Chicago, Illinois.- Ser problemático y escandaloso solía ser la ruta para meterse en problemas durante mi juventud. Sin embargo, el ambiente social y político actual recompensa la estridencia, el ridículo y los discursos indignantes que dominan la conversación pública.
Entre más humillantes e inverosímiles son las payasadas de los aspirantes a celebridades en las redes sociales o medios tradicionales, mejores son sus posibilidades de convertirse en famosos. Lo mismo ocurre en la plaza pública de discusión virtual, Twitter, donde una minoría entre sus 229 millones de usuarios son quienes imponen tendencias y el tono de la conversación. Así, en la actualidad, la disonancia ya no es la ruta para ser amonestado, sino la carta que los imbéciles y cínicos utilizan para llevar agua a su molino.
Este imperio de la estridencia es precisamente lo que hará muy compleja la gobernabilidad en Estados Unidos en los próximos años. Con los republicanos asumiendo el control de la Cámara de Representantes se espera que algunos personajes extremos y oscuros, a veces censurados por sus posturas y discursos, tengan más influencia en ese cuerpo legislativo y, por lo tanto, en la dirección de esta nación.
El representante Kevin McCarthy se perfila como el próximo líder de la Cámara de Representantes quien encabezará una mayoría de un dígito (con menos de 10 legisladores). Esta situación lo obligará a reclutar a compañeros de partido “extremistas”, como los miembros del Grupo Parlamentario de la Libertad (Freedom Caucus).
Ese grupo fue fundado en 2015 como una tribu opositora al liderazgo de su partido, el republicano, por considerarlo débil y no lo suficientemente conservador. Sus miembros son reconocidos por bloquear esfuerzos legislativos y no por construir consensos o aprobar iniciativas de ley. Son los típicos idiotas que prefieren ver “arder Roma” antes que conceder que las cosas no sean como ellos quieren —considerando que son un pequeño grupo.
Algunos de estos extremistas ocuparán posiciones clave en el equipo del nuevo speaker, y exigirán que su fracción parlamentaria obstaculice o derrumbe algunas de las directrices de la administración del presidente Joe Biden, como eliminar el gasto del gobierno relacionados con reducir las emisiones invernadero.
Hay que recordar que la Cámara de Representantes tiene entre sus facultades exclusivas presentar legislación sobre ingresos fiscales (clave para el presupuesto federal), llevar a juicio político a empleados federales (el veredicto lo da el Senado), y hasta elegir al presidente de Estados Unidos si una elección termina con un empate en el Colegio Electoral.
Otro elemento que documenta el pesimismo: se calcula que a mediados de 2023 el límite de la deuda nacional deberá ser incrementado (ahora fijado en $31.4 billones de dólares). Desde ahora puedo escuchar los discursos incendiarios y chantajes de los ultraconservadores demandando recortar el gasto y, por tanto, la capacidad de acción del Ejecutivo. Esos aullidos llegarán después de que esos mismos políticos aprobaron un endeudamiento adicional de $3 billones de dólares producto de los recortes de impuestos, que beneficiaron mayormente a los ricos y empresarios, impulsados por la administración Trump.
Si los republicanos estuvieran en la búsqueda de un líder con ética y principios mi temor sería moderado. Pero McCarthy es un personaje que podría catalogar como el Mario Delgado estadounidense: educado, inteligente, pero sin escrúpulos cuya única carta de navegación es mantener las posiciones que le otorguen poder y dinero. Son sinvergüenzas traga-sapos desinteresados en cómo sus actos arruinan a sus países pues creen que, si hay derrumbes, confusión y caos, habrá más oportunidades para beneficiarse a sí mismos. Es utilizar la estridencia para servirse con la cuchara grande.