Chicago, Illinois.— La visita de la líder de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, a Taiwán es causa de tensión política y militar entre China y la Unión Americana. ¿Qué representa y qué está en juego en el largo plazo?
La parada de Pelosi es simbólica pues es la representante del gobierno estadounidense más importante en visitar la isla en un cuarto de siglo. Ella no es tímida en criticar las violaciones a los derechos humanos y otras atrocidades de China. No obstante, su llegada a este territorio autogobernado democráticamente no representa un cambio de la política “One China” —que reconoce, más no aprueba, que China reclama a Taiwán como su territorio.
La reacción del liderazgo chino lanzando amenazas y movilizando a sus fuerzas armadas con ejercicios militares en el Estrecho de Taiwán es una exageración y un despropósito. A pesar de los vistosos juegos de guerra, es correcto que Pelosi mantuviera sus planes y mostrara apoyo a Taiwán y a su sistema democrático. Es decir, nadie debe dictar a la segunda persona en la línea sucesoria a la presidencia estadounidense dónde, cuándo y a quién puede visitar. Incluso, la decisión de la demócrata encontró apoyo entre los republicanos, cuya postura es mostrar un fuerte liderazgo en el mundo.
La legisladora de California dejó claro que su visita tiene como objetivo “el compromiso inquebrantable de Estados Unidos con apoyar la vibrante democracia de Taiwán”. Es decir, hay una postura crítica al autoritarismo de Beijín, pero no fue a promover la independencia de la isla, ni a negociar la instalación de misiles nucleares. Estos son los hechos en su justa perspectiva y contexto.
No obstante, este episodio es el capítulo más reciente en una serie de desencuentros que han tensado las relaciones entre las dos economías más grandes del mundo. En esencia, la necesidad estadounidense de aliarse con China en los 80’s para contrarrestar la expansión soviética, le abrió las puertas a ingresar al comercio internacional logrando un crecimiento económico espectacular que sacó de la pobreza a cientos de millones de personas.
Las naciones desarrolladas aceptaron a países con regímenes autoritarios en el concierto de naciones y en el comercio internacional con la expectativa de que la apertura económica condujera a su liberalización política, no para imponer un sistema o gobernantes, sino para que sus ciudadanos eligieran libremente su destino.
Pero China no sólo no se ha democratizado, sino que el actual presidente, Xi Jinping, consolidó su control para quedarse en el poder por siempre, siendo el seguro ganador de un tercer periodo en un proceso que ocurrirá hasta este noviembre. Con su poder, también aumentaron los controles sobre la población, se aniquiló la oposición política y exacerbó sus prácticas comerciales desleales, el sabotaje y el espionaje cibernético. Sin duda, el ruido por la visita es un momento de definición para que Xi mida sus fuerzas con Estados Unidos, especialmente ante el incremento de su gasto militar que ronda los 300 mil millones de dólares.
Por ahora una confrontación bélica es remota, aunque sí estamos ante el choque progresivo de dos gigantescas placas tectónicas. Ambas naciones representan una visión económica, política y social distinta. Quizá cada opción tiene atributos, pero yo me inclino por la democracia. Pues sin libertad, yo no podría exponerle estas ideas y usted no podría informarse ni conducirse como mejor le parezca, y eso va en contra de la naturaleza humana.