Chicago, Illinois.— Luego de la histórica victoria de Joe Biden y Kamala Harris para encabezar la presidencia y vicepresidencia de Estados Unidos, vale la pena analizar qué expresó el pueblo estadounidense en las urnas. Los resultados obvios fueron el repudio al presidente Donald Trump y la llegada de la primera mujer a la segunda posición del poder Ejecutivo, no obstante, hay mucho más por descubrir.

Biden se convirtió en el candidato presidencial que recibió más votos en la historia con 75 millones de sufragios (4 millones más que su rival republicano), aunque hay que resaltar que Trump obtuvo 8 millones de votos más en 2020 que los recibidos en 2016. Es decir, la polarización es real y el trumpismo no se esfumará de la noche a la mañana. Por ello, el nuevo líder deberá tender alianzas que le permitan implementar su agenda de gobierno.

Otro dato significativo es que los republicanos pueden conservar la mayoría en el Senado federal, asegurando un gobierno dividido que será contrapeso (quizá obstrucción) a Biden. Los demócratas gastaron muchísimo dinero en las campañas senatoriales en Maine, Carolina del Sur y Kentucky, pero la estrategia fracasó.

En la Cámara de Representantes el partido de Biden conservó la mayoría, pero perdieron escaños. Con ello se debilita la coalición gobernante y se complica que los legisladores demócratas respalden iniciativas controversiales si en sus distritos son consideradas impopulares.

Un aspecto notable es la repartición del poder en los estados. Los demócratas fallaron en recuperar las mayorías legislativas en los congresos estatales de Texas, Florida y Carolina del Norte. El resultado es importante porque serán estas legislaturas las que, como cada 10 años, actualicen los mapas distritales estatales y las demarcaciones en que se eligen a legisladores federales. Usualmente, el partido dominante diseña distritos que aseguran victorias para los suyos. A pesar de los cambios demográficos en estas entidades, la preservación del estatus quo retrasará una mejor representación para las minorías.

Dicho lo anterior, Biden llegará al poder con una nación dividida, confrontado con un segmento radical, aunque minoritario, que le negará una plena legitimidad debido a las acusaciones infundadas de fraude electoral de Trump. El Senado podrá ser un contrapeso al poder presidencial y la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes estará limitada sobre qué legislaciones aprobará ante el riesgo de perder el control en dos años.

Con este diagnóstico es sencillo entender por qué el próximo mandatario deberá pactar con los republicanos para avanzar una agenda de gobierno de reconciliación. Grandes inversiones en infraestructura que beneficien a ambos partidos y dedicar fondos para crear empleos relativos a la generación de energía renovable en dominios republicanos podrían estar a la orden.

El ala radical del Partido Demócrata obtendrá algunas posiciones y sus agendas serán recogidas por Biden, pero no en la profundidad y extensión que ésta demanda. Estas acciones serán consecuencia de la realidad política y del ánimo de los electores que con sus votos dejaron claro que no favorecen las posiciones extremas.

En este contexto hay que entender que Joe Biden pasó 36 años en el Senado de Estados Unidos y sabe lo vital que es moverse hacia el centro para lograr acuerdos. Yo pienso que el presidente 46 de este país será pragmático, pues esa es la ruta óptima para evitar la parálisis y mover a esta nación hacia adelante.

Periodista. Twitter: @ARLOpinion

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