Ciudad de México. – Hace más de una década trabajé en un diario con unidades en Los Ángeles, Chicago y Nueva York. En una de mis asignaciones entrevisté a un diplomático en San Diego, California y de ahí manejé a la frontera con Tijuana. Quería ver el oprobioso muro fronterizo, esa cicatriz de hierro entre el punto donde un país en desarrollo termina y la súper potencia comienza.
Crucé la frontera a pie que solo me requirió dar la vuelta a un pasamanos y listo, ya estaba en México. No había oficiales de migración, controles, simplemente pase usted y bienvenido.
Adelantemos el tiempo al momento en que escribo estas líneas, ayer que llegué al aeropuerto de Ciudad de México. La novedad, dos líneas para pasar migración, una para residentes de Norteamérica quienes pueden usar una máquina automatizada que escanea pasaportes y toma fotos, y la otra para “el resto del mundo”.
Lo que observé fue el incesante escrutinio que realizan los agentes migratorios, flanqueados por marinos, especialmente a personas y familias provenientes de Sudamérica. ¿A qué viene? ¿Cuánto tiempo se quedará? Muéstreme su boleto de regreso, y otros elementos que prueben que los extranjeros dicen la verdad y que no intentan usar México como pasillo de destino a Estados Unidos y ahí solicitar asilo.
Los niños se arrastraban en el piso desesperados esperando que terminara el cuestionamiento a sus padres, algunos visitantes visiblemente molestos aportaban pruebas que les demandaban para asegurar que su visita es con V de vuelta. Al menos en mi experiencia, los venezolanos son de los que la pasan peor con la migra mexicana.
A pesar de que esas preguntas y revisiones son comunes cuando alguien quiere entrar a Estados Unidos, lo cierto es que los incisivos agentes mexicanos ganan la medalla de oro en busca de contradicciones o inconsistencia para negar la entrada. En los más de 25 años que llevo viajando frecuentemente entre ambas naciones nunca había sido testigo de filtros tan cerrados y estrictos como ocurrió en CDMX.
México que históricamente tuvo una política compasiva y de puertas abiertas con los refugiados políticos ya no existe. Hoy la directriz es evitar que los extranjeros lleguen a Estados Unidos por nuestro territorio, no vaya a ser que se moleste el señor Biden. De lo contrario, la Unión Americana pondría más atención a la regresión democrática mexicana, al abuso y la ilegalidad que impera, al crimen organizado que es empresa, gobierno y desgobierno en vastas zonas del país.
Para que el Tío Sam nos deje hacer el desastre doméstico hay que pararles el problema migratorio, desplegar miles de guardias nacionales para perseguir y detener a los desesperados, estos refugiados económicos en eterno movimiento para lograr sobrevivir. Hay que hacer el trabajo sucio al vecino pa' que no se meta y respete la gloriosa soberanía nacional.
La retórica ramplona y barata de Palacio Nacional se estrella en los hechos, con la realidad. Y luego de tanta pose, infamias y falsedades, en realidad, somos los mexicanos los que pagamos el muro fronterizo. Porque todo este país es una barda, barricadas que obstaculizan en puertos de entrada, persecuciones de migrantes en las fronteras, maltratos en las ciudades fronterizas mexicanas y quizá hasta causar la muerte como ocurrió en el crimen de Estado en Ciudad Juárez, donde un centro de detención se convirtió en crematorio de 39 extranjeros.
Si bien nunca hubo perfección, México paso de una enfoque humanista y compasivo con la migración a ser el cuate del garrote que a palos espanta y maltrata a extranjeros y migrantes. Hoy, México es el muro, el muro que somos.