Aunque estamos avanzando hacia una sociedad más igualitaria en la cual nos alejamos de los roles tradicionales de género, todavía las mujeres son las que pasan más tiempo en casa y se encargan de los hijos y las responsabilidades domésticas.
En México, solamente 43% de la población femenina participa en el mercado laboral, una de las tasas más bajas de América Latina. Según la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), las mujeres dedican semanalmente 19 horas más que los hombres a las actividades domésticas y de cuidado, aportando aproximadamente 77% del tiempo que los hogares destinan a este fin.
Las tareas domésticas implican una alta cantidad de trabajo, que no es pagado y carece de valoración. Es una forma de discriminación invisible que agudiza y propaga la desigualdad de género. En primera instancia, porque dificulta la participación en actividades remuneradas y reduce las posibilidades de alcanzar la independencia financiera, pero también porque es muy pesado y ocasiona una “doble carga” para las mujeres que también trabajan fuera de casa; es una forma de explotación, pierden libertades y el derecho al descanso o incluso al tiempo libre.
Además de la importancia del trabajo no remunerado en la reproducción social, así como en la educación y el bienestar de los niños, estas actividades tienen un enorme valor económico implícito.
De acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), el valor económico de este trabajo equivale a 4.4 billones de pesos, lo que representa 24.2% del Producto Interno Bruto (PIB) en México. El trabajo no remunerado de las mujeres contribuye directamente en el desarrollo económico de los países y es una forma de protección social. Mientras hay alguien trabajando a cambio de un pago en una oficina o en una fábrica, hay una mujer en casa cocinando, limpiando, cuidando… acciones necesarias para que se lleven a cabo las demás actividades económicas.
El trabajo no remunerado de las mujeres es fundamental para el funcionamiento del modelo económico en el que vivimos; es un trabajo productivo aunque no involucre directamente un intercambio mercantil.
Las mujeres, sin pago alguno, han participado activamente en la construcción del sector productivo. El trabajo no remunerado en el ámbito doméstico, principalmente en la educación y el cuidado de los hijos es un soporte importante de la economía y repercute en la cimentación de la sociedad. Por lo tanto, es muy importante valorar el trabajo doméstico; distribuir las responsabilidades de manera más equitativa; alivianar la “doble carga” que enfrentan las mujeres; fomentar la crianza compartida y crear políticas laborales que promuevan un balance entre la vida profesional y personal.
Las tareas de cuidado implican una corresponsabilidad entre el Estado, la sociedad civil y el sector privado. Todo esto requiere un cambio de paradigma y definitivamente es un reto desde la perspectiva cultural, pero tendrá un efecto positivo en la calidad de vida de las próximas generaciones. Hablar de la fatídica doble jornada de las mujeres y de la importancia del trabajo no remunerado no es un berrinche o una queja absurda por el cansancio, es un asunto de justicia y una parte fundamental en la creación de un futuro más sostenible.
Empresaria, inversionista de impacto y defensora de los derechos de la mujer