Chicago, Illinois. – Hace unos días, California anunció que prohibirá la venta de vehículos de combustión interna para el 2035. Si consideramos que esta entidad es la economía y el mercado automotriz más grande de Estados Unidos, y que otros 15 estados respaldan sus políticas sobre cero emisiones, es apropiado concluir que la muerte del motor de combustión está cerca. El liderazgo estatal considera que se reducirán las emisiones de gases invernadero en un 50 por ciento para el 2040.
Cumplir el objetivo es una tarea dantesca, pero Estados Unidos está haciendo lo necesario para retomar el liderazgo mundial en la transición energética y la electrificación de todo. La Ley para Reducir la Inflación de Joe Biden destina fondos para quienes compren un vehículo eléctrico nuevo o usado, y ofrece estímulos para instalar un cargador en los hogares. Todo para cumplir que la mitad de las ventas de vehículos nuevos sean eléctricos en 2030.
Habrá quien ponga en duda la influencia de la industria automotriz estadounidense en el mundo, después de todo ya no es la nación donde se venden más vehículos. Pero quienes viven en esta negación debe considerar que, si bien China vende más autos que Estados Unidos al año, es en la Unión Americana donde esta industria tiene más valor, pues el costo promedio de un vehículo nuevo aquí es de $47,000 dólares, mientras que en China es de unos $10,000. En resumen, el negocio seguirá las directrices de la primera potencia económica en el futuro cercano.
El liderazgo de California, y de Estados Unidos, no es un esfuerzo aislado. Canadá y la Unión Europea también se han comprometido a abandonar las ventas de vehículos nuevos de combustión para el 2035, mientras que el Reino Unido apunta para ese objetivo en el 2030.
Estas políticas públicas implican determinar cómo y de dónde se obtienen los insumos para fabricar las baterías de la nueva transportación, adaptar y crear cadenas de valor, ajustar las plantas armadoras a las nuevas tecnologías, así como entrenar y ajustar el tamaño de la fuerza laboral que ahí interviene.
El cambio seguramente enfrentará retrocesos. No obstante, hoy puedo afirmar que la dirección del mundo civilizado sobre la transportación va hacia un destino 100 por ciento eléctrico. Esta transformación trae oportunidades para quienes adopten el cambio, especialmente si se cuenta con una herramienta formidable como el libre comercio en América del Norte.
El desarrollo de las nuevas formas de transportación ofrecerá empleos para la mano de obra calificada que escriba el software de las computadoras con ruedas que son los vehículos eléctricos, los ingenieros que intervengan desde el diseño hasta la fabricación de los autos, y para los profesionales que mejoren la infraestructura carretera para que los carros inteligentes nos transporten con seguridad y eficiencia.
México puede y debe aprovechar estas circunstancias, pues antes de esta administración ya era una potencia exportadora automotriz. Hay prisa por captar las inversiones de la nueva generación de vehículos que están a la vuelta de la esquina. Ojalá que los líderes de esta industria establezcan un dialogo con los aspirantes presidenciales para que el país retome el camino de la prosperidad, porque hoy no hay espacio para el optimismo.
Aquí un dato. El presidente Biden invertirá $7,500 millones de dólares en la red nacional de estaciones de recarga (medio millón) para vehículos eléctricos. Mientras tanto, el presidente López Obrador lleva gastados $15,000 millones de dólares en UNA refinería. Usted juzgue quién va pa’ delante y quién va pa’ trás.