Chicago, Illinois. – El 2020 fue designado junto al 2016 como el año más caluroso del que se tiene registro. Hay consenso científico de que el incremento de la temperatura es causado por la actividad humana. Son los combustibles y energéticos, la forma en que practicamos la agricultura, el ganado que criamos, los hábitos sociales y personales que tenemos.

Todos somos testigos de los efectos del clima extremo que han impactado el hemisferio norte este verano. Los incendios forestales en la Costa Oeste de Estados Unidos, la inusual temporada de huracanes, el elevado número de tornados que llegaron a latitudes insólitas como los suburbios de Filadelfia, y la sequía que obligó a racionalizar el agua del río Colorado por primera vez en la historia.

Los efectos del cambio climático están aquí, son palpables y será motor de costos económicos, efectos sociales e inestabilidad política. El presidente Joe Biden afirmó que sólo este año Estados Unidos gastará 100 mil millones de dólares por los efectos del clima extremo. La crisis golpea al bolsillo, así como lesiona y mata seres humanos.

Es claro que la sociedad no está educada sobre los efectos de este flagelo. El asunto no sólo es problema de los osos polares, también es un tema para las comunidades asentadas cerca de los causes de cuerpos de agua, en las colinas que se desgarran ante los deslaves causados por lluvias torrenciales.

En Estados Unidos las comunidades minoritarias tienen un 75 por ciento más de probabilidades de estar ubicadas cerca de instalaciones altamente contaminantes, en comparación con las comunidades de residentes blancos. Son los pobres los más vulnerables a los dramas derivados del clima cambiante.

Los más necesitados sufren por residir en áreas de alto riesgo ante desastres naturales, y hacen gastos excesivos al adquirir comida y pagar servicios que aumentan su costo por la crisis climática. Esta situación exacerba la disparidad y margina sus posibilidades de amasar riqueza y escalar social y económicamente.

“Por el bien de todos, primeros los pobres”, es un lema político que conquistó las voluntades en México. Suena bonito, pero para proteger a los más vulnerables del desborde de los ríos, sequías, huracanes e incendios forestales, un gobierno debe poner en marcha políticas públicas que den los resultados prometidos. El cambio climático no es un teorema en un distante horizonte, está aquí y es real.

En Estados Unidos, el presidente Biden comprometió inversiones millonarias para mejorar la eficiencia energética de los edificios federales, lograr que en el 2030 la mitad de los autos vendidos sean eléctricos, instalar miles de centros de carga para éstos, invertir en la generación de energía solar y eólica y construir instalaciones que almacenen energía en baterías, entre otras medidas.

Por su lado, el presidente de México anunció que hablaría con Biden sobre cambio climático. Aunque más bien participó en una conferencia telefónica con una veintena de líderes. La revelación de AMLO buscó darse una relevancia injustificada, pues no tuvo un papel protagónico en la cumbre.

Pero imaginemos, ¿qué le diría López Obrador a Biden? ¿Presumirá la quema de combustóleo para generar electricidad, destacará la destrucción de manglares para instalar su refinería, o describirá cómo su gobierno destruyó la competitividad que México alcanzó en 2017 como el país que produjo la electricidad más barata con paneles solares en el mundo?

El cambio climático seguirá imponiendo costos y sufrimiento, principalmente entre los más vulnerables. Proteger a los pobres en los hechos es mucho más complejo y requiere una visión y compromiso de los que carece López Obrador. A las pruebas me remito.

Periodista.
@ARLOpinion