Chicago, Illinois. – A principios de abril, Estados Unidos alcanzó el nivel más alto de la curva epidémica por el Covid-19. Entonces, se reportaron 37,000 casos cada 24 horas. Si bien la capacidad de realizar pruebas de detección era limitada, por lo que quizá no se reportaban todos los casos, se pensó que no podríamos empeorar. ¡Ah, sorpresa! Dos meses después, el país reporta 45,000 infectados diarios, revirtiendo al alza la curva de la pandemia.
¿Cómo es posible que el país más poderoso del mundo se encuentre en esta miseria? Con malos gobernantes, políticas públicas insuficientes o equivocadas, y con la politización de medidas sanitarias todo es posible.
En los albores de la crisis en las Américas escribí aquí el 14 de marzo que contar con pruebas de detección era indispensable para contener los contagios. En tres meses Estados Unidos pasó de realizar un puñado de pruebas a examinar a 1.6 personas por cada mil habitantes -600,000 diarias. Hacer las pruebas es el primer paso para detectar la seriedad del problema y luego implementar medidas de contención. Pero sin pruebas se camina ignorante, sin rumbo, por un pantano lleno de peligros.
En el texto referido también hice votos para que otros países (México, en particular) aprendieran de la torpeza estadounidense y se prepararan. No obstante, tres meses después, México realiza pruebas sólo a 0.06 personas por cada mil habitantes, una miseria muy por debajo de estándares internacionales.
Las nuestras son historias de tragedias protagonizadas por dos líderes demagogos y populistas que minimizan los problemas, mienten descaradamente e intentan imponer una realidad alternativa insostenible, pero creíble entre sus devotos y acólitos. Uno dice que debemos hacer menos pruebas para que no tener más infectados, y el otro dice que ya domó la pandemia mientras los enfermos aumentan exponencialmente.
Ambos personajes se niegan a usar cubrebocas en público, un gesto irracional de estupidez y machismo. Precisamente porque Trump y López Obrador tienen bases populares incondicionales, serviría de mucho presentarse ante la nación y, en particular, entre sus creyentes practicando medidas básicas de prevención avaladas por la Organización Mundial de la Salud. Lamentablemente, sus acciones ponen en peligro a quienes con fervor los idolatran y que han desechado el sentido común y los datos duros para conducir sus vidas.
Actualmente en Estados Unidos los casos de Covid-19 aumentan exponencialmente en entidades que se negaron a permanecer en cuarentena hasta que la ciencia y la estadística lo determinara. Texas y Florida entre otros, intentaron crear un universo paralelo y reactivaron sus economías muy pronto. A las malas decisiones siguieron la ausencia de hacer obligatorio el uso del cubrebocas o mantener el distanciamiento social. Sus gobernadores también minimizaron el problema y mintieron descaradamente. Hoy han tenido que echar atrás la reapertura para evitar que la capacidad hospitalaria local sea superada y los enfermos mueran en las calles o en sus casas.
La miseria del Covid-19 terminará cuando contemos con una vacuna accesible para todos. Mientras tanto, debemos entender que el Covid-19 llegó para quedarse, infectará y matará a muchos más. Los amuletos no servirán para protegernos, pero los cuidados individuales y exigir políticas públicas responsables sí está en nuestras manos.
Es curioso, nuestros líderes populistas llegaron al poder prometiendo reivindicar a los desposeídos, pero lo que han hecho es esforzarse para dejarlos en un estado de indefensión que los hace presas fáciles del Coronavirus. Los presidentes Trump y López Obrador pasarán a la historia como los responsables de miles de muertes innecesarias de sus ciudadanos. Los deudos de quienes perecieron en esta pandemia nunca olvidarán su incompetencia, deshonestidad y cinismo.
Periodista.
@ARLOpinion