Juan José Domenchina fue uno de los más polémicos intelectuales que dio a México el exilio. Desde muy joven cultivó sus relaciones con gente destacada de la política —fue protegido de Manuel Azaña, quien fue presidente de la Segunda República Española—, lo que, aunado a su erudición, y quizás a su pedantería, le convirtió en un severo crítico de la Generación del 27, de la cual formó parte de manera incidental. Aunque buen poeta, “Domeinquinia”, como lo llamaban sus malquerientes, sembró enemistades que le valieron ser descartado de los trabajos iniciales de Gerardo Diego.
Personajes como Alberti, Altolaguirre, Cernuda, García Lorca, Guillén, Serrano Plaja, entre otros, fueron víctimas de sus ataques, lo que los obligó a firmar una carta en su contra. Lo acusaban de “confundir sus rencores personales con sus valoraciones literarias y de invertir en sus comentarios los términos de la veracidad y sentido recto de la crítica al enjuiciar autores o libros que le son directa o indirectamente, pero personalmente, antipáticos; sin que lo subjetivo de la motivación, propia o reflejada, se disimule siquiera con un formal decoro y respeto para el público, a quien debe información exacta”. Además de sus gustos literarios, Domenchina era intransigente en su postura política. Republicano a ultranza, condenaba a quienes no parecían tener una convicción definida sobre este tema.
Llegó a esta capital el 6 de junio de 1939, junto con su cónyuge, la poeta Ernestina de Champourcin. Fueron recibidos por Alfonso Reyes y de inmediato se enfrentó a un ambiente adverso, producto de los roces que había tenido en el mundillo cultural madrileño y que él no buscaba atenuar: “Al llegar a México empezó a hablar mal de los comunistas, cosa que nos irritaba a los demás exiliados, nos parecía traición y, en aquellas circunstancias, cosa de mal gusto, incluso para los que no éramos comunistas”.
El primer conflicto en el que se vio inmerso fue por una supuesta aventura amorosa. Pronto se le relacionó sentimentalmente con Lupe Marín, exesposa de Diego Rivera y Jorge Cuesta, y descrita por Celestino Gorostiza como una “fémina inquieta y andariega” y por Poniatowska como “la de labios de gajos rojos que se caen de tan llenos, la de boca casi siempre abierta y de respiración ruidosa”. Domenchina la conoció en la tertulia del Café París. Ya desde septiembre de 1939, en sus crónicas cafeteras, Pedro Salinas narraba que ahí veía a Bergamín con su esposa y, maliciosamente, a Domenchina “con su pareja”.
En marzo de 1940, el idilio trascendió a la prensa. El periodista Jorge Piñó Sandoval, hoy rescatado por Enrique Serna en su novela sobre Denegri, le dedicó un par de líneas a este lío: “El escritor español Domenchina ha iniciado gestiones para divorciarse de la señora Champourcin, a fin de casarse con Lupe Marín”. Reyes tomó nota de los rumores en su diario: “Domenchina sufre indiscreciones por sus flirteos. Tengo que calmarlo”. Efraín Huerta no podía dejar pasar el cotilleo, calificando a los amasios como “los autores de moda en los círculos literarios que funcionan en torno a los chismes de ‘Fornos’ y del ‘París’”. Piñó continuó atizando la hoguera del escándalo: “Hace apenas unas semanas se hablaba con entusiasmo del próximo divorcio del afamado escritor español Juan José Domenchina, quien en seguida se iba a casar con la escritora tapatía —morena, ojos verdes— Lupe Marín, ahora el panorama ha cambiado, como Lupe Marín ha cambiado las donas que pensaba lucir —por primera vez—, por la sencilla bata de una persona enferma, desilusionada. Y es que Domenchina, demasiado expresivo, sólo dijo por decir —pero se lo dijo a Lupe— que se casaría con ella, y ella —cosa increíble— lo creyó, disponiéndose para ir ante el juez, mas otro juez —el Destino— ha puesto en claro que él no piensa divorciarse de su esposa, y es así como se confirma que en esta vida hay un lugar para cada cosa, y cada cosa en su lugar, o sea que Domenchina ya tiene el suyo”.
Este amorío fallido, del que subsiste “un recuerdo afectuoso” en el poemario Destierro, le acarreó la burla de sus viejos y nuevos adversarios, entre quienes se contaban Bergamín, Neruda y, principalmente, Lorenzo Varela —novio de Estrella Garro—, que utilizó las páginas de Romance para arremeter contra él. La venganza de Domenchina sería terrible.