La desigualdad de género es la gran injusticia de nuestra época y el mayor desafío al que nos enfrentamos en materia de derechos humanos. Aun así, la igualdad entre los géneros ofrece soluciones a algunos de los problemas más intratables de nuestros tiempos.
En todo el mundo, la situación de las mujeres es peor que la de los hombres por el simple hecho de ser mujeres. La realidad es aún peor para las mujeres que pertenecen a minorías, las mujeres de mayor edad, las mujeres con discapacidad y las migrantes y refugiadas.
Aunque hemos presenciado enormes avances en los que se refiere a los derechos de las mujeres en las últimas décadas, como en la abolición de leyes discriminatorias o en el aumento del número de niñas que van a la escuela, ahora nos enfrentamos a una poderosa reacción en sentido contrario. En algunos países se están diluyendo las protecciones jurídicas contra la violación y los abusos domésticos, mientras que en otros se están introduciendo medidas que penalizan a las mujeres y que van desde la austeridad hasta la reproducción coercitiva.
Los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres se están viendo amenazados por todos lados. El motivo de ello es, fundamentalmente, una cuestión de poder. Siglos de discriminación y de patriarcado firmemente arraigado han generado una enorme disparidad de poder entre los géneros en nuestras economías, nuestros sistemas políticos y nuestras empresas. Hay pruebas de ello en todas partes.
Las mujeres todavía están excluidas de la mesa de toma de decisiones, tanto en los gobiernos como en las juntas corporativas y prestigiosas ceremonias de premiación. Las líderes y las figuras públicas se enfrentan a acoso, amenazas e insultos tanto en internet como en la vida real.
La brecha salarial entre hombres y mujeres es sólo un síntoma de la disparidad de poder entre los géneros. Incluso los datos supuestamente neutrales sobre los que se fundamenta la toma de decisiones en cuestiones tan diversas como la planificación urbana y las pruebas con medicamentos toman a menudo por defecto al hombre como base; se percibe a los hombres como la norma, mientras que las mujeres son la excepción.
Las mujeres y las niñas también deben hacer frente a siglos de misoginia, y a la borradura de sus logros. Se les ridiculiza diciendo que están histéricas o en pleno ciclo hormonal; se les juzga una y otra vez por su apariencia; deben soportar un sinfín de mitos y tabúes relacionados con sus funciones corporales naturales; día tras día se enfrentan al sexismo cotidiano, la condescendencia machista y la culpabilización de las víctimas. Es algo que nos afecta profundamente a todos y supone un obstáculo para dar solución a muchos de los desafíos y amenazas a los que nos enfrentamos.
Tomemos como ejemplo la desigualdad. Las mujeres ganan 77 centavos por cada dólar que ganan los hombres. La última investigación del Foro Económico Mundial afirma que deberán pasar 257 años para cerrar esta brecha.
Mientras tanto, las mujeres y las niñas destinan a diario unos 12 mil millones de horas no remuneradas a trabajos de cuidados que, simplemente, no se tienen en cuenta en la toma de decisiones económicas.
Si queremos llegar a una globalización justa que funcione para todos, debemos basar nuestras políticas en estadísticas que tengan en cuenta la verdadera contribución de las mujeres.
La tecnología digital es otro buen ejemplo. La falta de equilibrio entre los géneros en las universidades, las nuevas empresas y los Silicon Valleys de nuestro mundo es profundamente preocupante. En esos centros tecnológicos se está dando forma a las sociedades y economías del futuro; no podemos permitir que apuntalen y exacerben el dominio masculino. O tomemos si no las guerras que devastan nuestro mundo. Puede trazarse una línea directa que une la violencia contra las mujeres, la opresión civil y los conflictos.
La forma en que una sociedad trata a la mitad femenina de su población es un indicador significativo de cómo tratará a otras personas. Incluso en sociedades pacíficas, muchas mujeres corren un peligro mortal en sus propios hogares.
Existe una brecha entre los géneros incluso en nuestra respuesta a la crisis climática. Las iniciativas para reducir y reciclar se dirigen mayoritariamente a las mujeres, mientras que los hombres son más proclives a confiar en soluciones tecnológicas no probadas. Y las mujeres economistas y parlamentarias son más propensas que los hombres a apoyar políticas favorables al medio ambiente.
Por último, la representación política es la prueba más clara de la disparidad entre los géneros en materia de poder. En los parlamentos de todo el mundo, las mujeres son minoría, en una proporción media de tres a uno, pero existe una fuerte correlación entre su presencia en ellos y la innovación y las inversiones en salud y educación. No es casualidad que los gobiernos que están redefiniendo el éxito económico para incluir el bienestar y la sostenibilidad tengan a mujeres al frente.
Por eso, una de mis primeras prioridades en las Naciones Unidas ha sido la de incorporar más mujeres a nuestro personal directivo superior. Se ha logrado la paridad entre los géneros en la categoría superior dos años antes de lo previsto, y tenemos una ruta para alcanzar la paridad en todos los niveles en los próximos años.
Son muchos los problemas que aquejan al mundo, y la igualdad entre los géneros es una parte esencial de la solución. Los problemas creados por el hombre tienen soluciones impulsadas por seres humanos. La igualdad entre los géneros es una forma de redefinir y transformar el poder que redundará en beneficio de todos.
El siglo XXI debe ser el siglo de la igualdad de la mujer en las negociaciones de paz y las negociaciones comerciales; en los consejos de administración y en las aulas; y en el G20 y las Naciones Unidas. Es hora de dejar de intentar cambiar a las mujeres y de empezar a cambiar los sistemas que les impiden desplegar su potencial.
Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas