitar la fabricación y exportación de fentanilo, o resolver las violaciones comerciales de México.
Al norte de la frontera es relevante lo que hacen y piensan otras ramas del gobierno y otros líderes políticos, por lo que considerar las preocupaciones legítimas de la oposición y de miembros del Congreso debería ser parte del quehacer gubernamental.
No obstante, como lo ha señalado Arturo Sarukhán, López Obrador no ha hecho el mínimo esfuerzo para reunirse con legisladores americanos y aliados tradicionales cuando ha visitado Estados Unidos. Todo indica que el presidente de México cree que es suficiente tomarse fotos en un elevador con su contraparte para que lo dejen hacer lo que le venga en gana. Claramente, es un grave error, y si no hay un cambio radical México pagará una factura muy costosa.
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