Cuando inició el confinamiento por el coronavirus , me puse a leer La peste, de Albert Camus . Me llamó la atención que los personajes de la novela (ambientada en Argelia y escrita en el siglo pasado) se comportaba en forma similar a los mexicanos de 2020.
Al inicio, los ciudadanos no creían en la peste: “Se creían libres y nadie será libre mientras haya plagas”, señalaba el escritor francés. Las autoridades pensaban que podían controlar la epidemia y, al darse cuenta de su incapacidad, empezaron a manipular cifras: “Los periódicos y las autoridades quieren ser más listos que la peste. Se imaginan que le quitan algunos puntos porque ciento treinta es una cifra menor que novecientos diez”.
Conforme avanzó la plaga, surgió el miedo, acciones de supervivencia, soledad, desesperación, pero también responsabilidad. Las impresiones iniciales fueron de horror, indignidad o heroísmo, y después se fue desarrollando un sentimiento generalizado de tedio.
La diferencia –pensé con ingenuidad– era que la epidemia de la novela había sido mucho más larga que la que nosotros estábamos viviendo. Nueve meses después, y ante los desafíos de 2021, releo mis notas.
Para Camus, lo peor de la epidemia no eran los daños somáticos, sino los morales. En situaciones de crisis, emerge lo peor de una sociedad: irracionalidad, egoísmo, inmadurez. Pero también aparece la solidaridad, ternura, gente que sacrifica su bienestar para cuidar a otros.
La novela hace énfasis en el aprendizaje: “No hay que intentar explicarse el espectáculo de la peste, sino intentar aprender de ella”.
Este 2021 se presenta como un año difícil. Si bien la llegada de la vacuna ha generado esperanza y diversos estudios estiman una mejoría económica (en una encuesta realizada por McKinsey a mil 382 ejecutivos de empresas globales, 63% señaló que las condiciones de sus organizaciones mejorarán en los siguientes seis meses), la realidad es que aún tenemos pandemia para rato, lo que nos obliga a reflexionar sobre lo pasado y actuar.
¿Qué es lo ético en mitad de una epidemia? Luchar con honestidad y con sentido de responsabilidad.
Ante la perplejidad que estamos viviendo, los empresarios no podemos paralizarnos. Lo que se ha vivido en el país nos recuerda la fragilidad de la vida. Es una invitación a la toma de decisiones. Una elección sobre cómo situarnos ante una realidad al límite.
Quienes tenemos alguna posición de liderazgo debemos ser ejemplo en el cumplimiento de protocolos sanitarios. El uso de cubrebocas, distanciamiento físico (no distanciamiento social, ya que si algo necesitamos es calidez y afinidad), higiene, desinfección y demás medidas preventivas tienen efectos positivos y multiplicadores cuando las cabezas de las organizaciones las siguen con estricta disciplina.
Debemos ir más allá. La responsabilidad implica innovación y reactivación de la economía.
Para superar la adversidad, Ryan Holiday, en The Obstacle Is the Way, propone desarrollar disciplina individual en tres dimensiones:
1. Percepción: Una disciplina que permita observar a nuestro alrededor y entender lo que está pasando. Algo similar a la metodología que usamos en el IPADE cuando invitamos a los participantes a separar los hechos de las opiniones, a desarrollar la mayor objetividad posible.
2. Acción: Ante la adversidad, debemos actuar. Esto implica activarnos, ser más osados e innovar.
3. Fuerza de voluntad: El desarrollo de la voluntad es lo que nos permitirá superar los obstáculos.
Al final de la novela, Camus reflexiona con una invitación que parecería dedicada a los mexicanos en 2021: “Algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”.