México es un gran país, un sitio privilegiado en el mundo. Esto se dice y repite en foros y reuniones de negocios. Estoy convencida de que estamos llamados a ser una potencia, pero también soy consciente de que tenemos varias tareas pendientes, algunas en extremo complicadas, las cuales debemos resolver si queremos alcanzar un equilibrio real.
Los desequilibrios sociales se expresan en múltiples aspectos, gran parte de los indicadores nos cuentan una historia triste. Si bien hemos avanzado en algunos rubros, aún existen enormes rezagos. Por mencionar tan sólo uno: los salarios de los trabajadores en los estados del sur se encuentran relegados frente a sus contrapartes del norte, lo que acrecienta las brechas sociales.
Hemos sido catalogados por varios estudios como uno de los países más desiguales del mundo. ¿Cómo mejorar nuestra situación?
Una alternativa en la cual tengo toda mi confianza y veo con futuro esperanzador son las denominadas inversiones de impacto. Son éstas una ruta novedosa que permite desarrollar proyectos que mejoran las condiciones ambientales y sociales, sin olvidar el rendimiento económico. Es decir, se trata de negocios que tienen una visión más amplia, ya que persiguen impactos más allá de lo financiero. Este tipo de inversiones transforman realidades y pueden ser medidas con métricas claras.
La situación de desequilibrio obliga a que los inversionistas pensemos distinto. Los tiempos en los que se buscaba obtener sólo un rendimiento han llegado a su fin. Hay que apostar por aquellos proyectos que sí generan impacto.
El Covid-19 y sus efectos nos obligan a repensar el futuro, las consecuencias económicas requieren más esfuerzos, para contrarrestar los desequilibrios que, me temo, se acentuaron. Se espera una caída de 10% de nuestra economía este año, el Fondo Monetario Internacional (FMI) nos ha asignado la peor proyección entre los países de la región. La comunidad empresarial y los inversionistas, debemos actuar con inversiones de impacto bien gestionadas y aterrizadas. Habrá que darle un rostro nuevo a la educación, salud, vivienda y transporte, entre otros muchos conceptos que deben adaptarse a la nueva realidad.
Actualmente, hay varias empresas que con su actividad están impactando distintos contextos. Se trata de historias que nos permiten admirar y replicar maneras inteligentes y creativas de dar respuesta a problemáticas específicas. Estas empresas, lideradas en su mayoría por jóvenes emprendedores, son prueba de que las nuevas generaciones tienen un rumbo distinto.
He visto proyectos que logran impactos en población en situación de reclusión, comunidades indígenas, con víctimas de maltrato y violencia, niños de la calle, personas discapacitadas, orquestas infantiles. Estas historias se irán multiplicando y es ahí donde los inversionistas de impacto pueden hacer la diferencia.
Nuestros desequilibrios deben atenderse. El futuro del país es colectivo o no será. La realidad demuestra que los gobiernos, sin importar colores, no tienen la capacidad de resolver por sí solos los enormes desafíos que se enfrentan.
¿Cuánta de la violencia que sufrimos hoy no tiene su origen en el abandono y olvido en que han estado miles de comunidades? Si se hubiera puesto atención a la marginación hace muchos años, nuestro presente sería distinto. Los esfuerzos para equilibrar las diferencias existentes son una sabia manera de invertir en el futuro y construir un mejor entorno.
Larry Fink, presidente de BlackRock, una de las empresas financieras más importantes del mundo, ha dicho que las inversiones de impacto serán las que registren un mayor crecimiento en el futuro. Esta administradora de fondos ha mostrado especial interés en México, lo cual podría ser una buena noticia, ya que su política de inversión irá acompañada de una visión de impacto. Esperemos ver proyectos de infraestructura más sustentables que la nueva refinería de Dos Bocas o el tan cuestionado Tren Maya.
Empresaria, inversionista de impacto y defensora de los derechos de la mujer