Chicago, Illinois. – La vida no es justa. Barack Obama goza de una reputación anclada en la percepción de haber sido un gran presidente, opinión fincada en su carisma personal más que en la realidad. Por el contrario, Joe Biden es visto como un político aceptable a la clase trabajadora, pero sin la popularidad de su antecesor demócrata.
Contrario a la percepción pública, la administración Biden ha sido mucho más transformadora y efectiva que la de Obama, pues éste último solo logró la aprobación de una gran iniciativa legislativa que dio servicios de salud a 40 millones de personas (Obamacare). Pero, fue una conquista construida con mentiras cuando obligó a los ciudadanos a adquirir un seguro médico que categorizó como “impuesto”, sin serlo. Con su celebrado encanto, Obama nos dio gato por liebre a los estadounidenses, actitud que contribuyó a la polarización que abrió la puerta a la llegada de Donald Trump al poder.
Por su parte, Biden lideró que pasaran leyes de gran calado en menos de tres años y sin mentir. El paquete multibillonario de rescate por los efectos del Covid-19, la mayor inversión en la historia en energías limpias, la transformación energética y de la transportación, un vasto plan de inversión en infraestructura, y avances modestos al control de armas están entre sus logros.
El presidente de Estados Unidos sabe cómo funciona el gobierno, en particular el legislativo del que fue parte por décadas como Senador. Las relaciones que ha construido y su pericia para negociar están verdaderamente transformando a esta nación. Biden no tiene swag, ni “cantadito” al hablar, pero casi siempre es efectivo al gobernar.
Por ello, podría extrañar que considero que el deseo del presidente de buscar la reelección es un error de proporciones históricas. Los principales factores en que fundamento este juicio son: su edad y la compañera de fórmula, Kamala Harris.
En una democracia liberal no hay lugar para los hombres o mujeres indispensables, aquellos apóstoles que por ambición y alucinación personal se dicen únicos para pastorear al pueblo hacia el paraíso. Esto es especialmente cierto en naciones con poblaciones vastas como lo es este país con más de 330 millones de habitantes.
Es inverosímil que la clase política estadounidense siga obsesionada con un presidente de 80 años que, de ganar nuevamente, culminaría su segundo mandato a los 86; y con otro rabioso opositor y expresidente de 76 años quien tendría 82 al finalizar el siguiente periodo de gobierno.
En la actualidad es frecuente ver que Biden pierde la secuencia de las ideas cuando habla en público y su apariencia física, si bien sana, refleja la de un hombre de edad avanzada, fenómeno que se exacerbará con el tiempo. Estas características lo hacen blanco fácil de sus adversarios.
Por su lado, Kamala Harris es una figura histórica por ser la primera mujer vicepresidenta de esta nación, pero cuya competencia es cuestionada por los nulos resultados que ha dado cuando le han dado encargos como ocurrió con el manejo de los problemas en la frontera. Por ello, la mayoría de los estadounidenses (53%) reprueban su gestión, por solo 41% que la aprueba.
Debido a la edad de Biden, un voto por el presidente puede ser un voto para que alguien que carece de la confianza del público llegue al poder. Por consiguiente, es una lástima que los demócratas desperdicien la oportunidad de impulsar políticos jóvenes a posiciones de poder, gesto que los colocaría como la opción del futuro. En su lugar, quieren jugar conservadoramente apostando por un caballo que es incierto si terminará la carrera. Los votantes entienden la situación y bien podrían negarles el respaldo el próximo año.